Ahí están puntuales, como todos los inicios de mes. El primer lunes los documentos terminados en 0 y 1, el martes terminados en 2 y 3 y así los demás. Todos los demás. Los demás son muchos, demasiados, cada vez más.

A través de la fachada de cristales miro cómo la fila de seres crece de a poco, zigzagueando hasta vaya saber uno dónde. Estoy esperando que sea la hora, abran el banco y comience el desfile.

Hormigas. Una tras otra, con sus caras aindiadas, exigiendo, vociferando con sus acentos cerrados, masticados por mandíbulas de “coqueros”, “comearroces”, guaraníes o el que me toque en suerte. Generalmente ostentan esos nombres estúpidos, impronunciables con muchas y, w, ch. Nunca un Carlos, una María, no: «Delcys Quispe», «Yemaina Aparicio». Ahora, desde que vienen del Caribe, tenemos los «Jean-Claude González», las «Yennifers Camaño»; sí, Yennifer con Y de yacaré.

Diez menos diez y ya me duele el estómago. Este malestar que se convertirá en náuseas cuando se acerquen demasiado. Menos mal que tengo este vidrio que amortigua los olores. Pero, por esos agujeritos por los que me hablan, adivino sus alientos ácidos. Además, en verano sudan mucho y con olor a ajo; también los chinos, debe ser por las comidas esas. Supongo.

Me pregunto ¿por qué vinieron si comían tan bien en Cochabamba, Asunción, Bucaramanga, Caracas? No hay como las arepas, los frijolitos, que bien saben los tiraditos de carne, nada como los choris a la chuquisaqueña… pero los domingos se clavan un asado cien por ciento argento. 

Nosotros les matamos el hambre. Hipócritas.

Generalmente vienen las mujeres, cargadas de hijos y quejas. ¿De qué se quejan tanto? A ver si en sus países les dan dinero por cada niño que paren, así como así, sin laburar. Yo tengo que tener aplastado el culo en esta silla de este banco de mierda ocho horas al día para poder mantener apenas a mi hijo; estas, por abrir las piernas y escupir pibes, ganan más que yo, que nací acá y abono mis impuestos.

Ratas. Están por todas partes, royendo las ciudades, cortando calles, pidiendo subsidios gubernamentales que terminamos pagando nosotros, los que trabajamos, la gente decente. Vagos. No son refugiados de guerra como los sirios, eso… es diferente. ¿Por qué no van al campo a trabajar? No quieren. Por eso vinieron, para que les demos todo, agrandar los barrios carenciados e inundarlos de pibes y droga. Porque los colombianos son todos narcos o parientes de narcos o amigos de. Lo vi en las series de la tele. Estoy casi seguro de eso, como que los bolivianos tienen verdulerías, los dominicanos, peluquerías y los chinos, supermercaditos donde desenchufan las heladeras de noche para ahorrar electricidad y ¡zas!, se corta la cadena de frío. 

Ni en pedo compro un yogurt en un chino.

Ya falta poco, tendré que poner mi mejor sonrisa de dentífrico y, mientras les pago el subsidio, llamarlos señora, señor. Alguno habrá, quizás ¿no? Porque tampoco es que yo sea mal pensado, solo me atengo a la realidad innegable. Acá puede venir quien quiera, lo dice el Preámbulo de nuestra Constitución, pero quien quiera no es sinónimo de cualquiera, ¿o sí? 

Eso nos pasa porque somos demasiado solidarios. Estos vienen a cagarse en nosotros, a que los mantengamos, a aprovecharse de nuestra salud y educación públicas. Sino andá a pedir un turno al hospital: nadie habla en argentino, solo los médicos; aunque ahora hay muchos residentes colombianos. Yo con esos no me atiendo, no entiendo su jerga; no mejor no, a ver si se equivocan de medicina. Andá a saber cómo “vaina” se dice ibuprofeno en Bogotá. 

Mejor malo conocido que peor por conocer.

─En cinco abrimos─ me dice el Polaco, encargado de seguridad, con cara de pocos amigos y yo le muestro mi pulgar en alto. Sé que él piensa como yo, como muchos de nosotros. El viernes pasado, sin ir más lejos, comentamos que la semana siguiente se pagaban las ayudas. «La semana del zoológico» la llamamos.

─Vienen como animales, sin educación, atropellándose y peleándose entre ellos. A veces semejan ganado en pie, arreados por un puntero político que se queda con un cincuenta por ciento de lo que cobran. Ese sí que es vivo, seguro es argentino. Y bueno, ¡que se jodan, que laburen!─ me dijo en el auto cuando volvíamos.─Porque no les gusta laburar─. Yo asentí.─ Mi dziadek escapó de Varsovia con una mano atrás y otra delante, sin saber una palabra de español; pero era educado y le gustaba trabajar, no como a estos cabecitas.─ Volví a asentir.

─Mi nonno vino de Cosenza huyendo del hambre y la guerra. Analfabeto pero laburante. Buena gente─ acoté para recordarle que también tengo sangre europea.

Tano, vos solito lo dijiste, gente. ¿Me entendés? Gente.

Kowalcyzk sale a la vereda para acomodar la fila de paraguas, bolitas, perucas, chilotas, narcos, venecos. Chinos no hay. Esos si laburan, pero son como cucarachas. Todos amontonados; viven, duermen, trabajan, todo en el mismo lugar. Un asco. Además hablan entre ellos en chino para que no entiendas. Maleducados. Lo mismo los albañiles paraguas que hablan en guaraní cuando estás vos presente. Seguro te están puteando; lo leo en sus caras.

Yo paso alcohol el gel con una toallita al vidrio blindado, a mis manos. Quisiera que la piba de la limpieza hiciera lo mismo con la vidriera del frente del banco. Ahora están empañándola con sus alientos, gotitas condensadas, narices aplastadas. Parece un gran acuario: ellos inquietos moviendo las aletas dorsales como los axolotls de ese cuento que leí hace mucho. Me miran, “las formas larvales provistas de branquias”me observan, como si fuese un bicho; adivinando lo que estoy pensando, soñando.

«Tarde o temprano me iré de este país de mierda. Para algo tengo la doble ciudadanía. Aunque dicen que allá no son tan abiertos y solidarios como somos todos acá».

Respiro hondo, ahora mientras puedo.

10 am. A través de las rejas de mi puesto de cajero, veo cómo el Polaco abre las puertas del zoo.

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