Cuantos días pensando en volver a mi país, una lucha permanente con los pensamientos tóxicos que te recuerdan constantemente no haber logrado  las metas trazadas, haciéndole frente a los sueños que se han desvanecido uno a uno. Aún asi, tome mi maleta entregue la llave al dueño de aquel cuartucho de paga diaria tras la orden de desalojo por no poder cancelar la renta, para regresar a Venezuela en medio de la cuarentena decretada por la pandemia mundial con la que estamos luchando a causa del Covid-19. 

  Al salir a la calle veía como muchos al igual que yo cargaban con sus maletas, unos solo arrastraban sus cargas, algunos las llevaban sobres sus hombres, mientras otros parecían que el peso lo llevaban en el alma, todos coincidíamos en algo llevamos mascarillas tapando nuestras bocas y vías respiratorias, aunque el ambiente se veía libre de contaminación la circulación de los vehículos y transeúntes era mínima la sensación de vacío en la ciudad era agobiante, el camino era largo alternado entre aventones otorgados por personas que aún les queda rasgos de humanidad y largas horas de caminata extenuante. Las provisiones de agua y alimento eran pocas asi como los pesos en mi bolsillo, debía sustentarme con lo que llevaba hasta llegar a la frontera entre Colombia y Venezuela. 

  Las charlas entre compatriotas repatriándonos eran escasas, evitábamos el contacto por temor a la exposición innecesaria al contagio por lo asintomático del virus en su etapa de incubación, era difícil saber quién podría estar enfermo y quién no. Sin embargo un grupo de al menos cien migrantes Venezolanos nos organizamos cual manada de lobos los más jóvenes y fuertes adelante en medio las mujeres, los niños y adultos mayores, otro grupo atrás de hombres con fuerza aunada a las experiencias de vida, con instinto de supervivencia para aquellas eventualidades que solo quien ha vivido en países donde es común la actividad paramilitar sabe a la que puede estar expuesto.

  Los descansos eran a la intemperie a la orilla de la carretera recostando la cabeza de cualquier roca, fue la primera vez que extrañe la horrible cama del cuarto de paga diaria. Al segundo día de caminata en medio del inclemente sol se desplomo en el pavimento una mujer tenía unos 45 años viajaba con una adolescente de unos 16 años, varios nos vimos los rostros la pregunta era quien se atrevería a cargar con la señora, el pánico a que fuera más que una descompensación por causa de la larga caminata se hizo presente, mi miedo desapareció al escuchar las suplicas de la joven, está sujeto mi maleta mientras agarre impulso para levantar en brazos a la señora hasta un dispensario cercano, le di gracias a dios porque la señora en medio de su malestar había escogido un buen sitio para desmayarse de lo contrario hubiesen sido dos personas las que necesitarían cuidados médicos.

  Al llegar al área de emergencia del centro asistencial nos aborda una enfermera, habla con la joven hija de la señora en cuestión, luego del protocolo para despistaje de Covid-19 por la información que aporta la joven y las pruebas preliminares presumen que la señora esta contagiada, aun cuando la noticia no fue alentadora ni por un instante pensé en la posibilidad de contagio, converse con la enfermera explicándole la situación por ser un desplazado y por haberle prestado ayuda a la señora permitió que tomara una ducha en el centro asistencial seguí las medidas de protocolo para personas expuestas, me deshice de la ropa, la mascarilla, y desinfecte los zapatos, me quede acompañando a la joven podría pasar la noche bajo techo, descansar un poco para continuar el viaje. Al amanecer me despedí de Catalina deseándole suerte y continúe el camino.

  Ahora era un lobo solitario me había alejado de la manada, horas tras horas de caminata el cansancio era tenaz, asi como la fuerza de voluntad. No dejaba de pensar en mi madre cuatro años sin abrazarla me daban las fuerzas para continuar, cuando parecía perder la batalla aparecía un buen samaritano ofreciendo un aventón, en el fondo estaba seguro de estar siendo ayudado por las intersecciones a causa de las oraciones de ella. Aún quedaba travesía, las noticias que escuchaba en el camino al toparme con hermanos Venezolanos no eran alentadoras todos repetían lo mismo, el cerco de la policía fronteriza no estaba permitiendo la entrada a Venezuela para los desplazados.

  Lo más difícil se acerca, adentrarme en el páramo de Berlín, la temperatura en la noche desciende a cero grados, la altura y la falta de oxígeno te afecta, pareces caminar por inercia. Día diez de camino ya estoy cerca de mi destino siento que he perdido peso tal vez unos siete kilos, mi barba esta larga, mi piel tostada por el frio, los olores de mi cuerpo son pestilentes a lo lejos logro ver un letrero que dice Puente Internacional Simón Bolívar; me acerco a prisa aun cuando no permiten cruzarlo personas amables me reciben, me prestan atención medica estoy siendo trasladado a un refugio, debo someterme a pruebas de despistaje por exposición al Covid-19 permaneceré quince días en cuarentena.

   Pasan los días muchos se marchan otros llegan, he cumplido mis días en el refugio sin presentar síntomas ya puedo marcharme, al salir del refugio me topo con la joven Catalina y su madre quien logró sobrevivir al contagio, sí que corrió con suerte de seguro algún propósito increíble debe tener aún por lograr entre nosotros, Catalina me reconoció al instante la alegría que expresaba en sus ojos me lleno de una forma tal que no hubo necesidad de palabras, no podemos dar muestras de afecto, allí entendí que no es precisó  tocarse para sentir. Continúe mi camino la cola para sellar el pasaporte es larga, avanza rápido al ver al funcionario de migración colocar el sello de entrada a mi país sentí alivio aún cuando falta camino por recorrer para estar de regreso en casa.

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