Las huellas del tiempo
La primera vez que Valeria vio llorar a su padre, tenía ocho años. Era domingo, justo después del almuerzo. Él, siempre erguido y firme como un roble, se derrumbó junto a la ventana, con la mirada perdida. Valeria, aferrando su muñeca favorita, no entendió qué ocurría. Se acercó con cautela. —Papá, ¿estás bien? Él se secó...