DESDE EL SALVADOR HASTA BOGOTÁ

DESDE EL SALVADOR HASTA BOGOTÁ

El cielo que veo desde mi cuarto está en todo su esplendor. Las rosas grandes lucen como esas mujeres que yo veía en mi pueblo, esbeltas y bien rojitas, así también las aves que cruzan el cielo con su aleteo de libertad sólo me dicen que hay vida.

Sí, añoro volver a mi pueblo, a mi país, a mi familia con todos sus problemas que ahora se me hace que no existen, solo son recuerdos alegres y cariñosos aunque fuesen pocos, poquísimos, pues la violencia se llevó años atrás a mis padres y hermanos y solo me dejó con los tíos, que, ¡ay, Dios!, a veces me daban unas tundas porque sí y porque no, porque estaban de buen genio o porque no lo estaban, pero, ellos eran toda la familia que me quedaba y eso sí, había que quererlos y ahora, extrañarlos, y arto.

¿Cómo fue que llegué aquí a este lugar tan lejano de mi país? ¿Cómo fue que no pude volver más a las fiestas de la virgencita de la Inmaculada Concepción? Pase de una zona calurosa y guapachosa cómo es Concepción de Ataco, así se llama mi pueblo, a una ciudad grandota y de gente un poco brava. Solo me puedo contestar que no tuve más remedio. Era la única alternativa, salir de allá o sino cualquiera de las pandillas, que me tenía amenazado, me podía matar. Sentir la inminencia de un balazo rondándome cada minuto, era aterrador aún para mí que ya me había acostumbrado a andar con esas personas y también había disparado varios tiros al aire.

Con la última amenaza que me hicieron acompañada de balazos a las paredes de la casa, no me quedó más opción que salir y dejar a tíos y primos. Un amigo de mi tío José, le habló de Bogotá, le dijo que era una ciudad de muchos barrios, que allá tenía conocidos que me podrían recibir por unos días, mientras conseguía trabajo y podía pagar un arriendo en una casa y comprar mis cositas como cama, armario para la ropa, la misma ropa y lo de cocina. ¡Uy!, la soledad de la propuesta me hacía sentir ya frío en el alma, pero salía o salía del pueblo o si no, como decían los panfletos que metían debajo de la puerta: “Hp, hoy se puede tomar ese tinto, mañana chupará gladiolos en el hueco a donde lo vamos a sembrar”, así que preferí tomarme el tinto en Bogotá.

El aeropuerto El Dorado, me recibió a la media noche y el frío calaba mis huesos. La ropa que traía puesta parecía una coladera de huecos grandes. No me valió ponerme encima la poca ropa que traía en la maleta, el frío era inmenso como la soledad del recién llegado. El amigo del tío José me esperaba. Cuando yo lo vi con un cartel que decía mi nombre, JESÚS FLÓREZ, me sentí importante, yo era persona. El señor Pérez me dijo que caminara al lado de él como protegiéndome con su cuerpo y abordamos el carro que nos llevaría a la casa que fue mi primer hogar en este país.

Al llegar, lo primero que vi fue al que hoy es mi perrito MOTAS. Cómo si me conociera de tiempo atrás, batió su cola y alzó sus orejas. Fue amor a primera vista. Me acompañó al cuarto que me tenían reservado y allí como diciéndome que era mi amigo incondicional, se subió a la cama y se durmió a mis pies, y desde entonces, ese ha sido su sitio de residencia y para mí, así como él en mi corazón.

Con respecto a mi familia de Concepción de Ataco no es mucho lo que sé. Alguna vez, uno de mis primos de allá le dijo al señor Pérez que me estaban buscando para “saber yo cómo estaba (matarme), que algún día ellos me encontrarían”, “que por eso no me llamaban”. Los extraño y mucho. Ya tengo mis cositas y sobre todo a mi Motas. Él ha sido mi fuente de alegría y de motivación. Ahora, trabajo como repartidor de comida y conozco más la ciudad. Las personas no son tan bravas y tampoco hace tanto frío, solo algunas veces. Tengo hasta novia, de pronto nos vamos a vivir juntos, los tres con mi MOTAS, mi motor, compañero de tristezas, frustraciones y alegrías.

Una vez, vi un letrero en un almacén, que decía:

Y, me pregunté: Hola, Jesús, ¿Cuáles son tus sueños rotos? Concluí que cuando vivía en el pueblo, en el Salvador, yo no tenía sueños. Es aquí en Bogotá, donde poco a poco, los he ido construyendo. Es en la mal llamada “nevera”, en donde he conocido una parte del cielo, al tener un ángel de cuatro patas como mi MOTAS, y a muchos seres humanos que me han acogido, tales como el señor Pérez, su familia, los profes del colegio nocturno, mis compañeros de trabajo y los jefes.

Sí, cambiar de pueblo y de país no es tan fácil, pero, en mi caso, fue cambiar muerte por vida.

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