Capítulo I
Cuando las clases terminaban, Castelldefels cobraba una nueva vida. El verano siempre daba su pistoletazo de salida con la verbena de San Juan. Era una noche mágica, todo el pueblo lo sabía y no había familia que no estuviera preparando a esas horas todo el arsenal de la fiesta; los petardos, la coca de fruta, los mejillones a la marinera… eran clásicos que año tras año se repetían en todo el mediterráneo, pero especialmente en la playa de Castelldefels. Los chiringuitos lo sabían y se preparaban para una noche de alcohol, fuegos artificiales, música y baile.
Toda la mañana había sido un ir y venir, que si los cubitos de hielo, que si el carnicero cargado con la especialidad de la casa (costillar adobado), el panadero, el camión de la cerveza, ¡dieciséis barriles había descargado! el calor, para ser finales de junio, estaba apretando bien y seguro que antes de la noche caerían unos cuantos litros. José iba colocando el género, tal y como le ordenaba el cocinero, un marroquí que había pasado por todos los chiringuitos de la playa; la carne en la nevera, el hielo en el congelador… Estaba empapado de sudor, eran las doce del mediodía y el termómetro marcaba 24º. Iba en pantalón corto y camiseta de tirantes, aún no llevaba puesta la nueva camiseta corporativa con el nombre del chiringuito, porque sabía que, con el ritmo que le esperaba, no iba a llegar a la hora del servicio en condiciones. Debía darse prisa, un grupo de chavales estaba en la barra pidiendo cerveza y aquello iba a ir a más, suerte que de un momento a otro llegaría el resto del equipo.
Las hamacas estaban casi todas reservadas; a mediodía esperaban a un grupo de dieciséis chicas que celebraban un cumpleaños, todas querían tomar el sol después de comer y durante la mañana no había parado de recibir llamadas haciendo reservas. Pronto tendría todas las mesas llenas, comer delante del mar y luego tomarse el café en una hamaca era un lujo al alcance de cualquiera, además la política de precios populares atraía cada año a más y más turistas, sobre todo nacionales.
Estaba en una hamaca de primera fila, llevaba allí un par de horas, miraba el mar con aire lánguido con su habitual «laisser faire». El labio inferior, a pesar del pintalabios, lo tenía algo hinchado, algún mordisco de vete a saber quién … la de San Juan, nunca era su mejor noche, el alcohol estaba a su alcance en demasiados locales; era una fiesta peligrosa para los que no controlaban la bebida, había alcohol y drogas por toda la playa.
José sabía mucho de eso, llevaba desde los dieciocho años trabajando en el mismo local todos los veranos; había vivido ya unas cuantas verbenas como camarero y sabía cómo solía terminar esa noche. A pesar del trabajo, lo observaba todo desde la barra; su presencia le hacía sentir incómodo. Había algo que le perturbaba. Se conocían del instituto y a pesar de que sus vidas no tenían nada en común, le producía dolor aquella imagen. Siguió con su trabajo, el tiempo apremiaba y no era momento de reflexionar sobre el tema. Cuando volvió a levantar la vista para mirar cómo estaba la terraza y qué mesas faltaban por servir, vio que ya no estaba, se había ido.
-Mejor, pensó para sí, y siguió con su tarea.
Capítulo 2
Aquel Viernes de San Juan era festivo también para ella, estaba buscando por internet una receta de Shakshuka, su amiga Dunia le había regalado una tajine y quería estrenarla con ese plato, menudo festival se iban a dar las dos para celebrar el día de su santo. Dunia traería el vino y ella prepararía la comida, después de comer pensaban pasarse por el chiringuito a tomar un buen gin-tonic y, si había suerte, coger una hamaca para pasar la tarde tostándose al sol.
La receta no parecía complicada, la buscó en Cookpad, tenía todos los ingredientes:
1 pimiento verde, 1 pimiento rojo, 1 cebolla, 3 dientes de ajo, 4 tomates maduros, laurel, comino, pimienta molida, pimentón de la Vera, 1 guindilla, aove, sal , 4 huevos y perejil.
Se puso manos a la obra, empezó cortando la cebolla y el ajo junto con la guindilla, los pochó en la tajine con el aove; luego añadió los pimientos cortados en brunoise, los tomates rallados, el pimentón, el comino y la hoja de laurel, tapó la olla con la tapa cónica y dejó cocinar durante veinte minutos a fuego lento.
Cuando lo tuvo todo listo aún era muy pronto, no eran ni las 10. Le gustaba levantarse temprano, parecía que los días cundían más. Había quedado con Dunia a la 1, después de una noche de verbena -no me hagas madrugar -le dijo su amiga; así que cocinaría los huevos en el último momento, no dejaban de ser unos huevos pochados y tenían que estar en su punto exacto de cocción.
Antes de servirlos haría unas fotos para su Instagram, Dunia seguro que le
prepararía una buena puesta en escena. Se quitó el delantal, con su nombre bordado en letras rojas, que se había comprado en Málaga el otoño anterior y salió a la terraza con una copa de vino blanco, un Ermita d´Espiells bien fresquito; desde su casa se veía el mar. Vivía en la calle Estrella de mar, en un primer piso sin ascensor con vistas a la calle y, de lado, también con vistas al mar. Su pequeño apartamento de soltera estaba decorado con un estilo muy marinero, paredes blancas, muebles decapados en tonos pastel y cuadros enmarcados en diferentes tonos de azul.
Estaba tomando el sol en su terraza y aún no había dado ni un sorbo al vino cuando sonó su móvil. Era su jefe, -el chico que colocaba cada mañana las hamacas del «Dolce Vita», el chiringuito en frente de la residencia de ancianos «El Sol», se acababa de encontrar un cuerpo sin vida, le relató Marcos, el comisario jefe. -Joana ve de inmediato, le dijo – el cadáver debe levantarse antes de que los turistas empiecen a venir.
Cruzó el Paseo Marítimo y en un par de minutos llegó al lugar de los hechos, se encontró con un revuelo de gente preguntando; los abuelos y el personal de la residencia asomados a los balcones con cara de pánico, grupos de jóvenes que aún no habían terminado la fiesta, parejas madrugadoras que iban a tomar el primer baño de mar; unos hacían preguntas a los otros, nadie sabía nada, pero cada cual explicaba una historia. Pasó entre los dos coches patrulla que estaban al lado de la ambulancia, el juez de guardia ya estaba examinado el cuerpo, y sus compañeros ya habían acordonado toda la zona. Se acercó con la grabadora encendida para ir relatando lo que veía.
Lo primero que se encontró al llegar fue un cuerpo medio envuelto en una toalla roja de playa, se le desencajó la cara, nunca se acostumbraría a aquellas escenas. Después que un compañero de la científica terminara de hacer fotos, el juez de guardia le dio la vuelta al cuerpo, al cadáver se le cayó la peluca negra que llevaba puesta, tenía la cara llena de arena pero se entreveían unos ojos y unos labios muy maquillados, siguió con el reconocimiento, el juez retiró la toalla, le habían quitado la ropa interior; entonces vio que le habían amputado los genitales. Le faltaba un zapato, solo llevaba la sandalia del pie derecho, una sandalia de tiras blancas y negras con un tacón de cuña, parecía muy nueva. Era el cuerpo de alguien muy joven, solo llevaba un top negro y tenía un pinchazo en el cuello, cuando le quitaron la arena de la cara, reconoció aquel rostro.
Joana preguntó por el chico que lo había encontrado. Rafa, su compañero de patrulla, que había llegado unos minutos antes que ella, le hizo una señal con la cabeza señalando la pequeña terraza del chiringuito; vio a un chaval que estaba sentado a la sombra con una tila que alguien le había preparado, los brazos apoyados en sus rodillas y sujetándose la cabeza, miraba al suelo. Se presentó, -soy Joana, inspectora del grupo de homicidios de los mossos, -¿cómo te llamas?, -Eduardo Gonzalez, pero todo el mundo me llama Edu. -¿puedes decirme cuándo te has encontrado con el cadáver?, preguntó Joana, al chico no le salían las palabras, -mire, dijo el chaval, yo no sé decirle, -he venido como todos los días a las nueve. -Me he puesto a recoger la funda que cubre las hamacas para empezar a ponerlas en la arena, cuando ya estaba casi a la mitad he visto un bulto tapado con una toalla de playa, no me ha extrañado, muchas noches la gente se viene aquí a beber, y a otras cosas, que usted ya se puede imaginar, así que estoy acostumbrado a encontrarme de todo; pero al levantar la última hamaca me he dado cuenta que allí había algo. -¿Has tocado el cuerpo? -sí Sra. al ver la toalla me he dado cuenta que estaba envolviendo algo, pero no me imaginaba que me iba a encontrar con esto. -Solo he visto que asomaba una cabeza, pero me he dado cuenta que pasaba algo porque no se movía por más que le sacudía el brazo. Me he asustado y he llamado al 112.
-¿Has visto a alguien por aquí cuando has empezado a trabajar? , -sí Sra., dijo Edu, -estaba la patrulla de limpieza, ya sabe usted como se queda la playa después de la verbena.-¡Mierda!, pensó Joana, seguro que han destruido un montón de pruebas . -¿Viste algo o a alguien que te llamara la atención? -No Sra.
Capitulo 3
A sus 38 años Joana solo había tenido un par de relaciones serias, incluso estuvo a punto de ir al altar, pero en el último momento, Jorge, su futuro marido, decidió irse con una mujer diez años mayor que él, divorciada y madre de dos hijos. Por supuesto que esa relación tenía los días contados, pero a ella la hundió en una profunda depresión. Suerte que su trabajo no le dejaba demasiado tiempo libre y el día a día, sobre todo en verano, estaba lleno de casos por resolver, pequeños hurtos en la playa, algún turista embriagado que se iba sin pagar…en Castelldefels convivían pacíficamente la gente del pueblo, los turistas, los raterillos de poca monta y algún que otro mafioso que solía estar bien vigilado.
Aquel inicio de verano no estaba presentando ningún quebradero de cabeza para el cuerpo de policía, de momento los turistas nacionales y extranjeros iban llegando a sus apartamentos y hoteles para pasar sus vacaciones; los chiringuitos de la playa, montados desde semana santa, estaban ya a pleno rendimiento y todo el mundo parecía feliz porque la llegada del verano suponía trabajo para la gente del pueblo, incremento de clientes para los comercios, caras nuevas y diversión para los jóvenes. Hasta que llegó San Juan y aquel ritmo inicial se rompió en mil pedazos .
El verano siempre suponía cortar con la monotonía invernal, en cuanto llegaba el buen tiempo los hobbies de Joana pasaban a un segundo plano. Le gustaba cocinar y tener a sus amigos alrededor de una buena mesa. Sus compañeros también accedían gustosamente a probar sus recetas exóticas, sobre todo en los meses de invierno que tenían mucho más tiempo libre.
En esa época del año, de noviembre a marzo, cuando la vida era mucho más tranquila, algunos sábados por la mañana Joana cogía el tren en el apeadero y se iba directa a Barcelona, solía bajar en la última parada y tomarse un cortado en el bar de la estación donde parecía que el tiempo se había detenido. Le gustaba aquel enorme local de techos altos, maderas antiguas y grandes lámparas, porque los camareros tenían un ritmo lento, sin prisas, como si el ir y venir de trenes y pasajeros no tuviera nada que ver con ellos. ¡Cómo había cambiado la estación de Francia! Aún recordaba cuando de niña iba, junto a su madre, a recoger a su tía María y a sus primos que venían en el Talgo de Ginebra. Pero a pesar de que ya no tenía el encanto de aquellos años, a ella le gustaba bajarse allí y empezar a explorar su querida Barcelona; casi siempre solía hacer el mismo recorrido, nunca se cansaba de callejear por aquellos barrios.
Al salir se iba paseando hasta el Paseo de Colón y desde allí subía por Vía Layetana para ir al mercado de Santa Catalina, donde siempre encontraba alguna delicatesen que comprar; sus años de noviazgo con Jorge le habían dejado un gusto por la buena cocina y los buenos restaurantes. Los fines de semana, cuando libraba, dedicaba su tiempo libre a elaborar ricas recetas, se inspiraba en sus libros de cocina, la mayoría de cocina española, pero a veces se adentraba en otras más exóticas, como la marroquí o la hindú, se estaba convirtiendo en una foodie, y así lo reflejaba su cuenta de Instagram, que no paraba de crecer. Joana prefería ese mercado al de la Boquería, siempre se quejaba de que ya no era un mercado al uso, sino un escaparate para turistas.
Otros sábados bajaba con Dunia y hacían el trayecto diferente, desde la estación de Francia se iban dando un buen paseo hasta el Carballeira a comer una buena empanada gallega, era uno de sus restaurantes favoritos, uno de esos locales con solera que el nuevo diseño no había despersonalizado.
Eran amigas desde la infancia, habían ido al mismo colegio juntas y no había secretos que no conocieran la una de la otra, la vida las separó cuando Dunia conoció, en el verano del 2000, a un americano que estaba haciendo un master en Esade, se enamoraron y ella se fue a vivir con él a Boston. Con su recién estrenada licenciatura en conservación y restauración de bienes culturales hizo las maletas hacia una nueva vida.
Julio de 1995
Nació un 7 de abril, era un bebé precioso, con esa belleza rota de los que saben, ya antes de nacer, que han venido a sufrir. Tenía unos grandes ojos azules que miraban con un miedo ancestral el mundo al que acababa de llegar.
En aquel momento él no sabía lo que la vida le deparaba, pero ahora que han pasado veintiún años, os puedo decir que ya intuyó aquel día de abril que su vida no iba a ser fácil, ni siquiera lloró al nacer, los médicos tuvieron que reanimarle.
Su madre, una rusa bellísima, alcoholizada y prostituida por las mafias de su país lo dio en adopción nada más nacer. No tenía ni la menor idea de quién era el padre, la habían hecho trabajar en el bar Oasis hasta el mismo día del parto. Olga, ese era su verdadero nombre, hubiera sido feliz en su Omsk natal, trabajando en una de sus múltiples fábricas; pero tuvo la mala suerte de cruzarse con Nico, un albanés que se hacía pasar por italiano, traficante de mujeres, que la enamoró y la paseó por tugurios de media Europa, hasta recalar en el fúnebre Bar Oasis, donde Miguel,un gallego con muy malas pulgas, mantenía el orden y el terror con todas aquellas pobres criaturas que, como Olga, habían sido falsamente seducidas para esclavizarlas en el mercado de la carne .
El Bar Oasis se anunciaba con unas palmeras de neón en una carretera comarcal de Girona. Allí pasaban su día a día seis almas en pena, usadas y utilizadas por camioneros sin escrúpulos, viajantes y algún que otro padre de familia. Era un lugar sórdido, donde la legalidad brillaba por su ausencia. Un antro de alcohol barato, y cocaína mal cortada. La barra era el feudo de Miguel porque allí estaba la caja registradora donde se cobraba todo, bebidas y servicios especiales, y porque desde allí controlaba quién entraba y salía, – nunca se podía estar tranquilo, solía decir a sus chicas.
La primera vez que sintió algo parecido al amor, fue cuando la pareja que lo adoptó lo tuvo por primera vez en sus brazos. Aquellos ojos azules se posaron en los de Ana, su futura madre, y ella supo al momento que aquel pequeño rubio y sonrosado, que no parpadeaba, iba a ser su hijo. De alguna extraña manera le estaba pidiendo, sin hablar, -no me dejes y Ana decidió seguir adelante con la adopción. Su marido, un hombre joven que solo quería complacerla, no tuvo nada que objetar.
Ver a su queridísima mujer con el pequeño en brazos le llenaba de felicidad; no tanto por lo que suponía para ellos ser padres, como por lo que había sufrido Ana con mil y una pruebas, con mil y una fecundaciones in vitro fallidas, con analíticas , reposos, idas y venidas al ginecólogo. Aquello por fin se iba a terminar. Empezaba una nueva vida para los tres.
Dieter nació con síndrome alcohólico fetal, pero eso sus padres adoptivos aún no lo sabían.
SINOPSIS:
Dieter es un joven muy peculiar de Castelldefels que una mañana de San Juan aparece asesinado en la playa, fue adoptado nada más nacer haciendo a sus padres adoptivos muy felices, sin imaginar que veintiún años después la policía les llamaría para decirles que su hijo había muerto de forma violenta. Joana, inspectora de policía, investigará el caso ayudada por el testimonio y las pistas de dos entrañables jubilados que encuentran el amor en la residencia de ancianos donde viven.
Personajes singulares de la vida de este tranquilo pueblo van a ir desfilando, para rebelarnos una realidad, que no siempre es lo que parece.
Mientras, su amiga Dunia, que se acaba de divorciar y ha vuelto a Castelldefels, va a poner la vida de Joana patas arriba.
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