Capítulo I

Empezaba a ponerse nervioso. No le gustaba nada que se incumplieran los horarios. Tenía una cita a las cinco de la tarde y ya eran las cinco y media. La corbata le empezaba a agobiar. No es que no estuviera acostumbrado, es que era tres de agosto y el calor que había pasado en los no más de veinte metros recorridos desde el coche hasta entrar en la oficina, le había hecho empezar a sudar. De hecho, Había llegado media hora antes para tomarse un café en el bar de enfrente cargado con la obsesión por no retrasarse. Siempre lo hacía, le gustaba llegar con tiempo para disfrutar de una taza de café solo y muy corto antes de cualquier reunión.

Estaba sentado en un incómodo sillón de una minúscula sala de espera, casi asfixiante por lo próximas de las paredes. Sólo estaba su sillón y una mesita baja con revistas de coches de lujo de hacía varios meses.

Repasaba mentalmente los puntos de la reunión que habría de tener en breve. Le habían mandado de una agencia de colocación llamada Trabajo Este. La empresa en la que estaba esperando era una compañía que importaba pescado congelado de medio mundo. Se había estudiado el perfil de la compañía hasta la extenuación antes de ir a la entrevista.

Volvió a mirar el reloj no sin cierta impaciencia. Desde donde permanecía sentado podía ver la puerta que, así lo suponía él, tenía que abrirse para venir a buscarle.

La empresa en cuestión se llamaba Santiago Estebaranz S.L.U. Estaba en un vetusto polígono cercano a Leganés, donde la mayor parte de las empresas estaban cerradas o en trámites de cerrar. La apariencia austera de la nave poco o nada tenía que ver con la riqueza que sabía tenían los propietarios. Según sus informes extraídos de internet, el consejo de administración compuesto por el padre, los tres hijos y un amigo el padre que había sido inspector de hacienda y profesor en la Universidad, era gobernado con mano firme por el patriarca, un hombre de setenta y seis años vigoroso y con muchos y notables contactos en los círculos empresariales de Madrid y de Galicia, de donde era original. En una biografía que había leído en la arcaica página web de la empresa, decían que había sido marino y que había empezado su negocio comprando contenedores de pescado en Canarias hacía ya más de cuarenta años.

Pero él tenía la reunión con el hijo. De este le había costado más conseguir información. No se dejaba ver demasiado por los círculos del padre. Era un par de años mayor que él mismo, es decir, tenía cuarenta y tres años. Sabía que le gustaba el deporte y que había tenido varios accidentes de tráfico por practicar el “vuelo rasante”. Había estudiado en Canadá y había demostrado que podía ser un digno sucesor del precursor del imperio que, ahora ya de facto, gobernaba. Al menos aparentemente. Ya que según le había comentado alguien que los conocía a ambos, el que realmente gobernaba aquello era “papa”.

Volvió a mirar el reloj y a intentar disminuir la presión del cuello producida por la corbata.

Él venía para un puesto de Director Comercial. Su curriculum era impecable para ese puesto, y lo sabía. Hablaba varios idiomas aprendidos en sus anteriores trabajos.

Sonó la puerta y una secretaria, o eso pensó él en ese momento, se acercó diligente.

-Francisco González, el señor Estebaranz le está esperando. ¿sería usted tan amable de seguirme, por favor? –

-Por supuesto-, contestó él levantándose con agilidad del sillón que ya empezaba a resultarle incómodo.

Al entrar en la sala de reuniones se encontró con un tribunal inquisidor. El hijo, que se llamaba igual que el padre, se levantó diligente para estrecharle la mano y hacer las presentaciones. A su derecha estaba la persona de la agencia de colocación, al que ya conocía y que le sonreía con cierta complicidad en el gesto, transmitiendo tranquilidad. A la izquierda del hijo, el padre. Mirando por encima de sus gafas de lectura como si él mismo no pintara nada allí, tratando de no llamar la atención, como si su opinión no fuera a pesar en la decisión que se suponía iba a tomar su hijo.

Tras las presentaciones, la entrevista transcurrió por los cauces habituales. Preguntas sobre su pasado inmediato, sobre las funciones desempeñadas… Más de lo mismo. Para él era como repetir un discurso largamente ensayado.

Tan solo en un momento tuvo la sensación de haber perdido el control sobre el ritmo de la reunión. En ese momento en cuestión el padre, saliendo de un letargo en que parecía sumido desde que habían empezado, le preguntó en inglés, – ¿Dónde aprendió usted a hablar inglés? –

Paco no dudó en responderle en la misma lengua, – En Irlanda. Estudié un año allí trabajando de camarero hace más de quince años. –

El padre asintió complacido con la respuesta mientras el hijo seguía con la ristra de preguntas habituales, contactos en el mercado, referencias y demás.

Una vez acabada, la persona de la agencia de colocación le acompañó a la salida, tras algo más de media hora de entrevista. Al llegar a la puerta de la oficina se acercó a su oído y casi susurrando le dijo, – tranquilo, todo ha ido mejor que bien. Luego te llamo y te confirmo, pero yo diría que estas dentro. Buen trabajo. –

Paco sonrió complacido. Sabía que lo podía tener en la mano, pero siempre tenía cierta incertidumbre. Este era un proyecto muy interesante y no quería perder la oportunidad de trabajar en él.

Bajó las escaleras sintiendo de nuevo el agobio del calor según se acercaba a la puerta de salida. Tras pasar la puerta exterior de la verja, vio a dos hombres fumando un cigarrillo. Uno de ellos era orondo y con cara simpática, el otro un señor mayor, cercano a los sesenta años, pensó Paco. Ambos devolvieron con educación el saludo que él mismo había dicho unos segundos antes. El más mayor le pareció que tenía acento sudamericano. Supuso que trabajaban allí, por lo que, si tal como le decía el de la agencia, era el elegido para el puesto ya tendría oportunidad de saber a que se dedicaban.

Entró en el coche y se quitó la corbata mientras encendía el motor y ponía el aire acondicionado al máximo. Comprobó que el manos libres se había conectado y marcó el teléfono de su mujer.

-Hola Cariño, acabo de terminar la reunión. – dijo él nada más escuchar la voz de ella.

-Hola mi amor, ¿ha ido bien?

– Sí, lo esperado. En media hora estoy en casa. Luego te cuento. Un beso.

– Otro para ti.

Arrancó dirigiéndose hacia la salida del polígono y cuando ya se había alejado unos cientos de metros de la puerta de la empresa marcó otro número de memoria que no tenía guardado en el teléfono. Sonó dos veces el tono antes de obtener respuesta.

-Hola señor. ¿Qué tal ha ido todo?

-Parece que bien. Ahora a esperar a que decidan.

-Excelente, ahora sigue con tu vida normal, como si tan sólo estuvieras esperando ansioso su llamada. Nada de venir a vernos, nada que pueda delatarnos. Si necesitas ponerte en contacto conmigo, utiliza la tarjeta prepago que te dimos el otro día.

-OK-, contestó Paco. – Imagino que van a llamar a los teléfonos que les he dado para pedir referencias.

-Seguro que sí. No te preocupes, está todo bajo control. Las personas que les van a contestar son colaboradores, por lo que no debería haber ningún problema. Les hemos creado perfiles ficticios en LinkedIn por si intentan contactar con ellos por ese medio y tienen correos corporativos de las diferentes empresas en las que se supone que trabajan. Lo importante es meterte allí y que tu tapadera no sufra ningún daño. Nos ha costado mucho llegar hasta aquí para pifiarla ahora, por no hablar del peligro que ello entrañaría para ti.

-Sin problema. Seguiré con estas mini vacaciones pagadas. Hablamos.

-Que disfrutes, y ten cuidado.

Colgó el teléfono y siguió acelerando para meterse en la M-45. Ahora tenía que ser muy cauto, mucho.

Capítulo II

La mañana era especialmente calurosa en Cartagena de Indias. Se levantó de la cama y abrió con cierta torpeza el espeso cortinaje de la habitación del hotel. Miró por la ventana para ver lo soleado de la mañana. Eran las diez, aunque él no había dormido mucho. Se había acostado cerca de las cuatro de la mañana, tras recorrer con sus “clientes” varios locales nocturnos de la ciudad. Se estiró y se dirigió al baño abriendo el grifo de la ducha mientras miraba con desgana su reflejo en el espejo. Ya hacía varios años que no reconocía su imagen cuando la veía. Diez años atrás había tenido que someterse a una cirugía plástica para escapar definitivamente de la DEA. Seguía sintiéndose raro con esa cara.

Entró en la ducha dejando correr el agua muy caliente por su pelo muy corto y estirando los brazos para dejar caer el agua por su espalda. Al salir de la ducha se vistió con ligereza y recogió sus cosas en el pequeño maletín que llevaba como único equipaje. Cogió el “hierro” y se lo colocó en la espalda, sujeto por una cartuchera que ocultaba en el pantalón justo antes de ponerse la chaqueta y mirarse por última vez en el espejo. Salió de la habitación y tras liquidar la cuenta en la recepción del hotel vio el coche que venía a recogerle aparcado en la puerta y los dos guardaespaldas apostados a principio y fin del mismo. Salió por la puerta y sin más gestos montó en el coche que arrancó casi de inmediato con la certeza de llevarle al destino esperado.

El viaje no duró más de diez minutos de silencio absoluto en el interior del vehículo. Repasaba mentalmente los datos de la operación mientras veía pasar a su alrededor la ciudad que conocía perfectamente.

Al llegar a la puerta de la empresa vio el enorme cartel que le informaba de donde llegaba. Cartagenera de Pescados era el nombre de la compañía. Recorrieron ya por el interior de la verja de la compañía a través de varias piscinas de acuicultura donde los hombres trabajaban con el agua a la altura de las rodillas, removiendo los lodos del fondo que sirven de base para sembrar los camarones.

Al llegar a las puertas de la oficina vio la silueta de su interlocutor. Marcelo Cantalapiedra, era su nombre. Un hombre guapo de no más de cuarenta años. Era uno de los más reputados empresarios colombianos del momento. El coche se paró justo delante de él, y Marco abrió la puerta de inmediato. Marcelo se acercó a él para abrazarlo con efusividad.

-Mi amigo, cuanto tiempo que no nos veíamos, – dijo Marcelo al deshacer el abrazo. A pesar de llevar ya muchos años en Colombia, había expresiones suyas que denotaban su origen mexicano.

-Cómo esta, Don Marcelo-, contestó Marco con cierta ironía en la forma de decir el nombre. –

– ¡Carajo Marco! No me llame así, que me hace más mayor. – Contestó sonriendo abiertamente. – Vamos adentro que empieza a apretar el calor. Tomemos un café y hablemos de negocios. –

Ambos entraron al abrigo del sol que empezaba a calentar. Al llegar al despacho de Marcelo les estaban esperando otros dos hombres que participarían en la reunión, los responsables de producción y de logística. Al entrar Marco les miró a ambos como si pudiera analizarles solo con la vista. Ambas eran caras que le sonaban, de otras ocasiones.

-Ya os conocéis, ¿cierto? – Preguntó Marcelo sin ni tan siquiera mirar a sus compañeros de reunión mientras se dirigía a la cafetera de cápsulas que tenía sobre una mesita. A Marco le llamó poderosamente la atención ya que los colombianos son muy celosos de hacer el café al modo clásico.

-Sí, Sí, – contestó Marco con cierta distracción.

– ¿Quieres un café mi amigo?

-Sí, por supuesto. – se acomodó en el sillón sintiendo el arma clavarse en su espalda. Nadie le había registrado. Nadie tenía duda alguna que venía armado. Tampoco él tenía duda al respecto de que sus compañeros de reunión también lo estaban. En este país todo el mundo llevaba armas, aunque no fuera necesario en Cartagena de Indias ya que era una ciudad de lo más tranquilo de la región.

-Bien-, dijo Marcelo poniendo la taza de café frente a Marco, -pongamos manos al asunto. – Los demás esperaban que siguiera hablando y planteara los temas a tratar.

-Todos sabemos que Marco es el enlace con nuestros amigos y socios de Medellín y de Ecuador. Estos socios necesitan diversificar sus canales de comunicación con Europa y nosotros sabemos cómo hacerlo. Cristian-, dijo mirando al de producción, – que cantidad de “madre” podemos mezclar y mandar a nuestros amigos europeos sin levantar la liebre y que siga siendo difícil de detectar.

Cristian se aclaró la voz antes de empezar a hablar mirando de corrido a su jefe y a Marco. – No más de mil kg por cada contenedor, es decir mil kg en veintidós mil de pescado. Si pasamos de esa cantidad empezamos a entrar en zona de peligro. –

Marco se quedó pensativo durante unos segundos mientras se pasaba la mano por la barba. -No es demasiado. ¿Puedo saber cómo se calcula la mezcla?

Cristian miró a su jefe pidiendo permiso para explicarlo, pero Marcelo se adelantó y empezó a hacerlo él mismo. – No le daremos muchos detalles, amigo, pero en líneas generales, mezclamos con el pescado en los pallets centrales en lugar de meta bisulfito que necesita el pescado para conservarse la madre que nos faciliten ustedes, dejando que el pescado a su alrededor coja olor que evite que los perros lo puedan localizar. Al llegar a Europa, nuestros socios de allá lo separan y lo transportan hasta el canal que se nos indique en el destino. –

– ¿Puedo conocer a sus socios del otro lado del charco? – Preguntó Marco con cierto conocimiento de la respuesta de antemano.

-No, mi amigo. Ya sabe cómo es esto. No les gusta tener contacto con los productores, para evitar riesgos.

Marco asintió dando por captado el mensaje. -Bien, ¿cuántos contenedores podemos enviar a Europa con “carga especial”?

-En los meses venideros, dos o tres semanales. En el mes de octubre y noviembre, entre diez y quince semanales. Por lo que, teniendo en cuenta que en enero se deja de enviar fuerte, podemos calcular unas ochenta toneladas de aquí a final de año. – Contestó el logístico.

La cara de Marco era de sorpresa absoluta. No contaba con esta cantidad, aunque era una muy buena noticia si funcionaba como ellos decían. -Pero, ¿Tendréis cantidades de vuestros proveedores actuales que enviar no?

-No, la cantidad que le doy es la que tenemos disponible. Además de esa, tenemos lo que ya enviamos, – contestó Marcelo sonriendo de medio lado, mordido, como una hiena que sonríe viendo la presa cautiva.

Marco se quedó pensativo mirando el fondo de su taza de café vacía.

-Bien-, arrancó definitivamente a hablar Marco, – Hablemos de garantías y de precio. Si estamos de acuerdo, podremos cubrir esa cantidad. Pero creo que esto ya lo podemos hablar tú y yo solos-, miró sonriendo a Marcelo que afirmó mirando a sus compañeros. Estos entendieron la orden y se levantaron estrechando ambos sin mucha efusividad la mano de Marco. Una vez sonó la puerta cerrándose tras ellos, Marcelo se levantó invitando a Marco a seguirle hasta la mesa.

-Hablemos de negocios.

SINOPSIS:

Tras haber sido expulsado de la policía, Francisco es captado para infiltrarse en una red de narcotráfico con la esperanza de poder volver a integrarse en el cuerpo. La red en cuestión tiene una perfecta tapadera trabajada durante años formada por negocios lícitos relacionados con la importación de pescados de varios lugares del mundo. Paco tendrá que poner en peligro a varios de sus nuevos compañeros con el fin de poder eliminar la red tan finamente enredada.

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