Me miró con ojos angustiados y no pude más que mirarla igual, levantando los hombros. Me sentía derrotado: el hambre nos había separado y la tragedia parecía no tener fin. A pesar de haber confiado en el gobierno y permanecido en San Cristóbal cuando ya todos habían comenzado a exiliarse, tuvimos que tomar la misma decisión. Fue entonces cuando sugerí a Emma:

  • Ya no tenemos para vivir y los ahorros se terminarán más pronto de lo que crees.
  • Puedo seguir lavando ajeno…
  • Aún así. No puedo trabajar como chofer, porque las líneas de autobuses no ofrecen vacantes; el trabajo de carpintería es poco solicitado. Dime tu, mujer, qué otra cosa puedo hacer y lo haré – la miré con fuerza y decisión.
  • Ahí está don Charlie buscando jornaleros para su finca y Evaristo, no has probado con algo de mecánica. Sabes de eso…
  • Ya hablé con él y al menos hasta ayer ya no tuvo nada para mí. Por lo de la mecánica, ¿en dónde están los automóviles? Por eso, Emma, he decidido hacer lo que nunca hemos deseado….

Esa mirada inquisitiva y al mismo tiempo temerosa, me dijo que parecía ya saber lo que yo quería decir, sin quererlo escuchar.

  • No nos iremos…. Aún. Tenemos que seguir intentándolo… – me dijo ansiosamente.
  • No, Emma. No, no nos iremos. No quiero que las niñas interrumpan sus clases y no quiero tampoco abandonar a mis padres, ni a los tuyos, ni la tierra, ni la casa. Es lo que somos y tenemos. Pero, Emma, sí me iré yo – dije esto último temeroso de su reacción.

De sus ojos se desprendió un fuego iracundo, pero de sus labios ni un solo reproche.

  • ¿Tú? ¿Y qué harás? ¿A dónde irás? ¿Nos volveremos a ver? ¿Has pensado en eso?
  • Mira, Cúcuta no está lejos. Puedo seguir la ruta que tomó Renato. A caballo recorrió cerca de 25 kilómetros y sólo caminó 2, justo en la puerta migratoria. Tu sobrino Tomás podría acompañarme y traer a la yegua de regreso. Hay un primer refugio ahí mismo y tal vez me encuentre a Renato. Si consigo algún empleo ahí, puedo enviarte dinero y ya veremos después…
  • Ya – me contestó disgustada.
  • Me llevaré a Julián y a Pedro- se lo dije directamente y sin rodeo alguno.
  • ¿Por qué? ¿En que ayudarán? ¡Eso sí que no¡ ¡No lo permitiré! Ayudarán más en casa y como las niñas, también tienen clases…
  • Ellos ya pueden trabajar. A sus 15 y 16 algo pueden hacer…
  • Pero su escuela…
  • La retomarán. De eso me encargo.
  • No creo, Evaristo, sea esa una buena idea. Preferiría vivir con menos dinero, pero con mis hijos aquí, en la escuela…- sugirió con determinación.
  • No podrán asistir, Emma. Digo, sin dinero. No creo que un solo salario alcance para todos… Si ellos me ayudan, podremos superar la mala racha y ya después veremos… Un paso a la vez.
  • Bueno, un paso a la vez. Espero no sea esto un error -se conformó.

Así fue que abandoné Venezuela. No fue el gobierno lo que me ha hecho salir, sino el hambre. El hambre, ya recrudecido. Al haber menos gente ya, las oferta laborales son menos y no hay nadie que solicite la carpintería. Dígame usted si no es bueno probar suerte en otra parte. Y Colombia está apoyando a los venezolanos. Llevo 10 meses viviendo cerca de Bogotá y de lo que me producen labores ocasionales como campesino – cosecho manzanas y limones- o como chofer, o como mecánico. Julián y Pedro trabajan la finca de don Emilio, a marcha forzada, eso sí, pero se ganan el salario. Deshierban y dejan limpio el pasto de las reses, les extraen leche a las vacas, alimentan a las gallinas y las cuidan cuando ovan. Se han vuelto especialistas en ahuyentar a los zorros y depredadores. Empaquetan el huevo y lo llevan a los pueblos cercanos. Ahí lo venden. Lo mismo con las reses y las gallinas. A veces, también son vendidas. El dinero va para Emma y nosotros aquí la pasamos, como cuando llegamos.

Abandonar San Cristóbal impulsó a mi cuñada María para marcharse a La Paz con mis suegros y Javier, mi hermano, partió para Lima llevándose con él a mis padres. Por todo eso Emma y las niñas quedaron solas y han entristecido. Y nosotros, aunque enviamos dinero con el que sobreviven, seguimos aquí, siendo venezolanos y nunca colombianos, trabajando, pero en calidad de refugiados, que es lo que somos. Colombia no nos es hostil, pero no sé si podrá ofrecer algo más. Es que yo, Evaristo, soy solo uno; uno de tantos y mi familia es solo una; una de tantas dispersas. Cuando pienso en que desde me moví hacia aquí no he logrado mucho y en que mi familia vive ahora dispersa ansiando verse sin lograrlo, rememoro mis pensamientos, anhelos y actos intentando encontrar en ellos la causa del infortunio y de la tristeza. Pero al viajar a mi íntimo pasado no encuentro, sino a un gobierno que yo mismo apoyé, pero que no ha respondido con el bien para todos. No es el presidente, me digo siempre, sino sus opositores. ¡Cómo le hacen la guerra! No. Pues así no se puede gobernar- siempre digo. ¡Hurra! por mi presidente – me repito a diario. Abandoné mis raíces por el hambre y aunque esta es menor, el futuro no deja de ser incierto. ¿Será posible que un cambio de gobierno restablezca el bienestar nacional, como dicen muchos de los nuestros, en estas tierras colombianas? Me hago también esta pregunta a diario y ya empezaba a pensar que sí, que mi presidente debía irse ya, cuando nos sorprendió el virus ese que está por el mundo matando a muchos y ahora que los colombianos y mi Venezuela han cerrado fronteras, sé menos de casa….

Es que, como digo yo, no es mi presidente, que es tan bueno, tan sólo el hambre y ahora, ¡ese virus…..!

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS