Sentado tras su escritorio, frente a una taza de café soluble, veía pasar los automóviles por la calle. El ruido que estos producían, no le permitía tener más concentración en su trabajo que aquella requerida para darse cabal cuenta de lo que estaba haciendo. Trataba de hacer un análisis de cómo había transcurrido su vida en los últimos años y no lograba ubicarlos. Si bien era cierto que tenía una bonita familia, y que eso era lo que había deseado toda su vida, ahora se encontraba deprimido y cabizbajo. La depresión era algo que lo había acompañado hacía ya más de una década. Desde aquel día en que se dió por vencido, había quedado marcado de por vida, y sabía que una vez que se permitía deprimirse a tal grado, nunca volvía a vivirse igual. Más de diez años habían pasado desde aquel fatal día y las cicatrices dejadas aún le dolían en el alma. A pesar de todo, sabía muy bien que no había vuelta atrás. Sufrió los estragos de una profunda depresión y conocía de sobra sus consecuencias. No podía permitirse caer de nuevo en ese profundo pozo del abandono y la autocompasión. Conocía de sobra los primeros síntomas que anunciaban la llegada de esta calamidad y no estaba dispuesto, ni por un segundo, a permitir que penetraran una vez más en su ser. Aquel día aprendió también los efectos que el café tenía en su cuerpo, y cómo éste lo ayudaba a sobrellevar estos fatales momentos.
Aún y cuando sabía que tenía muchos defectos, conocía también sus virtudes y lucharía con todas sus fuerzas hasta lograr que los dones que poseía opacaran por completo sus debilidades. Al fin de cuentas conocía su espíritu triunfador y sabía que si alguna vez se había podido subir hasta los mismísimos cuernos de la luna, lograría hacerlo una vez más, aunque dejara en ello su propia vida.
La amistad era uno de sus principales valores, pues sabía muy bien que un buen amigo podía llegar a ocupar un lugar muy especial en el corazón. “Los amigos los elige uno mismo, a los familiares no…” había escuchado una ocasión y el tiempo se encargó de grabarle en su alma esta verdad. Sabía que contaba con muchos amigos y esa era una razón más para dar gracias al Ser Supremo. La vida le había dado las herramientas necesarias para poder diferenciar entre la verdadera amistad y la fingida. Aquella basada en valores superficiales como el convencionalismo social o económico. Sin embargo, era también consciente de que los valores sociales se encontraban en la actualidad muy reprimidos, y la precaria situación económica por la que atravesaba la gran mayoría de la humanidad, la había obligado a hacer a un lado los valores otrora inamovibles, en aras de la supervivencia diaria. Aunque quisiera creer que este no era su caso, con frecuencia le invadía la duda de si lo que estaba haciendo era lo que había soñado en su infancia. Muchos años habían pasado ya desde los “felices” días de su niñez, y escasos recuerdos le llegaban a su mente. Además, después de todo lo que había vivido, aquel pasado le parecía solo como un sueño, aunque ahora que lo pensaba bien, un sueño había marcado el inicio de un cambio rotundo en su vida…
-“Mamá, ¿puedo salir al jardín a jugar con Draco?” Preguntó Aristi, quien, a sus escasos seis años, corría de un lado a otro de la amplia estancia como tratando de escapar de unas manos que, de atraparlo, lo condenarían a pasar el resto de la tarde postrado en un sillón frente al televisor.
– Está bien hijo, pero dile a Pedro que te acompañe y te cuide, y por favor nada de hacer travesuras. Recuerda que Draco está en estos días muy sensible, pues recién le cortaron las orejas y el rabo y esto lo tiene especialmente molesto. Contestó la madre.
Draco era un precioso cachorro bóxer de escasas tres semanas de nacido y su hermoso color miel, así como su porte, avalaban el alto precio pagado por él. Cría de padres campeones, su pedigrí sirvió para agregarle varios ceros al ya de por sí alto precio que su carta de propiedad tenía.
Por su parte, Mónica era una alta y esbelta mujer que se encontraba en la plenitud de su vida. De pelo negro, largo y aterciopelado y poseedora de un porte de modelo, se sentía merecedora de todas las bendiciones que el cielo podía prodigar a persona alguna. Al fin y al cabo se había casado antes de cumplir los dieciocho años, después de lograr, tras un noviazgo de más de dos años, que sus padres aceptaran a Álvaro, ahora su esposo. El haberlo logrado al grado de permitir que se casara con la menor de sus dos hijas, y por ende la chiquita consentida, representaba para ella el mayor logro de su vida. Aunque nunca compartió la forma de pensar de sus padres, trató siempre de comprenderlos, pues sabía muy bien que la posición social que poseían, la había ganado su padre a base de un intenso y honesto trabajo. Por su parte, su madre, era una sumisa mujer proveniente de una familia de la clase media que había sido educada en la obediencia incondicional a su pareja. Mónica, además, había sido formada en la religión católica, y el hecho de que Álvaro no fuera hasta entonces un ferviente seguidor de esta creencia, fue otro de los muchos obstáculos que tuvo que enfrentar al luchar por conquistar su corazón.
Junto con sus cinco hijos, Mónica y Álvaro formaban una típica familia acomodada, en la que el rol de cada uno de los padres estaba bien definido, y cada uno trataba de desempeñarlo lo mejor posible. Álvaro era un exitoso empresario propietario de una cadena local de restaurantes de especialidades y supermercados. No obstante su precaria educación, pues apenas había cursado el último año de primaria, su aparente insaciable deseo de superación, así como su energía inagotable, habían visto sus frutos al colocarlo dentro del muy reducido núcleo de la alta sociedad en su región. Mónica había sido educada bajo el ejemplo de su madre, mujer entregada por completo a satisfacer hasta el más mínimo deseo de su esposo. La cocina era su pasión, por lo que no representaba para ella mayor problema el cumplir con todos los caprichos de su esposo, quien exigía cada día degustar los platillos más exquisitos y extravagantes que a su paladar se le antojaran, acompañados, de manera ineludible, de una buena taza de café gourmet, el cual degustaba en su taza de porcelana Meissen, o en la de Ruby Glass, heredada de su padre. A pesar de que los primeros años de su matrimonio fueron muy duros, pues Álvaro no pudo darle desde un principio el nivel de vida a que estaba acostumbrada, esos días habían quedado atrás. Ahora contaba con dos cocineras, que bajo su supervisión, realizaban los más exquisitos y laboriosos platillos. Además, siendo su esposo el propietario de la cadena de supermercados más grande de la región, bastaba con hacer una llamada telefónica para tener en cuestión de minutos la más amplia gama de ingredientes necesaria para la elaboración de cualquier manjar.
Minerva, la hija mayor, acababa de cumplir los nueve años. Siendo ella sin lugar a dudas la consentida de sus padres, como suele suceder con el primer hijo, era por más la compañera inseparable de Mónica. Además, su carácter dulce y tierno se ganaba fácilmente la simpatía de quien la conocía. A su corta edad debía acompañar invariablemente a su madre en todas las reuniones de sociedad que cada martes por la tarde se llevaban a cabo en su mansión. Al fin y al cabo su destino seria el crecer y casarse con un muchacho de sociedad, por lo cual debía, desde chica, ser educada dentro de este ambiente.
Alexis, el segundo de los hijos, había nacido apenas trece meses después de Minerva y representaba el orgullo de Álvaro. Al ser el primogénito varón, cargaba desde su nacimiento el gran peso de heredar el control del emporio fincado por el padre. Sin embargo, su carácter rebelde y despreocupado representaba un contínuo dolor de cabeza para sus padres.
El tercero en la familia era Aristi., niño inocente y feliz, quien a su corta edad no deparaba en conflictos ocasionados, ni por la marcada preferencia de sus padres hacia sus hermanos, ni por el trauma que a cualquier otro niño que empieza a tener conocimiento del mundo, podría ocasionarle el tener un nombre tan poco común. Aristi vivía feliz su infancia, a su modo y en su mundo, disfrutando cada momento. A diferencia de Alexis, tenía un carácter apacible y alegre.
Entre Aristi y Adry (el cuarto hijo), habían transcurrido tres largos años. Un embarazo intermedio había sido interrumpido de forma abrupta, debido a una infección contraída por Mónica. Sin embargo, esto no había evitado que un nuevo embarazo trajera a este mundo a Adry, un hermoso varón de cabello rubio, quien desde su llegada, demostró tener un carácter dócil y tranquilo.
El último de los hijos era Mireya. Nacida apenas diez meses después de Adry, parecía haber llegado a este mundo tratando de recuperar el tiempo perdido entre Aristi y Adry. Su carácter era una combinación entre la dulzura de Minerva y la alegría de Aristi.
ÁLVARO Y EL CAFÉ (abreviado)
El gusto de Álvaro por el café inició cuando era aún muy pequeño. Fue en aquellos días que debía acompañar a su papá a los muelles del Puerto de Veracruz, donde había conseguido un trabajo temporal de estibador, cuando algún barco de grandes dimensiones se estacionaba en ese puerto, y enormes cantidades de mercancía debián ser descargadas en el menor tiempo posible, pues cada minuto que el carguero permanecía anclado a ese malecón, representaba el erogar una gran cantidad de dinero.
Esas ocasiones, su padre trabajaba día y noche hasta lograr descargar toda la mercancía asignada a ese puerto.
Sin embargo, la recompensa venía después. No era tan solo el recibir la paga acordada, sino el acudir a El Café de La Parroquia a degustar un delicioso café lechero, que acompañado del famoso “tintineo” del lugar, hacía de esta visita algo imprescindible, tras una ardua jornada de trabajo.
El Café de La Parroquia se fundó hace más de dos siglos ( en 1808 para ser exactos), y se hizo famoso en el Puerto de Veracruz, gracias a su Café Arábiga, que preparado con su combinación exacta de cuidadoso cultivo, meticulodo tostado y adecuado molido, le conferían un exquisito sabor y, por supuesto, un inigualable aroma. Además, se encontraba ubicado frente al malecón.
En este café se reunían desde miembros de la alta sociedad y clase política, hasta los más humildes trabajadores y estibadores del puerto.
El semblante de su padre, una vez sorbidas las primeras gotas de aquel mágico café, se transformaba al instante, pareciendo olvidar, en ese momento, todo el cansancio y penurias pasadas tras aquella ardua jornada.
Debido a esto, Álvaro se prometió a sí mismo montar algún día un café, que sirviera de relax a quien así lo requiriera.
UN SUEÑO DE ARISTI
Esa noche visité el cielo. Tuve la oportunidad de realizar un viaje que me trasladó, en una sola fracción de segundo, a un lugar que, sin duda alguna, es el cielo. Es este un lugar fuera de nuestro mundo donde por supuesto tuve que viajar desapegado de mi cuerpo. Un lugar oscuro, pues al no tener ojos no se requiere ver nada. Un lugar silencioso, pues al no tener oídos no se requiere escuchar nada. Un lugar inodoro, pues al no tener olfato no se requiere oler nada. Un lugar no climatizado, pues al no tener piel no se necesita sentir nada. Y por supuesto es un lugar insípido, pues al no tener necesidad de alimentar un cuerpo, carece del sentido del gusto. Al no existir un cuerpo físico, el dolor y el sufrimiento no tienen ahí cabida.
Sin embargo, es este un lugar repleto de sentimientos. Pero no de sentimientos corporales, sino de sentimientos espirituales. Es, sin duda, un lugar de naturaleza espiritual. Más que un lugar, pues carece también de espacio, es un estado de conciencia, donde infinidad de espíritus se encuentran flotando en el éter rodeados cada uno por un capullo, o más bien yo diría encapsulados en un capullo. Mas no es este un capullo material como el que conocemos nosotros los humanos. Es un capullo de energía. Cada espíritu permanece en un estado de hibernación dentro de su capullo, donde su única misión, es adquirir cada vez más conocimiento que alimente su espíritu. Y como la fuente de conocimiento es infinita, no existe tampoco el tiempo que le marque a cada uno la velocidad de su avance. Hay una cantidad infinita de espíritus en esta situación, y ninguno de ellos compite con otro, pues los sentimientos como la envidia, el celo, el orgullo y todos aquellos que tienen aunque sea un pequeño rasgo de maldad, están, por supuesto, ausentes de este “lugar”. La fraternidad es, sin duda, el sentimiento más abundante, pues cuando un espíritu requiere un conocimiento que otro posee, no debe ni siquiera solicitárselo, solo lo adquiere por una especie de ósmosis, como quien toma un libro de un estante en una biblioteca a fin de obtener un dato requerido. El espíritu que provee de un conocimiento a otro, obtiene, a su vez, un crecimiento interno. Existe una meta común para todos los espíritus, y es la de lograr, en conjunto, el conocimiento divino superior, que solo los dioses pueden adquirir, pero al ser este infinito, se convierte, a su vez, en algo inalcanzable. Pero esto no representa un trauma ni un motivo de desaliento, pues al no existir el tiempo lo infinito no tiene sentido alguno.
Este, sin lugar a dudas, es el cielo, carente de sentimientos terrenos, carente sobre todo de la envidia, que es, por mucho, el peor sentimiento que corroe al hombre. Si no existiera la envidia, nadie vería al vecino de al lado deseando sus pertenencias. Nadie querría ser más que otro. Nadie desearía mal a otro ser para regocijarse con su dolor. Nadie vería a otro ser como superior o inferior, sino como igual a sí mismo.
Yo visité el cielo. Que gran fortuna y privilegio, y a su vez que dolor tan grande el tener que regresar a este mundo terrenal, después de haber estado ahí. Solo me queda el consuelo de saber que el cielo sí existe, y que en este planeta también existe algo llamado tiempo, y la vida se rige por él, y por lo tanto no es eterna, por lo que algún día llegará el momento de abandonar este cuerpo y partir a formar parte de aquellos espíritus, que participan de la loable misión de lograr la perfección del conocimiento, que conforma el Ser Divino.
SINOPSIS
Entre Sueños y Café narra la historia de los Breet, una moderna y acaudalada familia, formada por Álvaro, Mónica y sus cinco hijos, Minerva, Alexis, Aristi, Adry y Mireya, de cómo el gusto y adicción por el café llevan a Álvaro a crear un imperio, iniciando con una pequeña cafetería y armando un conglomerado de negocios relacionados con la comida, desde restaurantes de especialidades, hasta una gran cadena de supermercados. Describe la vida de cada miembro de la familia, y muestra como cada hermano, a pesar de tener todos los mismos genes, la misma sangre e incluso la misma educación, toma un camino diferente. Toda la narración gira en torno a Aristi, un niño ingenuo y soñador y el más espiritual de la familia, quien desde su tierna infancia y como hijo “sándwich’, se siente diferente a sus hermanos, y con sus sueños, mágicos la mayoría, aterradores otros, influye, de manera positiva, en cada uno de ellos. Sin embargo, conforme va creciendo, empieza a vivir su vida en un mundo creado entre sus sueños y su realidad, llegando incluso a confundirlos y no saber diferenciar donde acaban unos e inicia la otra. Por otro lado, tiene que luchar consigo mismo tratando de llevar una vida espiritual, contrastando con el lujo y glamour a que toda su familia está más que acostumbrada, y que aún a él, le cuesta renunciar. La historia de esta peculiar familia inicia para Aristi con un sueño y una taza de café.
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