Puedo decir que era el consentido de Barranquilla: mi ciudad natal; en cualquiera posición que quisiera era aceptado, fui elegido en las juntas directivas del club Barranquilla, al cual pertenecía la élite de la ciudad, en la Cámara de Comercio, en la Federación de Comerciantes, en el comité intergremial de la ciudad, en los diferentes grupos folclóricos logrando ser escogido como presidente de cada una de ellas. Además, pertenecía a las juntas directivas nacionales de esas mismas entidades.
Un programa gubernamental, que entregaba a personas marginadas, casas sin cuota inicial era liderado por las entidades gremiales; yo tenía la facultad de asignar esas casas a voluntad. Las FARC (la guerrilla) al enterarse decidieron presionarme exigiéndome cien casas para sus guerrilleros y así infiltrarse en las ciudades.
A pesar de mi negativa, con el fin de lograr sus propósitos atracaron mis negocios en repetidas ocasiones y me amenazaron con mi vida y la de mi familia, prometiendo devolverme todo si accedía a sus deseos; no obstante, un 31 de octubre del año 1998 preparé maletas y emigré hacia Miami buscando una vida sin amenazas, dejando a cambio los honores que recibía, casa, carro y activos por más de ochocientos mil dólares, los cuales a pesar de dejar a un abogado encargado de sus cobros, se perdieron. Una decisión que no comunique ni a mi familia ya que de filtrarse podría traerme complicaciones.
En Miami, unos amigos me ofrecieron viviera con ellos mientras conseguía un apartamento en arriendo. Fue el error mas grande que pude cometer: pensamos que estando gratis debíamos contribuir con los gastos de la casa, sin embargo, en un hotel cinco estrellas nos habría costado menos que lo gastado con esa gente.
Al comentarles que pensábamos pedir asilo político tan pronto nos llegaran copias de unas denuncias que nos servirían para consolidar esa petición, nuestros “amigos” nos convencieron que eso no era conveniente, pues demoraba demasiado y debíamos trabajar mientras permaneciéramos en Miami.
Muy “gentilmente” se ofrecieron a conseguirnos una identidad falsa con la que podíamos enseguida trabajar, y con ella se fue el resto de nuestro dinero, pero ya éramos “ciudadanos” de ese país.
Mi trabajo fue como Security: vigilante, celador; consistía en dar vueltas en una patrulla a diez kilómetros por hora en una unidad residencial, desde las 8 de la noche hasta las 4 de la mañana y luego hasta las siete de la mañana repartía periódicos. En cada vuelta me sentía miserable evitando dormirme para no chocar cuando en Barranquilla en mi colchón de plumas estaría durmiendo plácidamente.
Al cabo de un mes, solicité un cambio de horario que me fue negado; renuncié y volví a empezar a buscar trabajo.
El siguiente oficio fue como barrendero del Convention Center, lugar en el cual, antes de esta situación, había dictado conferencias y asistido a congresos. Que humillación y más cuando cierto día un amigo que lo visitaba me vio y pregunto: Enrique, que haces con esa escoba. Le di la espalda para que no viera mi llanto.
Sin trabajo, pero ciudadanos, un día nos levantamos y no había nada que comer; me acorde que en un crucero hacía dos años habíamos presenciado como la comida sobrante era vertida al mar. Menos mal una amiga puertorriqueña llegó de visita y de pronto nos invitó al supermercado. Qué ironía, ayudando a mercar para otro sin tener nada que comer. Al llegar a casa nos dijo que era nuestro; se había dado cuenta que solo había agua en la nevera; “tienen comida para un mes, así que deben buscar trabajo rápidamente”.
Conseguimos trabajar en Market Segment, un negocio de encuestas telefónicas durante la noche, teniendo que dejar sola a nuestra hija de seis años mientras nosotros laborábamos. Eso nos permitió sobrevivir durante dos años.
Al cabo de ese tiempo, mi esposa decidió viajar a Colombia utilizando el pasaporte falso que había conseguido con la falsa identidad. Al regreso, acababa de suceder el atentado a las Torres Gemelas e inmigración estaba muy exigente. Le preguntaron algo sobre el pueblo de donde decía ser y mintió diciendo que desde muy pequeña vivía en Miami, pero se olvidó que no sabía ni palabra de inglés. Fue detenida y, al cabo de un año, deportada a Colombia. Mientras tanto yo seguía en Market Segment haciendo encuestas, esperando que decidieran sobre ella. Al saber que sería deportada, viaje a Croostonw. Allí, en Care and Share Center un lugar de personas indigentes atendidos por unas monjas católicas solicité el asilo a Canadá que debimos pedir en Miami.
Fue casi mes y medio esperando respuesta de Canadá; solicite hacer algo y entonces me encargaron de limpiar el almacén y de lavar los utensilios de comida de los ochenta indigentes que eran atendidos por las monjas. Nuevamente el contraste, en el Club Barranquilla en compañía del gerente criticaba si la atención de los meseros era optima y si los platos estaban limpios y en orden. Al fin viaje a Canadá y durante varios meses fui subsidiado por el gobierno hasta que me decidí a buscar empleo ya que debía enviar dinero a mi esposa, quien en Colombia usaba mi chequera sin límite de gastos. Trabajé por cuatro años al cabo de los cuales me fue negado el asilo, pues ya en Colombia la guerrilla ahora estaba en el campo y se podía transitar libremente. Pudiendo apelar aduciendo que por mi edad en Colombia no conseguiría un trabajo honesto, regresé ya que mi esposa e hijos se encontraban allá y no podía soportar la soledad. Pero todo era diferente. Mis amigos ya jubilados o muertos no podían ayudarme, el abogado se robó todos mis bienes.
Desde entonces he vivido en varias ciudades de acuerdo a lo que consigo para poder vivir: Tres meses en el Senado de la República, empleado doméstico en mi propia casa, mientras mi esposa trabajaba en la DIAN, director de un canal de televisión. Y, ahora con 74 años, sigo siendo el mismo: el gerente, el presidente, el barrendero, el chofer, el forastero.
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