PREFACIO

En homenaje a una persona maravillosa, ejemplo de humildad y ternura, que resurgió de las profundidades del dolor, transmutando en poesías y cuentos su forma de vivir.

A través de las historias honramos a los protagonistas perpetuando sus vidas. El intelecto, la mente y sus variedades; el alma, el inconsciente, trabajando juntos como pescadores de historias… historias mágicas, tristes, increíbles aportando cada una su enseñanza, dejando una impronta que se materializa en pensamientos y acciones, matizando el juego de vivir

Somos una misma esencia recubierta con diferentes personalidades. Todos vamos a evolucionar, antes o después, a través del sufrimiento que esclaviza o del conocimiento que libera.
El cielo y el infierno son reales, pero no están en un libro de religión; están dentro de nosotros, son estados de consciencia que elegimos para vivir y alimentamos diariamente con nuestras acciones…

…………..Y pasaba otro atardecer, otro amanecer; secuencial y lineal. Otro día más sin Él. Sin poder tocar sus manos, abrazarlo, sin el calor de su piel.
Intentaba dormir, borrar de la mente consciente el dolor, sacar por un momento el sentimiento de soledad y abandono, de sentirse perdida en esa ciudad hostil y ajena, que luego de tantos años la consideraba un poco suya.
Daba vueltas y más vueltas.
Percibe el perfume, ¡su perfume! y lo ve; con la camisa leñadora, pantalón de Jeans, salido de la nada,viniendo hacia ella:
___Hola ¿cómo estas? ¿ Y los chicos?_ pregunta Macario mientras se sienta al borde de la cama-
___Y…Ahí… intentando superar tú partida- se sintió un poco estúpida diciendo eso- ¿Vos como estás?
___Ahora mejor. Al principio estaba perdido, pero me encontré con Daiana, ella me guió.
___¡Lo imagine!
En el cuarto de los niños se escucha un ruido, Elizabeth se despierta abruptamente, se sienta en la cama, desorientada en ese espacio atemporal entre sueño-vigilia, y ve que Macario se levanta y va deslizándose hacia atrás.
__ No te vallas, ¡por favor! -dice ella llorando, desgarrada su alma sin poder creer lo que veía- ¡Fue cruel, muy cruel! ¡Te arrebataron la vida! Eras fuerte, sano, ¡No es justo! Y yo…yo debería haberte amado más…
__Mi amada Elizabeth, todo es como debe ser…tú eres mi ángel, me rescataste del infierno en vida. Perdona si te hice sufrir. No lloren por mí, el tiempo no existe, el dolor es una ilusión, lo se muy bien. ¡El amor gobierna este mundo! Nos volveremos a encontrar. Los amo…_Decía, mientras su figura se desvanecía entre la luz y las sombras del radiante amanecer.

Capítulo I
EL HADA DEL ARCO IRIS
Uno por uno con una pinza se arrancaba los dientes frente al espejo del baño. El intenso dolor físico no disminuía la opresión de su corazón. Recordaba en detalle los momentos vividos en la clínica un mes atrás. Resonaba en sus oídos, como una tortura, el grito: «¡Mamá!» que diera su hija de ocho años, una fracción de segundo antes de morir.
De manera secuencial vivía ese momento, trataba de comprender repasando los detalles una y otra, y otra vez.
Daiana fue internada por prevención: un resfrío mal curado, tos intensa, nada grave. Al cuarto día de internación, los estudios médicos y el estado general eran óptimos; estaba en condición de alta médica. La casa se vistió de globos multicolores y muñecas. ¡La niña volvía al hogar!´
Diamantina, mientras sacaba el vestido con los colores del arco iris que comprara para su hija, le contaba sobre la fiesta que habían organizado en su honor. La pequeña contenta, entusiasmada,´ pensaba en voz alta los juegos y canciones que adornarán el momento. La madre sonreía feliz mientras buscaba bajo la cama las pantuflas de forma de conejo, para guardarlas en el bolso.
Entonces…

Se produce un silencio profundo, intenso… seguido de un grito desesperado: «¡¡Mamá!!». La niña aún estaba en la cama y acompañando el grito le estira los brazos. Sobresaltada, sin comprender lo que ocurre, la abraza con fuerza y siente cómo la cabeza de Daiana cae pesadamente sobre su hombro.

Ya no volverían a ver el verde intenso de sus ojos, ni escuchar la música de su risa; y las culpas. ¡Las malditas culpas! Las culpas de no haber compartido más horas juntas, de no haberla besado y abrazado más. Se replanteaba su actitud ante la vida. Los porqués y porqués, cubrían cada espacio de su mente.
La sangre teñía de rojo el lavabo blanco. El terrible dolor de las encías no lograba aplacar el sufrimiento de su alma. Atraído por los gritos, Macario sigue el sonido hasta llegar al baño. Ve el terrible espectáculo y sin pensar se abalanza sobre ella:
—¡No Mamá! ¿Qué haces?
Una trompada de revés lo derriba y hace caer entre el inodoro y la pared. El niño aterrorizado queda en el piso, limpiando con el puño de la camisa, la sangre que le cae del labio partido por el golpe.
Con sólo diez años debía soportar sin comprender, el sufrimiento por la muerte de su hermana y el mal trato e indiferencia de su madre.
Envuelto en la neblina de su inocencia, se le desdibuja la realidad. Se ve a sí mismo un mes atrás, esperando a Daiana: se peinó, se puso ropa de cumpleaños… se perfumó con la loción para después del afeitado de su padre y con el regalo que había hecho para ella, se sentó a esperarla frente a la puerta de entrada.

Estaba feliz porque había logrado hacer “El Águila”. Imaginaba la alegría de su hermana cuando la viera. Recordaba cuando un año atrás, visitaran el zoológico. Ella no había dicho ni una palabra en todo el paseo; era extraño porque siempre estaba hablando y haciendo bromas. Cuando llegaron a la casa, muy decidida dijo:

—Me tienes que ayudar a liberar los animales del zoológico.
—¿Qué? ¡Cómo que a liberar los animales del zoológico! ¿Estás loca?
—¡No! ¡Escúchame! ¡Sabes que yo soy el hada del Arco Iris! Por eso todos los días me visto de un color diferente como cada rayo; los colores tienen poder. Pero para liberar los animales me voy a vestir con todos los colores juntos ¡Las hadas de muchos colores son muy poderosas!
Yo estaba acostumbrado a sus locas ideas; ella inventaba y organizaba los juegos, canciones, cuentos, y eran tan buenos que siempre la acompañaba.
—Todo el viaje lo estuve pensando —continuó—. El abuelo te enseñó a tallar en madera autos y motos; aprende a tallar animales, y a medida que los vayas haciendo los soltaremos en el patio del fondo. ¿Quieres? ¿Me ayudas?
Yo por ella hacía todo. No sólo era mi hermana. Era mi mejor amiga. Se preocupaba cuando llegaba tarde de jugar en la calle, me defendía cuando me retaban y muchas veces se echaba la culpa de mis travesuras para ahorrarme el castigo. ¡Cómo negarme a lo que me pedía!
Entonces comenzamos nuestra misión: “La liberación de los animales”.Yo tallaba y ella juntaba telas, pañuelos y trapos de todos colores que se ataba, según el tamaño, en la cintura, el cuello y las muñecas. Y aunque yo me tiraba al piso, riendo a carcajadas y golpeando acompasadamente con ambos pies, cuando Daiana comenzaba a danzar y agitar suavemente los brazos, las telas cobraban vida y en verdad, parecían un arco iris, dejando destellos multicolores tras su paso.
Ese año liberamos cinco animales, pero ella soñaba con liberar el águila; para mí, lo más difícil de hacer.
—¡Es tan hermosa! y sus alas… ¡tan poderosas! Los pájaros nacieron para volar por el cielo ¡Alto! ¡Bien alto! —decía entre sollozos, señalando con su manito hacia arriba.
Cuando la internaron me esforcé horas y horas para hacer el águila. A veces no jugaba a la pelota ni tomaba la leche, pero lo logre. El águila salió… ¡sublime!
Esperaba y esperaba.
Por fin, escuchó ruido de pasos. Con entusiasmo, se sentó derecho y puso sobre su cabeza el águila, para sorprenderla. La puerta se abrió con torpeza y entraron dos hombres desconocidos, vestidos con traje negro, que hacían que resaltara el cajón blanco que traían sobre los hombros. Macario de un salto se apartó del camino y corrió a esconderse bajo la cama. Su corazón comenzó a latir tan fuerte que parecía audible a los demás, las lágrimas brotaban de sus ojos dejando un río de sal en las mejillas. Tenía un horrible presentimiento.
Su padre vio el águila tirada en la puerta del dormitorio e imaginó donde estaría Macario. Con voz temblorosa le habló:

—Hijo, ven a darle un beso a tu hermana antes que cierren el cajón. Esas palabras se grabaron a fuego en su corazón, jamás las olvidaría.

Salió de debajo de la cama, recogió el águila e intentó correr al patio a liberarla, pero su padre lo tomó del brazo, para llevarlo hasta donde estaba la hermana muerta. El niño se resistía; no quería mirar dentro del cajón y menos besar esa… muñeca de yeso, fría, sin vida, que tenía puesto el vestido con los colores del arco iris. No. ¡No podía besar eso! Ese no era su olor, ni su piel ¡Eso no era su hermana!
Un fuerte dolor en la espalda lo hizo volver al presente. Como un autómata se levantó, humedeció una toalla, se la ofreció a su madre que lloraba sin consuelo. La besó con infinita ternura y condujo´ lentamente al sillón de la sala. En ese momento una brisa suave atravesó la habitación, Macario levantó los brazos y respiró profundo, tratando de despertar de esa pesadilla. El noble viento le acarició la piel y se retiró, arrebatándole su niñez.
Creció de golpe, al sufrimiento ajeno y propio. Se aisló del mundo real y se inventó un mundo de fantasías que lo acompañó por siempre. Quedó en su mirada atrapada la pureza e inocencia, tras un velo de profunda tristeza y soledad.

Capítulo II

ATRAPADOS EN LA SOMBRA

Transcurrieron años de indiferencia, con almuerzos y cenas en profundo silencio, sin cumpleaños ni navidades, pero, un día, al llegar a la casa, escuchó a su madre tararear una canción mientras cocinaba, como antes ¡como siempre!
El alma de Macario se iluminó. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero esta vez como un bálsamo de esperanza.
—Hola mamá. Ya llegué. ¡Qué lindo cantas! —dijo contento.

La madre sorprendida, se dio la vuelta, fruncido el ceño, la mirada perdida, que enfocó con odio hacia los ojos del niño. Se abalanzó sobre él y le atinó en la cabeza con la cuchara de madera que tenía en la mano.
—¡Cállate, idiota! ¡qué cantando, ni cantando! ¡Tú deberías haber muerto en lugar de Daiana! ¡Ella era inteligente!, ¡buena!… ¡obediente! En cambio ¡tú eres tarado! ¡ignorante!
Macario se sorprende, aunque comprende… su madre estaba medicada y solía tener esas crisis de locura temporal que luego no recordaba, y nadie se lo hacía recordar. Ella le sigue pegando con furia y agrediendo verbalmente. Como no era la primera vez ya no sentía dolor físico´´´, ni escuchaba, sólo veía los gestos agresivos; mímicas en color sepia, como una película muda. Y volvió a sentir la voz en su cabeza:´´
—No sufras…hermano. No sufras. Ven, vamos al patio.
Y esta vez la vio. La bella niña de entrañable mirada, una sonrisa en los labios y el vestido con los colores del arco iris extendiéndole la mano.
—Daiana… Dijo la mente, e hizo eco en el alma y corazón. Se levantó y salió detrás de ella; veía su cuerpo en la cocina, y a la vez se veía corriendo tras Daiana, que bailaba, iluminando de colores brillantes el entorno y la música de su risa endulzaba los oídos.

La madre seguía golpeándolo, descargando su dolor. Un dolor que jamás pudo superar, aunque sí disimular. El mal trato a su hijo era la manera de soportar el peso de la pena. Agredir física y psíquicamente lo que amaba era el castigo que se había impuesto. Diamantina continuó trabajando de enfermera, en la misma clínica que murió su hija. Una clínica importante, que congregaba pacientes de todo el país. Que a pesar de ser pintada totalmente cada seis meses, las paredes destilaban el dolor y sufrimiento de cada una de las personas que concurrían. Los pisos relucientes, eran opacados por las pisadas de soberbia y prepotencia de sus dirigentes; no así del personal.

El doctor Castro, una buena persona, había pedido que ella fuera su asistente en el área de neonatología; recibir nuevas vidas, acompañar a las parturientas podría ayudar a aliviar su corazón. Pero ella… ella abrazaba cada bebé con toda el alma, las lágrimas llenaban sus ojos, que apretaba con fuerza para evitar ser descubierta y cuando lo entregaba a la madre, se le cerraba la garganta… le faltaba el aire.

Aunque habían pasado dos años, no hallaba la comprensión, ni el perdón; seguía enojada, principalmente con Dios…

Creyendo haber asesinado el amor en su corazón, se manifestaba con odio e indiferencia, pero sólo con Macario, tal vez pensando que así, ninguno de los dos sufriría en una situación semejante, empeñando el presente por un futuro incierto.
El padre, una figura ausente, no se involucraba; jamás lo defendía y hasta avalaba y alentaba el mal trato. Sergio era noble, pero ignorante en estas circunstancias; su esposa estaba enferma y consideraba que debía apoyarla en sus decisiones, aunque fueran injustas. En el ámbito familiar trataba de pasar lo más desapercibido posible. Esa fue la forma que encontró para sobrevivir a la pesadilla en que se había convertido su hogar.
El sufrimiento les nubló el entendimiento, los condujo al temor, a la oscuridad que esclaviza. Disimulando y fingiendo una convivencia “normal” en el entorno social.
Por largos años vivieron a la deriva de la razón, mataron los sentimientos, y eligieron la supervivencia en el infierno.

Macario se inventó un mundo ficticio, en el que lentamente quedó atrapado. Atrapado en su propia telaraña de fantasías.

Hacía una hora que había salido del club donde practicaba rugby, caminó doce cuadras para llegar al bar. Después de mirar un tiempo prudencial por la vidriera, se sentó en la vereda, a unos metros de la entrada del “Tango Bar” Eran las siete de la tarde del sábado y no quería volver a su casa. No tenía amigos, ni recordaba en qué momento, el niño alegre, bromista, pasaso´´´´ a ser el chico triste, el “raro” del barrio.´´´´´

Observaba el ir y venir de diferentes personas, imaginando, según su vestimenta y andar, qué tipo de vida llevaba cada una; tenía un golpe de vista muy certero y recordaba hasta los mínimos detalles.

Estaba abstraído en sus pensamientos y no escuchó:

__¡Che! ¡A vos te hablo! ¿Qué haces acá? ¡Te vi junando por la vidriera del bar! ¿Qué fichás?
Macario, sorprendido, reconoce al´´´´ señor, lo había visto varias veces jugando al billar, y le había llamado la atención la cicatriz que tenía en la mejilla derecha en forma de cruz.Era un hombre morocho, de contextura fornida, elegante, con entradas pronunciadas en las sienes, peinado a la gomina y aroma a lavanda. ¡Todo un tanguero! -Pensó- Sin levantarse dijo: ´´´´´´

___Todo bien, estoy descansando, vengo de hacer una changa, lo que encuentre, para pan y yerbiado; hoy corté el pasto en la casa de doña Matílde, ¿la conoce? Vive a doce cuadras de acá, pero no me pudo pagar hoy. Mañana, me dijo. No tiene marido, vive de la jubilación, ¿vio? Es una señora grande´´´ de edad. El jardín es muy lindo, yo le cuido las flores también…

¡La puta! ¡Cómo habla este pibe! —Pensó Aníbal—. ¡Pa qué mierda le habré preguntado!
—Bueno, para, para, debes tener el gañote seco de tanto hablar, vení conmigo, vamos pal bar, te invito algo, vos decí que sos mi sobrino sabe? ah!¿cuantos años tenés ?¿tus viejos no se preocuparán? -preguntó con miedo de que se largara a hablar otra vez-

Macario agachó la cabeza, se turbó su mirada:
__Tengo dieciséis, mis viejos murieron -mintió- mientras se incorporaba.

—Oh.. Lo siento-dijo-…eh…discúlpa.

Aníbal, apodado el “Cara e Cru”, observó el cambio de actitud del niño, fraternalmente lo rodeó con su brazo, le puso la mano en el hombro y juntos entraron al “Tango Bar”.

Capítulo III

ELIZABETH

—¡No mire el teclado! ¡Columna derecha! ¡Mire la partitura! Un, dos, tres… así, bien, ¡lleve el ritmo! Quinto dedo, bien. ¡Le dije que no mire el teclado!
Esta última frase fue acompañada de un golpe fuerte y preciso, que con una regla de madera, propiciara el profesor sobre la mano de la niña.

Elizabeth estaba bien educada, su madre le había recomendado que hiciera caso a todo lo sugerido por el director del conservatorio de música, ya que había tenido la deferencia de darle clases personalizadas debido al talento que ella evidenciaba; pero no dijo que incluía ¡golpes! ¡Jamás le habían pegado! Ni cuando rompió la fuente de porcelana para comprobar que en verdad si caía al suelo ¡se rompía! se lo decían tanto…
Entonces, dejó de tocar el piano, miró su mano enrojecida, le ardía, pero no lloró, tres días antes había cumplido siete años, ya era grande y sin decir palabra, ni mirar al «monstruo» de Ferruchio, retiró el taburete hacia atrás, elegantemente se levantó y fue en busca de su madre que estaba en el recibidor esperándola.

Ferruchio salio tras ella, sorprendido, sin comprender la situación. Era un buen hombre, un inmigrante que a fuerza de sacrificios habia logrado cumplir su sueño en Argentina.

SINOPSIS
Macario comienza a frecuentar un bar, llamado ”Tango Bar” atraído por las mesas de billar, el tango, y especialmente un ambiente entre turbio e intelectual, los dos extremos, la dualidad marcada y secuencial ´ que por sus cuentos y mentiras logra ser aceptado, con solo trece años. Allí conoce al “Cara e Cru”. que lo involucra en negocios turbios.

Con mujeres de paso, acompañantes que adornaban el lugar donde “La Marta” resulta detonante en su fulgor adolescente.
Con Don Rogelio, un escritor afamado en otras épocas, que abandonó la escritura y a su familia, entregándose al alcohol.

A los veinticuatro años conoce a Elízabeth, lo que genera en su mente una profunda crisis existencial.

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