Discriminado por la distancia atemperó los pasos en el camino. Quería revelar al tiempo su potestad. Miró al horizonte el reflejo de  fulgurante diadema de colores estallantes, sobre un fondo de color cenizo y no sintió que irradiara belleza; más bien, vio un mensaje que contenía en su vida disgregada  procedencia desconocida. El viento y el azar lo llevaron al  ostracismo.

– ¿Estaré soñando? –Indagó silente. – ¿Será el hada de mi destino informando algo importante? –Concluyó, Nicolás Emilio mirando fijamente la policromía.

Se evadió muchas veces, de su entorno vital, por esas sensaciones de insatisfacción producidas al perder los amores de  mujeres con las que consintió. Era seguro al accederlas,  demasiado flojo para conservarlas.

– ¿Ahora a quien podre tomar? –Le habló al nubarrón invasor apostado alrededor de la parte superior de su imagen, quien no le mitigó el ramalazo esparcido en su figura.

Encaminó sus movimientos hacia la vereda circundante, con la cabeza gacha, contando los pasos  en el camino paralelo, sin detallar quien lo rodeaba y mucho menos oteando a los observantes de su dilema mental.

–Eh, Nicolás Emilio, ¿a dónde vas? –Le preguntó de manera fulminante el eco.

La respuesta que enmudeció el entorno, lo llevó a dar unos pasos acelerados, para devorar la distancia en el menor tiempo posible, hasta llegar a otro horizonte y sentirse por fin huido. Esta fue la primera vez que cambio el lugar de su vivienda sin una razón conocida; aparentemente hizo caso a la sugestividad de la atmosfera quien aconsejo que se marchara.

Al navío le desamarraron sogas y junto con el bamboleo en el casco, por la corriente del agua, entregaron a los pasajeros una alegría indescifrable. La emigración se había iniciado y permanecían aún en el interior de su camarote. Ese deambular conociendo la derrota marina, lo dejó en las horas de la tarde mirando las estepas y verdocidades de Murillo. Estaban atados al primer pilote metálico durante el viaje.

– ¿Porque me voy? –Indagó a su cosmovisión.

Recordó en el estrujamiento de su memoria que dejaba en el cementerio del puerto, tres fosas con los restos humanos de las mujeres, que de una u otra manera, habían vivido con él en relación genitalizada; que escapaba al requerimiento de cumplir la obligación de sostener y criar a sus doce hijos. Y lo más determinante, quería evadir el recuerdo de no haber salvado del ahogamiento a la mujer que estremeció sus entrañas sin haberla poseído.

Sentado en frente del catre, en el camarote de su litera, midió visualmente su figura para saber si el camastro lo recibiría. Se hacía indispensable tener una contextura delgada, de brazos agiles, músculos duros y sobre todo de sueño frágil, propio de su oficio de médico. No se quedaba dormido demasiado fácil y su cuerpo cansino necesitaba de siete horas de siesta para poder levantarse al día siguiente.

– ¿En dónde estamos? –Indagó, desorientado al día siguiente. No se dio cuenta del desamarre del pilote de Murillo.

A la deriva quedó su mente y a partir de tal instante discurrió frente a sus ojos, una proyección de actos ejecutados en tiempo y lugares definidos. Así supo dónde nació; que era Sautatá para esos años, se vio jugando en el río aprendiendo a nadar hasta que un caimán aguja casi lo devora un día de esos en que desobedeciendo los mandatos de su abuela, se envolvió en una chinga roja e ingresó al agua. Igualmente supo porque aborrecía tanto las ordenes de los mayores, pues ellos no aceptaban equivocarse cuando impartían una instrucción. Se vio montado en una bestia caballar devorando montañas para llegar a un centro poblacional y finalmente las imágenes que aparecieron lo mostraban en el vagón de un tren desembarcando en la orilla de un río grandioso que no conocía.

– ¿Porque estoy repasando mi existencia? –Preguntó la vida mental e interior al consciente, – ¿Sera que, acaso, voy a morir? Pero el baúl de recuerdos estaba vacío y las proyecciones en la vida de cada día, como conceptos dinámicos, solo afloran con los recuerdos. –Entonces no tuvo respuesta.

Luces irradiadas sobre el caudal del afluente lo hicieron vistoso y la luminosidad indicaba la llegada a un sitio, en donde las ganas de desembarcar se apoderaron de él con una desazón inmensa, que no se dio cuenta de lo sucedido en su aura, es que su comportamiento condicionado a costumbres, turbaciones y estimulaciones jugó en él una mala trastada.

– ¿Acaso siento miedo de ver otro espacio vital y terrenal demarcado por la oscuridad? –Se interrogó desde el consciente, empero baúl vacío de recuerdos le dejó pensar una respuesta que lo tranquilizó:

–Noche sin luceros. Hay cosas que se esconden para conservarlas de por vida.

Había llegado el viaje a Gamarra y no conocía del tiempo empleado en el traslado dentro del vapor de rueda trasera. Su inconsciente venia rechazando emociones, sentimientos, y arropado en un miedo postrante, mojó sus pantalones sin darse cuenta. Ese condicionamiento de orinarse lo tuvo atrapado por toda su existencia y pensó que al finalizar el éxodo cambiaría de realidad.

–Cuando llegué a Barranquilla estaré feliz. –Advirtió al entorno.

El navío se arrinconó en la orilla, en Magangué, del territorio salieron vendajeros, leñadores y braceros cargando alimentos y miles de troncos de madera que acomodaron en el piso interior para reemplazar el combustible del vapor. Se alimentó y después, sin esperar el aullido, se embarcó en una piragua solitaria, derruida y de crujiente maderamen desacelerando el viaje.

–Mejor solo un navegante para mí. – Le expresión hizo parte de la determinación intranquila y lerda por llegar seguro a otra parte.

Había transcurrido la tercera parte del viaje fluvial y dentro de su afán, el galeno, pensó:

– ¡No seguiré siendo andarín!

Cuando tornó a la realidad estaba en Manzanares, sin saber dónde hizo el desembarcó, maltratado por el viaje, la silueta con cabello blanco, con figura encorvada, no ejercía la medicina, lejos de un puerto del rio Magdalena y en una ciudad donde no había malecón.

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