La cura para la inmortalidad

La cura para la inmortalidad

PRÓLOGO

En algún lugar del tiempo

Me siento mortal otra vez, experimento esa disminución física que recorre mi cuerpo, las articulaciones crujen en algunos movimientos e incluso percibo de nuevo esa vulnerabilidad que conjuga la fragilidad humana. Respiro de manera irregular y el cansancio acumulado de tantos años, se transforma en dolores localizados que se hacen soportables y llevaderos con una cómplice resignación.

No quiero hacer nada por revertir esta situación, suena incomprensible, pero extrañaba estos episodios, puedo asegurar que no hay palabras más sabias que aquellas que dijeron algún día, que es mil veces mejor el dolor físico, en lugar de ese suplicio llamémosle espiritual, ese que está ahí, que no se va, al que para poder evitarlo uno debe encontrar la forma de apagarse momentáneamente, desconectarse del mundo y tener la fortuna de que no se aparezca en los imprevisibles territorios oníricos.

En cambio, ese dolor en la carne, en los huesos, tiene formas de tratarse para aquellos que lo quieran paliar. Pero ese no es mi caso, yo quiero sentirlo porque eso me hace estar cerca de la posibilidad de morir como humano, de que mis ojos se cierren, mi existencia se extinga y cruce ese umbral a ese otro mundo, si es que lo hay, donde la respuesta a todo lo que yace del lado contrario se paga con el precio más alto, la vida misma.

Luego de dar vueltas en una cama muy grande hago a un lado las cobijas, siento punzadas en mi espalda baja y cuando me pongo de pie, un leve mareo me recuerda que hay cosas que deben hacerse por pasos, mas no pierdo el control y logro manejar la situación. El día es lluvioso, gris y oscuro, me acerco a la ventana y veo a la gente correr desprotegida dando una batalla por no mojarse, batalla perdida. Otros por el contrario parecen disfrutar la humedad en sus ropas y las gotas de agua cayendo sobre sus cabezas; aquellos que son cautos y hacen de los paraguas una parte de sus atuendos, se sienten algo seguros bajo ese pequeño techo de plástico y metal que el viento amenaza con hacer volar en cualquier momento de las manos de sus dueños.

La luz apenas entra por la ventana y en esa leve penumbra distingo un par de muebles extraños. Nunca había estado aquí, recojo mi ropa del suelo y comienzo a vestirme despacio advirtiendo el susurro de alguien que durmió a mi lado y que no tengo idea de quién es. Percibo unas palabras que no logro comprender y tan solo me limito a responder con algún balbuceo.

Salgo de la habitación, bajo las escaleras y camino sin un rumbo fijo, una luz que veo encendida es la que me indica la ruta a seguir, entro en lo que parece ser la cocina y mi percepción inicial se reafirma al sentir a través de mis fosas nasales el aroma del café, tomo la jarra y doy un sorbo que me sabe mal y no por la calidad de la bebida, sino por la forma en que me quemo la boca, pudiera exclamar una maldición, mas esa muestra de dolor me hace sentir indefenso, quebrantable. Luego miro en otra dirección y casi que por instinto, y por un leve crujir de la parte baja de mi estómago acompañada de un sonido como el de una fiera enjaulada, me dirijo al refrigerador, para mi poca fortuna no hay nada en su interior y es que después de tantos años de pronto siento ganas de probar la comida. Tomo más café, esta vez sí lo hago con cuidado para disfrutar su dulce sabor y dejo la jarra apenas con un poco de líquido. Salgo a la calle y esa luz de la cual me oculté durante tanto tiempo no me hace daño, no lesiona mi piel, ni me produce un malestar general, ni algún tipo de sufrimiento, cosas que para nada extraño, porque el padecimiento en estado de inmortalidad es una tortura demasiado grande; así como mis sentidos y poderes se incrementan, de forma equivalente, el daño que en algunos momentos he recibido, se ha multiplicado en proporciones difíciles de imaginar y sobre todo de soportar.

Aún llueve y entro a formar parte de los mojados por convicción, así que camino despacio, me tomo mi tiempo, ese que tanto me sobra y aborrezco en otro escenario y que aquí, en este lugar se hace disfrutable y especial. Mis pasos cortos me permiten ver el color de las vitrinas, los detalles de los autos y los rostros de las personas; como el de aquella mujer de abrigo negro, pañoleta violeta y una expresión de esas que presientes que es solo cuestión de segundos para quien la tiene comience a llorar desesperadamente; o los de esa pareja que por sus cejas arqueadas y labios apretados, a pesar de ir cogidos de la mano, se nota que acaban de tener una fuerte discusión y ninguno de los dos quiere ceder o dar el primer paso a la reconciliación; también está ese señor de cabello cenizo, anteojos gruesos y vestido clásico que juzga con su mirada cualquier tipo de ropa cuyo espectro cromático sea abundante.

Es curioso cómo puedo disfrutar de ver los rostros de las personas, ¡hace tanto tiempo que no he observado el mío!, ¡tal vez en este sitio sí pueda hacerlo! Alargo un poco el andar buscando un espejo o alguna vitrina en la cual poder reflejarme, me detengo en frente de una tienda de vestidos masculinos, los desenfoco buscando esa, mi expresión perdida hace tantos años y con un sentimiento encontrado de asombro, melancolía y gozo, contemplo mi imagen, no como la recordaba, podría decir que mucho mejor de lo que esperaba, ha pasado mucho tiempo y el hombre que aparece ante mí es un ser mucho mayor, podría decirse que bien conservado, pero ya con varios años encima, incluso puede que haya gozado de la vida y un posible y prematuro final no le genera el temor de las promesas incumplidas o de lo sueños y metas que dejó de realizar.

Podría quedarme más tiempo así, mirando a ese hombre que pude llegar a ser, pero la lluvia arrecia y mi visión se distorsiona con la cantidad de gotas que resbalan por mis ojos y con los golpes que recibo de la gente que corre por las aceras de este lugar que me sigue siendo ajeno.

Prosigo mi marcha y entro en una cafetería donde el aire está formado por el vapor de las bebidas calientes y el que emana de las bocas de la gente, en ese cambio de temperatura, de la calidez interior de sus cuerpos mojados, al grisáceo y envolvente frío exterior, me abro paso entre los que son clientes y los que apenas escampan, para sentarme en el último lugar libre de la barra esperando mi turno de ser atendido por alguna de las dos mujeres del otro lado del mesón; la delgada, alta y pálida rubia, cuyo uniforme parece haber sido modificado por ella misma para mostrar sus marcadas curvas y dejar menos a la imaginación; en contraposición está la de cabello corto y negro, algo rolliza y de tez blanca que parece lucir pudorosa ante las miradas de los clientes. La que viene hacia mí es la rubia, con una voz débil que parece prestada por su tipo de cuerpo, me pregunta mientras me sirve en una taza:

─ ¿Además del café, quiere otra cosa?

Le pido que me traiga un filete con patatas. Ella no pronuncia palabra, solo asiente con la cabeza, anota en una pequeña libreta y continúa con otra persona. Yo me cuestiono: ¿filete, y patatas?, es todo el sabor de un platillo que quiero degustar después de tantos años, podría haber pedido pescado, pasta, vegetales, tarta, en fin. Pero bueno creo que mi decisión respecto a la comida fue más instintiva que racional y la rubia no disponía de tanto tiempo como yo.

Mientras recorro el lugar con mi mirada y tomo un sorbo del café recién servido, “recién”, porque por su aroma y sabor apunta a que fue hecho hace mucho tiempo y lo han calentado más veces que el interior de un globo, escucho el barullo que es la banda sonora del lugar, cantidades de voces, ruido de vajillas, teléfonos sonando, los motores de los autos y la caída de la lluvia en la calle, que se cuela por las pequeñas ventanas.

Sigo mirando los rostros de la gente y de pronto siento un brazo que rodea mi espalda, mi trapecio y mi hombro y en apenas un segundo a la par con las palabras

─ ¡Esto es por ellas!

Un gélido metal invade de manera abrupta el costado izquierdo de mi cuerpo, dejando en mí otro tipo de humedad, esta vez caliente y abundante y ese líquido al que he estado acostumbrado durante tantas décadas, ahora me resulta extraño y escandaloso, las fuerzas me abandonan y caigo al piso, la verdad no creí ser tan vulnerable, nunca lo pensé hasta este punto. Quedo tendido, nadie acude en mi ayuda, todos continúan en sus cosas, incluso un hombre pasa encima de mí dando un gran paso para no pisarme, ni siquiera el contraste del rojo de la sangre con las baldosas blancas, hacen que la situación de la cafetería se altere. A pesar de todo esto no siento pánico, no siento miedo, solo me desvanezco con una tranquilidad manifiesta. Podría haber sido épica mi muerte, no lo sé, rescatando a una mujer de los brazos de los criminales, o siendo el héroe de turno evitando un asalto bancario, pero morir apuñalado por un desconocido y no recibir la ayuda de nadie, desangrándome mientras mi filete y mi café se enfrían no entraba en mis planes; aunque insisto es la muerte, es ella misma que me abraza en su forma más lenta y helada; no espero que toda mi vida pase ahora mismo frente a mis ojos porque la sangre no es suficiente para tantos años vividos y pronto perderé la conciencia, tampoco es una forma de morir pausada y tranquila como la que tuvo mi madre que tan solo se apartó de este mundo mientras dormía , pero de nuevo, ¡es la muerte!, al fin y al cabo, el colofón de una, en principio, añorada maldición como la propia inmortalidad que resulta apetecible y seductora, mas una vez conseguida es una carga muy dura de sopesar y tiene un precio muy alto por pagar.

Como cuando las cosas pierden su sabor o los llegas a probar todos, los días resultan iguales, da lo mismo que sea viernes o domingo y nada logra llenar tus vacíos, la sorpresa desaparece y te conviertes en un espectador y no en el protagonista de tu propia vida, compruebas cuan cíclica es la subsistencia, cuán monótona e invariable es, hasta el punto de desesperarte y para tu poca fortuna no tener escapatoria.

No tengo la intención de acabar mi existencia en lo que representa mi nueva estirpe, porque eso me obligaría a vagar eternamente en otra dimensión llena de dolor y sufrimiento, mucho peor que mi escenario actual. Por eso deseo de forma paradójica con tanto ahínco la humanidad de los mortales y su vida, para morir como ellos.

Y justo cuando mi último aliento se esfuma, todo se oscurece por tan solo unos segundos y abro los ojos despertando de mi sueño a lo que es mi realidad.

CAPÍTULO 1: Inmortalidad I

En un espacio tiempo

Por más que te empeñes en saber en qué dimensión estás, no logras ni por un instante entenderlo dentro del normal raciocinio, en parte porque ya no existes, no en la forma habitual de la presencia. Tus recuerdos son al mismo tiempo cada vez más vagos, aunque de igual modo pueden resultar siendo más vívidos. En tu estancia terrenal, las cosas tienen forma, como esa casa de tus primeros años, donde solías correr por esos amplios pasillos que en algunos momentos eran el lugar de tus fantasías infantiles, ¿cuántas veces no pensaste en ellos como las amplias calles de tus ciudades imaginarias?, o en qué número de ocasiones, cuando colocabas un par de objetos y simulabas grandes reinos, los convertías en campos de guerra donde desarrollabas tus mejores batallas.

Acá donde sobrevives ahora, no hay manera de darle forma a esas cosas, empezando porque tú no tienes forma. Sí, veo que ya te has dado cuenta, te estás cuestionando ¿Dónde está mi cuerpo? y sí, ya estás pensando también, ¿acaso estoy en un sueño?

No te desesperes, bueno, al menos trata de no estarlo y déjame responderte, no en el orden en que te estás preguntando. Si es muy parecido a un sueño, diría mejor, a una pesadilla o por lo menos la sientes como tal, por instantes alcanzas a tener conocimiento de tus actos, ves personas o situaciones que hacen parte de esa, tu vida terrenal y también la de tu nueva condición, como aquella vez donde fantaseaste con la niña más linda del colegio y ella te correspondía tus gestos y tus miradas y sí, te sentías muy enamorado, pero al final la triste realidad para ti, es que ella ni siquiera sabía de tu existencia.

Aquí también puedes volar, vamos, no temas, inténtalo, ves que fácil te levantas del suelo, sientes esa ingravidez y no tienes temor por lo que hay abajo o lo que te podría pasar si llegaras a caer.

Y bueno, aún no te he respondido la segunda parte, me preguntas ¿Qué donde está tu cuerpo?, no sabría decirte con exactitud, no sé en qué parte se quedó, o cuándo se separó de tu alma. La única certeza que te puedo dar, es que esto es lo que eres ahora y prácticamente no tienes modo de cambiar, estás en el más inconcebible aislamiento. Y para tu poca fortuna, a pesar de no ver ese el que solía ser tu organismo, lo vas a sentir con cada una de sus partes. Padecerás los dolores en tu cuerpo ausente y seguirán estando presentes por el tiempo que permanezcas aquí.

En algunos momentos cuando recuerdes uno a uno los pasajes de tu vida, en especial los más penosos, podrás de nuevo, como si se tratase de un sueño, usar tus manos, tu cabeza, tus extremidades inferiores y superiores tan solo con un propósito, el conseguir que tus experiencias sean más reales y por lo tanto más insufribles.

¡Vamos, vamos!, te dije que no te desesperes, mientras estás en este llamémoslo trance, trata por lo menos de pensar en las cosas buenas que tenías del otro lado. Está bien, comienza por ese instante donde al fin tu padre entendió parte de tus gustos juveniles o por lo menos fue tu cómplice aquel día, ¡no lo podías creer verdad!, tu propio progenitor ayudándote a montar el brioso caballo azabache, luego de tantas veces que te advirtió de lo peligroso que era.

Espera, no te previne; sí, ya sé lo que estás viviendo, de un momento a otro ya estás en otro lugar, estás viendo la habitación donde sueles recostarte y leer en la tranquilidad de tu propia soledad, los únicos ruidos que percibes son aquellos cuando pasas las hojas de tu libro, o cuando un envolvente aparte de un capítulo te saca un profundo suspiro y el aire te llena de fuerzas para encarar en las siguientes hojas, la revelación sobre la suerte que ha corrido tu protagonista, con el cual te sientes tan identificado.

SINOPSIS

¡Por primera vez una novela cuenta la real esencia de la Inmortalidad!

Los seres de la noche, asesinos por naturaleza que se alimentan de la sangre humana. Atrás quedaron sus años como criaturas mortales, y se despidieron de la luz del día. Además de ser resistentes, sagaces, persuasivos y atrayentes, tienen el don de la perpetuidad. Pero no solo se trata de habitar en un mismo cuerpo no cambiante por el resto de la existencia. Esa, ¡la verdadera inmortalidad!, tiene un precio muy alto por pagar, una carga demasiado grande de sobrellevar y que se torna más y más pesada con el paso del tiempo. La muerte es un concepto que no aplica para esta estirpe perpetua, tal vez podríamos hablar de una transición a una dimensión llena de horrores y recuerdos, de la cual solo se podría salir encontrando en la suma de los tiempos a otro igual, reclamando su cuerpo y matando su alma. Aunque podría haber llegado una forma de curarla para aquellos que tanto la padecen.

El 95% de la obra vampírica a lo largo de la historia se ha encargado de mostrar a estos seres de la noche como criaturas inmortales, pero, si miramos en retrospectiva, ¡no existe tal inmortalidad!, porque como lectores, vemos que estos seres mueren de diferentes maneras, cruces, estacas, luz del día, ajo, agua bendita, espadas de plata etc. Por eso esta novela quiere mostrar un escenario donde el concepto de inmortalidad se aplique en definitiva a esta especie perpetua, no hay fin como tal y ese es el precio por pagar. A través de un viaje de los personajes por varias décadas y países, descubriremos que a diferencia de lo planteado en otras obras, los vampiros podrían desear la forma de volver a ser humanos y abrazar la esperanza de tener una verdadera muerte.

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