Alice es bibliotecaria en la Universidad de Wisconsin. Vive desde hace dos años con Paul –una réplica humana exacta–, fabricado con una impresora 3D. Gracias a BraiNet, Alice y Paul pueden comunicarse.
Alice nació hace 35 años, en 2015, el mismo año en que una niña irlandesa recibió un órgano creado por una impresora 3D, la nariz. Ese mismo año, el visionario físico (un iluminado, dijeron otros) Michio Kaku, imaginaba en su libro El futuro de nuestra mente, el establecimiento de BrainNet, una red planetaria en la que se intercambiaría telepáticamente, y en tiempo real, la totalidad de la información mental de una conversación, incluyendo emociones y matices, sin reserva alguna.
Como lo hacen millones de usuarios de BraiNet, con solo pulsar un botón, Alice accede, por ejemplo, a “Citas románticas” o “Primeros besos”. “No había sido tan feliz desde que mis amigas me regalaron a Paul por mi cumpleaños, en 2048”, relata Alice mirando a su androide, quien le devuelve su misma mirada cómplice.
Esta red cerebral, que experimentó un crecimiento exponencial en la década de 2040, dispone de un gran banco de memorias, fruto del procomún de recuerdos y emociones vividas por los usuarios, quienes comparten, globalmente, todo tipo de emociones y sus más íntimos pensamientos y sensaciones.
Para beneficiarse de BraiNet, hace un año que Alice colocó a Paul un procesador cuántico. Este chip conforma el conectoma, un gigantesco “disco duro” que, a imagen del cerebro humano, permite almacenar millones de conexiones. Con este implante, Paul está en el mismo nivel de memoria que un humano, el nivel 3, lo que le faculta para entender el tiempo, el pasado y el mañana.
Opositores a BraiNet, consideran que esta red es muy dañina, porque controla completamente nuestros pensamientos, «matando nuestra privacidad». Y añaden: “el lenguaje nos distingue verdaderamente como seres humanos, es la definitiva barrera entre humanos y humanoides”.
En respuesta a estas afirmaciones, Alice activa en su dispositivo móvil la opción “Debates/Ética”, para así poner voz a los pensamientos de su androide. “Disponer de características maravillosas nos hace felices. ¿No han leído la novela Frankenstein?”, dice Paul.
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