ENTRE EL CEMENTO Y EL CIPRES

ENTRE EL CEMENTO Y EL CIPRES

MARIA NJ

02/02/2018

El primer día que pisé las oficinas de la empresa me impresionó la amplitud de las mismas, excepto los despachos de los directores todo era diáfano, con un estilo minimalista y decorado con enormes plantas cuyo verdor se perdía con buen gusto por las mesas blancas de los empleados. La sensación de pulcritud y limpieza de los aceros inoxidables que formaban la barandilla y la escalera , el mostrador central con el emblema corporativo y la cantidad de luz exterior que entraba por los enormes ventanales junto con los techos altísimos daban una sensación de agradable lugar de trabajo para los tres o cuatro empleados que la formaban. Diez o doce mesas blancas con apenas utensilios de trabajo y tan solo las de los trabajadores llenas de papeles e impresoras en movimiento con su característico ruido… Ruido que se perdía en el apenas perceptible hilo musical ambientando el lugar con una música de clásicas connotaciones. La vista de la ciudad desde las cristaleras era gratificante para los ojos, de hecho, creo que es la mejor fotografía que siempre tuve de ella.

Me llamó la atención la simpatía de Sofía Ruiz. Era la primera cara que te encontrabas al salir del ascensor en el piso 15 del moderno edificio. Se encontraba sentada detrás del separador de madera que rodeaba la espaciosa sala, el resto del personal se encontraba a sus espaldas y cada uno de ellos trabajando en su cometido. La primera impresión fue de agradable ambiente, moderno pero austero y serio, transmitiendo la fría sensación que más que una gran empresa naviera, dedicada al transporte e importación-exportación de productos alimenticios parecía una notaría o un despacho de abogados. Por un momento me puse en la piel de Melanie Griffith interpretando aquella película “Armas de Mujer” cuando se disponía a incorporarse al puesto de trabajo de secretaria por primera vez. El lugar era similar. Creo que puse la misma cara de asombro e incredulidad, a la par que emocionada que la extraordinaria actriz.

Los ojos de Sofía asomaron por encima de sus gafas al abrirse de par en par la puerta del ascensor y no dejó de observarme durante los aproximadamente diez metros que nos separaban. Su mirada y su sonrisa me indicaban claramente que debía de pasar por ella aunque mis ojos recorrieron rápidamente la estancia y pude ver que tanto a derecha e izquierda se encontraban puertas que imaginé eran despachos de personal. Pero sin parar, efectivamente me dirigí a ella.

El repaso visual al que me sometió no me resultó extraño. El trabajo de recepcionista pasa por ser un buen observador en cuanto a clasificar al interlocutor que tiene delante y como en todas las profesiones acabas siendo un poco psicólogo en cuanto a catalogar a las personas, con la simple actitud, el modo de vestir, la cara de sorpresa o los ademanes fijan la primera impresión y con ella se quedan.

Yo me había preparado concienzudamente para el día de hoy. Mi larga melena rubia perfectamente peinada y un ligero maquillaje tapaba las imperfecciones que los cuarenta años de “year old” se habían fijado en mi rostro y que nunca tuve voluntad de esconder. El traje de chaqueta azul marino con la escotada camisa blanca de seda era un acierto siempre porque daba la sensación de seriedad y pulcritud que la situación requería. Los altísimos tacones de zapato salón con el bolso adecuado estilizaban mi figura hasta incluso parecer mucho más alta. Lo que digo, un acierto. Y siempre, siempre contrarrestando el suave maquillaje los labios rojo pasión. Más acierto todavía. Un traje de chaqueta oscuro denota seriedad. Estaba segura de mí al cien por cien. Por lo menos en primera instancia.

-”¡Buenos días!” Dijo, mirándome fijamente a los ojos a la vez que una preciosa sonrisa enmarcaba su perfecta dentadura.

– “¡Hola, buenos días!. Soy María. He quedado a las diez con el Sr. Soler”. Le contesté agradablemente a la vez que dejaba perfilar la mía.

Miró fijamente el reloj inmenso que colgaba de una columna, la única visible en todo el recinto. Mis ojos supervisaban cada uno de sus movimientos intentando adquirir conocimientos y costumbres del que, casi con toda seguridad iba a ser mi futuro lugar de trabajo.

Llamó por teléfono avisando de mi llegada.

– “Siéntese un momento y enseguida le recibirá”. Esbozó nuevamente una sonrisa.

Volví sobre mis pasos.

Dos amplios tresillos a ambos lados del ascensor formaban el adorno intermedio entre la dualidad de pasillos y me pregunté si mi zona estaría a derecha o izquierda, o quizás formaría parte del núcleo central de personal que seguían sus cometidos situados a espaldas de Sofía. Las tres personas, dos mujeres y un hombre se encontraban enfrascados sin levantar la cabeza de los ordenadores. Pero me percaté que la única uniformada, chaqueta roja y pañuelo bicolor propio de azafata o recepcionista era ella, con una placa prendida a su chaqueta indicando claramente el nombre . Sofía.

Los diez minutos aproximadamente que permanecí sentada juguetee con la tarjeta de visita que me habían proporcionado en RRHH la semana anterior, una vez que superé la prueba de selección para el puesto de Secretaria Personal del Sr. Juan Soler y al que estaba a punto de conocer. Aunque también me advirtieron que llevaría conjuntamente la agenda del abogado de la empresa, el cual trabajaba única y exclusivamente para ésta. No dejé de preguntarme que alcance de trabajo podía tener un Licenciado en Derecho para trabajar en exclusividad para ellos salvo el propio de que fuese abogado y a su vez, tuviese otras funciones. Tampoco me importaba mucho. La labor de buena secretaria siempre fue la de ver, oír y callar aunque en mi caso ésta se ampliaba a ver, oír, callar pero también pensar. No podía evitarlo.

Ensimismada en la tarjeta no percibí las señas que Sofía me hacía para indicarme posteriormente que pasara al despacho numero tres donde me esperaban.

Respiré con tranquilidad mientras leía la placa situada a la derecha “Secretaria de Dirección” y toqué dos veces a la puerta antes de entrar.

Una sala de juntas o algo parecido. Amplia mesa de cristal escasa de trastos y rodeada por unas ocho o diez sillas tapizadas en azul. Pared blanca de la que colgaban dos enormes cuadros, del estilo que nunca supe si es modernista o simplemente “casualogista “ el resultado del mismo, de esos que si le añades una raya más o le quitas un cuadrado menos se sigue llamando vanguardista. A la definitiva no entiendo de arte pero el aspecto de las paredes es más cálido, sin lugar a dudas. A la derecha una librería de color negro cuya función más que albergar unos pocos libros servía de soporte y lucimiento de pequeñas esculturas étnicas en colores naranjas, verdes y azules colocadas estratégicamente para destacar del blanco de las paredes y la tonalidad oscura del mueble. Una mesa de trabajo al otro lado con su gigantesca silla giratoria y un armario archivador completaban este amplio recinto que, dicho sea de paso, daba la impresión de estar vacío de personal.

Situado frente al ventanal de cristal que formaba la pared del fondo la silueta del hombre observaba la gran estampa que formaba el cielo con la ciudad.

No se giró bruscamente cuando entré y por unos segundos pude observar su porte de espaldas. Tipo alto, moreno, con frondoso cabello y vestido con un traje de firma, casi seguro, y aun sin ver su rostro me pareció un hombre atractivo. Lo confirmé enseguida cuando se giró hacia mí. Infinitamente agradable su sonrisa, un señor pero que muy, muy atractivo.

Me dio la mano apretándola firmemente, tanto que su otra mano también reposó en la mía, signo inequívoco de “buen rollo” y daba la impresión que desde el minuto uno le agradé.

“ Juan Soler. Director y Administrador de la empresa”. Se presentó cual tarjeta de visita en mano.

– “Soy María”. Le respondí omitiendo el apellido.

Era obvio que sabía mucho de mí por el informe que tenía en la mesa; una carpeta azul con mi nombre en letras negras.

“Siéntate por favor” propuso indicándome con rapidez manual una de las sillas de la esquina.

El se sentó al lado.

Hombre interesante donde los hubiera pero no dejaba de parecerme el clásico “estoy muy bueno y lo sé”. El pelo ondulado le caía ligeramente por encima de las gafas de diseño con un corte estudiado peinado-despeinado y rematado con una capa de espuma o brillantina, pero sobre todo y ante todo con buen gusto. Olía espectacularmente bien, perfume clásico masculino con matices amaderados. El aroma, exquisito y muy varonil ocultaba poderosamente el olor a ambientador de la estancia. Impoluta camisa blanca y corbata gris resaltaba sobre el traje azul marino. Zapatos caros, muy caros diría yo. Rondaría los cuarenta o cuarenta y cinco años de “tio bueno en grado uno” como diría una vieja amiga, aunque a mi nunca me gustó este prototipo-canon tan de moda en nuestros tiempos. A pesar de ser muy cortés en sus formas y extremadamente educado en su vocabulario denotaba superioridad en la conversación dejando muy claro en sus argumentos quien imponía la jerarquía clasista entre él y yo. Pero bueno, a pesar y en contra de todo, resultó encantador.

Noté sus miradas rápidas a mi pelo, a mi aspecto y muy de vez en cuando a mis piernas hasta llegar a ver los zapatos. Aprecié con sutileza su repaso general por mucho que se esforzaba en hacerlo con decoro y casi superficial.

Llevábamos apenas quince minutos de charla en la que alternaba sus preguntas con miradas directas al interior de la carpeta azul en la que figuraba mi nombre. Estoy segura y así me lo confirmaron en recursos humanos que decidieron ficharme por mi alto nivel de inglés aunque con el curso del tiempo apenas hice uso de él ya que todo el mercado de importación y exportación de la compañía radicaba en países latinos y solo con pequeños contactos en Brasil tuve que hacer uso del anglosajón debido a que nadie hablaba portugués.

La puerta se abrió de golpe sin atisbo de educación para dar paso al segundo de a bordo. Sin lugar a dudas era como lo imaginé. Mi sexto sentido junto a mis dotes de psicóloga amateur lo catalogaron desde el minuto cero. Cara de pocos amigos y ojos espectacularmente vivos destacaban sobre cualquier otro aspecto, fría y falsa personalidad que junto a su porte altivo formaban un conglomerado de persona estúpida donde las haya. Con el paso del tiempo supe que en poco o nada me equivoqué al juzgarlo.

Juan Soler se apresuró a presentármelo.

– “María, te presento a Paco. Francisco Martinez, el abogado. Es la persona de la cual te ocuparás de su agenda, al igual que la mía y a quien ayudarás en lo que te pida. ¿Correcto?.”

– “Claro, por supuesto. Espero podamos trabajar en perfecta armonía los tres.” Fue la única tontería que se me ocurrió decir.

Paco me miró de arriba a abajo y de derecha a izquierda con esa mirada propia del que no le interesa en absoluto lo que vé. Ni una palabra salió de su boca, ni siquiera me estrechó la mano. Una estantería hubiese llamado más su atención por más amable que fui pero no me importó. Calé desde el primer momento al susodicho. El ego de este tipo de personas les impide ver más allá de su propia aureola y por descontado, las personas que trabajan para ellos no dejan de ser peones manejables a su antojo. Lo dicho, la ventana del fondo parecía más importante.

-”Juan, vamos a tu despacho. Tengo que hablar contigo.” Fueron las únicas palabras que le escuché.

Su voz sonaba rotunda. De los que marcan sentencia, que no tendencia, y por un momento me lo pude imaginar en los tribunales achantando y amedrentando a alguien hasta hacerle confesar. “Confiesa, confiesa”. No pude reprimir una ligera sonrisa pensando en ello. Patético.

Tampoco tenía mal aspecto más allá de su propio egocentrismo y estupidez. Un poco entrado en los cincuenta diría yo y algo de sobrepeso al margen de una incipiente calvicie. Pero en general, moderno y sobrio, muy en su papel de prepotente persona con aires… ¡que digo,aires! con huracanes de superioridad.

Y allí me dejaron ambos no sin antes indicarme que ese mismo despacho y no otro sería mi lugar de trabajo.

Era grande y amplio lo que me gustó desde el primer momento y más cuando venía de trabajar en un pequeño cuchitril donde no había espacio físico ni material para dejar un simple bolso, que pasaba las largas jornadas apalancado junto a la papelera, en el suelo. Me puse a investigar el entorno, con la tranquilidad de recordar las palabras de Juan antes de la invasión fortuita de Paco “estás contratada desde ahora mismo así que empieza a familiarizarte con el entorno y presentate tu misma a los compañeros de fuera”.

Mi primera reacción fue sentarme ante la impoluta mesa de cristal dándole la espalda a la gran ciudad. La ventana de cristal ocupaba todo el frontal y su vista era impresionante. Pero en el frente se encontraban mis futuros dominios. Tres puertas, una en cada pared y a su lado los cuadros de arte ¿impresionista o impresionante por su tamaño?. Al fondo, la puerta de entrada principal y a mi izquierda la puerta falsa del despacho de Juan Soler, tras la cualestaban reunidos. A mi derecha la de Francisco Martínez. Y yo en medio de los dos, presidiendo la inmensa mesa de sala de Juntas. Ninguno de los jefes tenían que salir al exterior de las oficinas para reunirse ya que podían pasar de uno a otro despacho a través de mi ubicación.

Ese mismo día me puse a trabajar con la complicidad de Ana, una de las auxiliares que trabajaba en el hall central, ella me instruyó en todo lo que me hacía falta saber, uso de centralita, ficheros de proveedores, de acreedores, de personas de contacto, manejo de servidores, ordenadores y especialmente de la intendencia interna cuyo cometido supervisaría. Todas las compras, material y servicios en general, asi como la facturación pasaría por mis manos a fin de dar el visto bueno para las firmas. Por supuesto la agenda de los dos jefes, sus eventos, visitas, reuniones, viajes, etc. Lo normal en este tipo de trabajo para una secretaria de Dirección. Ese sería mi nombre de guerra y mi nombre de nómina…la secretaria.

Me integré bien, en general, con todo el personal al cabo del tiempo…

Cristina, la contable. Personaje difícil de catalogar, hablaba poco o nada y apenas se relacionaba con nadie , ni siquiera en las paradas para almorzar donde casi todos los empleados bajábamos al bar durante tres cuartos de hora de descanso. Nunca se hablaba del trabajo en estos corrillos salvo algo puntual que hubiese sucedido a lo largo de la jornada o las visitas que de vez en cuando recibían los jefes. Cristina se sentaba aparte, como si su status laboral le impidiese bajar a nuestro nivel obrero y su actitud prepotente y antipática era acorde al escaso numero de personas que formaban su entorno.Más sola que la una. Un carácter digno y tipificado de estudio para psicólogos. Acople perfecto para Paco con el que se reunía a menudo para temas de cuentas, balances y asuntos fiscales, sobre todo en el ámbito internacional.

Creo que nunca le caí bien porque desde que percibí la primera nómina se quejó a los Jefes de que su sueldo debía ser superior al mío, ante mi asombro, porque yo jamás pedí nada y éste se me adjudicó desde mi ingreso. Supongo que su categoría laboral debía de estar más valorada pero no era mi campo ni mi problema. Allá ella con el suyo.

En la primera cena de empresa que asistí conocí al resto del personal, los que desarrollaban su trabajo en el propio almacen portuario, unos diez o doce hombres cuyo cometido era la carga y descarga de contenedores en los dos buques propiedad de la sociedad. Allí se almacenaban cuando llegaba la mercancía a esperas de camiones que lo trasladaban a su destino final. Conocí a Teo, el Director-Responsable de este área. Estuvimos departiendo toda la noche amigablemente y pude descubrir a un tipo sensacional con el que conecté desde el primer momento. Sencillo, amable, muy familiar aunque un poco rudo. Cristina se sentó durante la cena al lado de uno de los Jefes de grúa, un ruso muy agradable y simpático. Ambos acabaron la noche por cuenta ajena y ese parece ser que fue el comienzo de un tórrido romance. A los pocos meses se casaron y ella endulzó un poco su genio con respecto a los demás. Lo que ocurrió un tiempo después fue que el ruso se encontraba en busca y captura por asuntos turbios que nunca conocimos y un día la policía se presentó en el muelle, se lo llevaron y nada mas volvimos a saber de él salvo que fue deportado a su país. Nunca se volvió a tocar el tema y ella volvió a su agrio carácter por los siglos de los siglos….pero esto resultaba una mera anécdota, la mala leche ya le venía de serie.

En cuanto a los demás compañeros todos resultaban amables y buenos colaboradores, incluso en ocasiones tomábamos cervezas en la cafetería del bajo a la salida del trabajo. Ana, Sofía, Marcos, José Manuel e incluso Jorge, Alberto y varios becarios que pasaron cortas temporadas en periodos de aprendizaje. Todos nos llevábamos estupendamente bien y en perfecta armonía lográbamos sacar adelante el trabajo con optimismo. Buen ambiente en largas jornadas, en general.

Mi vida transcurría sin sobresaltos….

SINOPSIS

Los paréntesis de una existencia y como afrontarlo. El mundo del hampa y del crimen. Situación inimaginable de María que en tres años pasó de una existencia anónima a ser la protagonista de un complejo proceso judicial. Largos días de testigo protegido y su realidad.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS