EXTRAÑAS GRIETAS DIVIDEN EL PAÍS

Al regresar a casa, me puse a leer en un periódico que había encontrado tirado en un banco de la calle una noticia realmente sorprendente. Según los redactores, científicos del CESIC habían descubierto a finales del pasado año 2050, que en distintas partes del territorio nacional se habían producido corrimientos de tierra y rupturas del suelo que estaban dividiendo los campos. Ante la magnitud del fenómeno, se decidió llevar al ejército para controlar la seguridad e intentar, no se sabía muy bien con qué medios, que la tierra dejara de separarse. Largos abismos dividían ahora los pueblos, destruyendo carreteras y puentes.

     No fue hasta que un catedrático de geografía, Julián Cernuda, comenzó a comparar los datos de las localizaciones de las fisuras y rupturas de la tierra con las imágenes de satélites, cuando se llegó a la conclusión de que éstas coincidían plenamente con las líneas de división de los mapas. Así, esos abismos que separaban los campos y que parecían no tener fondo, seguían exactamente los artificiales límites de las provincias diseñados por el instituto de cartografía y estadística. Por ello, la conclusión a la que había llegado el catedrático era que el territorio estaba imitando las fronteras existentes en los mapas. Ante las preguntas de los periodistas acerca de cómo se podría solucionar esta situación que estaba colapsando el país entero, Cernuda respondió que no existía ninguna solución científica, pero que quizá existía otra solución que les iba a sonar absurda: “Destruir cada mapa del país. Si le quitamos el modelo a partir del cual se basa, quizá todo regrese a su estado natural”, aseguró.

     El gobierno, desesperado ante la falta de soluciones, decidió llevar a práctica aquella extravagante idea, y fueron destruyendo casa por casa, y biblioteca por biblioteca, cada mapa. Después de varios meses de quemas públicas de mapas, los científicos comprobaron lentos corrimientos de tierra, y las heridas que se habían abierto, poco a poco comenzaron a cerrarse, hasta quedar todo igual que antes, excepto por el miedo de que aquello, u otra cosa similar, pudiese volver a suceder.