PRISIONERO DE LA EDUCACIÓN o La educación es una mierda.

PRISIONERO DE LA EDUCACIÓN o La educación es una mierda.

Capítulo I LOS PRIMEROS JUEGOS – RECUERDOS DE MI EDUCACIÓN PRIMARIA

Escuela N°6 Superior de niños General Bernardo O’Higgins. (San Bernardo)

Un director enorme que golpeaba, en la cabeza fuertemente, como escarmiento inicial, a quien cometiera una falta, con un llavero que colgaba desde su cintura en una larga cadena, a veces pienso que Pink Floyd en su video Wall se inspiraron en él.

Una formación tediosa y patriótica cantando la canción nacional, dirigidos por un profesor de música que hacía siempre el mismo movimiento con el brazo en toda la canción.
Este profesor tenía cierta predilección por los chicos más guapos, para que conformaran el coro. Demás está decir que a mí ni siquiera me hizo cantar un do. Estaba lejos de ser el prototipo de su gusto, yo no era guapo, ni de ojos claros y vestía muy mal, pobremente mal

Una profesora cuyo nombre era Marta que me trae recuerdos de la agria pero famosa Gabriela Mistral, por su forma de vestir y creo, seguramente por sus gustos personales, que luego se sabrían. Sin embargo, conmigo se portó de una forma realmente atípica, me visitaba en casa cuando estuve en primero básico, enfermo de peste cristal y alfombrilla. Ella estaba más de una hora leyendo conmigo y explicándome las tareas. Caminaba después de su trabajo como 15 cuadras de campo para visitarme. En su casa no tenía a nadie. Su vida eran sus alumnos, vivía para ellos, me repetía siempre. Al igual que me animaba con alabanzas acerca de mis capacidades. Sin duda una gran maestra, lamentablemente la vida me enseñaría que de su tipo escaseaban y escasean.

Qué diferencia con mi profesora jefa que la sucedería, que era joven y atractiva y muy superficial. Era un híbrido, algo así como la Yayita de Condorito (físicamente) y la Bruja del 71 del Chavo (Por su carácter). Era Vox-Populi que mantenía una relación clandestina con el Profe de Historia, el Andrade, que no me creerán se parecía al Pepe Cortisona, pero más pequeño y más panzón; cuyo hijo, para mala fortuna mía y de mis compañeros, era de nuestro curso. Con el tiempo comprendí el por qué se sacaba siempre el primer puesto y era elegido a dedo por la misma profe como el mejor compañero. Para ella el mejor compañero tenía que ser ordenado y tener buenas notas y obviamente ser su hijo putativo.

Mis candidatos eran atípicos y creo que yo también lo era, a pesar de ser buen alumno. Igual no debo dejar de mencionar, sin falsa modestia, ni con soberbia, que siempre obtuve el Segundo lugar del curso. La Yayita que así llamaremos a la profesora siempre me encontraba algo malo a favor de su hijastro clandestino.

Ir al colegio era contradictorio para mí, por una parte, sentía ganas de aprender, jugar y tener amigos, sin embargo, esto no se cumplía. Los profesores faltaban mucho, se dedicaban a reprendernos de nada y castigarnos por todo. En cuanto a jugar, siempre estábamos más preocupados de los más grandes que abusaban y molestaban a los más pequeños, ese era su entretención. Era terrible que en medio de la clase te llegara un papelito que decía las palabras que siempre temías y no esperabas que llegasen nunca a tus manos: “El guatón Caro te espera a la salida Te va a sacar la chucha”. Cagaste weon, tenias que enfrentarte al matón del curso si o si.

La alternativa era una salida diplomática, hablar con el amenazante grandulón, quedar a su disposición para que te molestara siempre y tú tendrías sumisamente que comprarle cosas en el kiosco, algo que en mi caso era imposible. Si no, entonces, te peleabas.

Varias veces me sacaron la chucha y mi hermano mayor tenía que defenderme, él era bueno para los combos. Después de varias golpizas de venganza realizadas por mi salvador hermano, ya no recibí más papelitos.

Sin embargo, existía otro tipo de violencia y el que yo llamo “inocentemente cruel” de los muchachos, cuando miran en menos al otro por su condición social, su apellido, su físico y comienzan a aparecer los tan famosos apodos, a veces incentivados por algún profesor o inspector. Imagino que eso lo aprenden en casa y en la escuela no lo cambian, lo multiplican.

No tengo recuerdo de algún profesor cercano que nos hablara cosas de la vida real, existía más bien apego con el personal auxiliar que era escaso, pero bueno.

En lo estrictamente académico era constante la escritura extensa y en silencio, mientras el maestro cual gendarme, se paseaba entre los puestos, con un puntero de madera que cumplía la función de indicar las palabras en el pizarrón y de resaltar lo que no debías hacer con certeros golpes en las manos o nalgas. Hablar era temerario, participar en la clase levantando la mano o porque te lo indicara el profesor, era una condena que debías pagar por no sé qué delito cometido.

Existía un ritual muy curioso y llamativo, antes que un profesor llegara o si se atrasaba y teníamos un trabajo o tarea, que, por supuesto la mayoría del curso no había cumplido, o a veces, simplemente porque no queríamos que llegase, porque era una clase aterradoramente aburrida.
Este ritual consistía en amarrar los pañuelos en una punta, y golpearlo contra algo y repetir varias veces: Pilato, Pilato si el profe llega, no te desato.
Créanme que resultaba y llegaba la inspectora a anunciar que el profesor no vendría y podíamos irnos, o a veces tener horas libres. La algarabía era increíble, pero incomprensible, ya que a veces la causal de la inasistencia del profesor era por enfermedad o por la muerte de un familiar. En resumidas cuentas, no tener clases era mejor que una enfermedad y mejor si era para largo. Incluso nos alegraba la tristeza por una perdida con tal de no tener esas tediosas horas de férrea disciplina, quietos y en silencio eterno. No es casualidad que ver salir a los alumnos de clase parece una estampida de animalitos acorralados. Ni hablar si es a fin de año.

Existía una cosa horrible en el colegio que era tradición y orgullo: La famosa Revista de Gimnasia, donde los más atléticos y guapos chicos se lucían ante la orgullosa mirada de las encopetadas autoridades, familiares y las prístinas miradas erotizadas de las niñas del colegio del lado que llevaba el nombre de la progenitora del nuestro: Colegio Superior de niñas N° 5 Isabel Riquelme.

Bueno, la visita de las niñas no era horrible, al contrario, pero la revista propiamente tal, era una representación larga y tediosa para todos aquellos que éramos discriminados por gordos, morenos o incapacitados. Era una demostración palpable de selección de especie y disciplina férrea. Todos vestidos de impecable blanco, pantaloncitos, camiseta, medias y zapatillas. Todos sincronizadamente, haciendo piruetas gimnásticas bajo las órdenes de un silbato. He visto documentales nazis y estadounidenses donde muestran este tipo de actividades medias raras que solo demuestran la docilidad de un grupo de humanos frente a las órdenes autoritarias de sus “Superiores”.

Esta disciplina se veía también reflejada en que semanalmente nos formaban y desvestían a todos para revisarnos concienzudamente, uñas, orejas, pies, calzoncillos. Todo. Enfrentando burlas y sospechosas sonrisillas entre algunos profesores. Al parecer esto era más importante y agradable que enseñar estupideces que debíamos aprender de memoria y que más de alguna vez me percaté que ellos tampoco sabían mucho, en comparación con mi padre, quien, aunque abandonando el colegio en 8° grado (que era 2° de humanidades) era sabio, muy sabio y casi todo logrado en forma autodidacta. El viejo sacaba los puzzles de la Revista Vea y del suplemento dominical de El Mercurio que era ultra-difícil.

Me detendré un poco en los motivos de la deserción escolar de mi padre.
Él estudió en el famoso colegio de curas de Santiago llamado Iberoamericano. De su propia boca me contó que veía como los curas profesores y cuidadores abusaban de los niños más agraciados físicamente y de cómo eran mimados los más pudientes. Como el colegio era internado, en las noches levantaban niños y se los llevaban con destino incierto pero predecible. Incluso mi padre, sin tapujos, me contaba como algunos curas masturbaban a algunos compañeros en los dormitorios.

Estamos hablando del año 1930. O sea, la conducta de los sacerdotes ha sido la misma durante larga data.

Pues bien, mi padre era muy rebelde ya que a sus cortos ocho años perdió a su madre y su padre ingresó a su casa a una mujer al mes de enviudar. Fue muy maltratado en su casa y en el colegio sus “profesores” eran crueles y abusadores. Cuando estaba en octavo grado, un sacerdote, quien era uno de los líderes y famoso porque era un secreto a voces que era el más degenerado y abusador de los más pequeños, le quiso reprender por bajar corriendo las escaleras, le tomó bruscamente de un brazo y le lanzó una violenta bofetada que mi padre esquivó al mismo tiempo que investía al cura a chuchada limpia. El golpe que luego le propinó mi padre al “curita”, lo hizo caer de culo en la escala y varios alumnos mirando. El curita descolocado, pidió ayuda, en resumen, mi padre fue expulsado y no quiso estudiar más y según sus propias palabras, igual que Mark Twain, aprendió mucho más cuando dejó de ir al colegio.

Yo llevaba ya 6 años de contradicciones entre sufrimiento y curiosidad por ir al colegio.
La escolaridad constaba en ese tiempo con seis años de primaria o preparatoria y 6 años de humanidades.Justo me tocó vivir el cambio de la Reforma Educacional con toda la parafernalia en el Gobierno de Eduardo Frei Montalva. Se alargaba la enseñanza a ocho años de Educación General Básica y se acortaba a cuatro la enseñanza llamada media.

Se produjo un pequeño caos, pero se llevó adelante. Quién diría que cuarenta años más tarde se formarían comisiones para dejar todo igual y peor. Bueno ya hablaremos un poquito de eso.

El asunto es que fui la primera generación de este país que pasó de sexto básico a séptimo básico, con los problemas de infraestructura y de personal. Tanto así que estuvimos de allegados unos meses en otro colegio, lo que produjo desorden, peleas y desorientación. Cuando retornamos al colegio a mediados de año me ocurrió lo que me parece; una de las cosas más increíbles en la educación.
Llegó a nuestro curso una persona, profesora jefa, de rasgos indígenas pero muy mal agestada, su especialidad era matemática, pero nunca la ejerció. Las pocas veces que estuvo en clases usaba una retórica áspera y monótona en un largo monologo ofensivo y retador que ocupaba toda la clase.

Así fue nuestra “maestra” un año y medio. Cero de contenido y pura verborrea perniciosa y despectiva. La India le llamábamos en silenciosa venganza, quizás debido a un incipiente racismo adoptado en nuestra corta infancia socializada. Llegó hasta octavo con nosotros con su mismo estilo, pero se presentaba un pequeño problema ese año, los octavos daban una Prueba que se llamaba Prueba Nacional algo así como el Simce de hoy, pero la finalidad era para determinar si el alumno tenía habilidad lingüística o matemática para ser aceptados en la enseñanza media.

Nuestro curso estaba totalmente alejado de las matemáticas durante dos años. Pero la India utilizó una pedagogía jamás vista, logró estar presente en el examen de matemáticas y paseó rigurosa por las filas de su curso como vigilando que todo marchara bien.
De repente, me percato que susurrando me ordena: -hazla correr: – ¡Eran casi todas las respuestas! Por supuesto cumplí nerviosamente su orden perentoria que le estaba salvaguardando su reputación y a nosotros la “solución” para ingresar a la media. Con decir que obtuve el mayor puntaje, pero cero conocimientos.

Mejor cambiemos tema:

Hubo un episodio que me dejó marcado para toda la vida: Frente al Colegio, existía una antigua y tradicional casa de monjas inmensa y que servía como albergue a ancianas con demencia senil.

Un día convulsionado un grupo de compañeros me incitan a que los acompañe, se veían muy exaltados. Los seguí con una combinación de curiosidad y suspenso. Resulta que, a un costado del asilo, la muralla de adobe se había derrumbado y se podía ver gran parte del jardín. Ahí estaban concentrados mis compañeros observando a una hermosa joven de aproximadamente unos 17 o 18 años que poseía una belleza extraña y cierto grado de demencia y se masturbaba desnuda gustosa a petición de los alumnos. Una locura de verdad.

Pero lo que más me produjo rareza inexplicable para mis cortos 10 años era que mis compañeros más grandes también se masturbaban. Fue una experiencia o conocimiento de sexo colectivo y grotesco muy turbio y temerario. La imagen de esa hermosa demente me acompañó muchas noches aun después de saber que mis compañeros de curso y otros de cursos más grandes se la habían violado. Fue la policía civil incluso a buscarlos al colegio. Desde entonces mis sueños hermosos con la niña desconocida, desnuda y demente se convirtieron un tiempo en pesadilla y pronto, sólo en un recuerdo más de mi infancia precoz y descubridora.

Cuento esto como una manera de destacar que en el colegio no existía ni remotamente algo que nos orientara sexualmente y nuestras inquietudes nos invadían. Bueno hasta entonces existía escuela de niñas y de niños separadas porque era peligroso juntarlos para no despertar la “pecaminosa libido”

De mis compañeros de entonces solo guardo vagos recuerdos, con alguno me topé alguna vez. Con otro vivimos algunas juveniles desventuras en desenfrenadas fiestas y siempre burlándonos de la escuela y lo poco que hizo por nosotros.

SINOPSIS

Esto es para nada un ensayo analítico sobre las instituciones educacionales y las probables soluciones macros para mejorar nada. Ni tampoco es una propuesta para formar comisiones que estudien las fórmulas a emplear para que la educación sea un verdadero problema solucionado en bienestar del país y toda esa verborrea política. No, simplemente contaré mi historia de vida y su relación con la educación y dejo en ustedes la determinación de sacar sus propias conclusiones. Yo solamente contaré que…

Mi especialidad es Historia, Geografía y Ciencias Sociales, aunque la geografía la excluiría, porque poco y nada se enseña o se aprende de esta disciplina.

Desde siempre me fascinó la historia, esas aventuras pretéritas que me narraba mi padre, ya fueran verdaderas o falsas, durante mi infancia, bajo la sombra de un emparrado viejo que producía uvas riquísimas y variadas, en mi pobre casa de San Bernardo.

Creo que ahí empezó todo, una contradicción entre qué enseñan y qué es verdad, porque siendo niño, lo que me enseñaban en el colegio, no coincidía con las versiones de mi padre, que eran fascinantes en contraposición con la forma de abordar los mismos temas los profesores, que me enseñaban una historia pareja, aburrida de personajes de libros feos, súper-héroes de la patria y acontecimientos con actos y fechas que tenía que aprender de memoria.

Bajo el parrón mi padre me enseñó con una magia envolvente una historia fascinante. Aclarándome además que las fechas oficiales eran falsas y que los padres de la patria no eran como los textos explicaban. Que existe una historia oculta que es la verdadera y fascinante.

He aquí que les presentaré una visión lo más clara posible de mi aventura por la educación en mi vida.

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