Eran las 6 de la tarde hora peninsular, Esperanza y su padre Javier, un hombre viudo, autoritario y firme a sus convicciones, tuvieron una discusión seria acerca de las notas de su hija. Esperanza, una joven de 17 años, inteligente pero un pelín racista era todo lo contrario de su padre. La alegría de vivir una vida sin preocuparse del futuro era lo que la caracterizaba y sobre todo la muerte brusca de su madre en su juventud la motivaba más a disfrutar de la vida mientras podía. Aun así, logró su doctorado a los 24 años en ciencias naturales con especialidad en cambios climáticos. Trabajaba en la agencia estatal de meteorología donde se encontraba Espoir, un joven de 22 años originario de un pequeño pueblo de Benín llamado zè. Llegó a España mediante una ONG que le había acogido. Con suerte, Espoir pudo encontrar un trabajo de limpieza en esa misma oficina. A estos dos personajes les esperan un choque cultural que durará casi todos los días.
En esa oficina Espoir era el único hombre de otro color y eso le perjudicaba en su trabajo. Se encargaba de higienizar algunos despachos, entre ellos el de Esperanza.
Esperanza no apreciaba ni aguantaba la presencia de Espoir, tanto en la oficina como en su despacho, en su cara se leía como en un libro la palabra racista en mayúscula. Espoir percibía esa onda, que de lejos ahogaba y bloqueaba su alegría y abertura a las personas.
Cuando acababa con la limpieza en el despacho de Esperanza, resoplaba de alivio y de nuevo relucía su cara como el brillo del sol sobre los ríos. En fin, la relación que existía en el trabajo era como entre un león y una gacela.
A mediados de febrero, aparecieron en España los primeros contagios del COVID-19, un virus jamás conocido que cambiará la vida de los españoles en todos los aspectos, basados por un lado en el sufrimiento de los seres queridos sin poder estar cerca de ellos, la añoranza de no haberse abrazado y querido lo suficientemente los unos a los otros y del otro lado, la capa de solidaridad que estaba dormida dentro de nosotros que el COVID-19 hizo despertar en un abrir y cerrar de ojos.
En este período de sufrimiento para el ser humano, para la naturaleza era un descanso y una alegría de poder respirar por lo menos 80% de aire puro, contemplar su belleza sin que una capa de humos tóxicos la cierra la vista. En fin, la naturaleza con su flauta y su guitarra regocijaba días a días generando más vidas y resistencia a nuestra capa de ozono.
Desgraciadamente, en vez de darnos cuenta de lo imprescindible y de lo vital que ha sido esa pausa, aunque dolorosa tal vez si no ocurriría, un terrible cambio climático nos hubiera acabado a todos, en junio todas las empresas se pusieron en marcha con la misma costumbre de contaminación generando gases de efecto invernadero.
Parece que todo había vuelto a la normalidad, pero para la naturaleza, todo había vuelto a la anormalidad porque sus pulmones estaban saturados de contaminación y estaba agonizando, no le quedaba ni un órgano sano en su interior.
En julio, la complicidad que existía entre la naturaleza y los humanos se había roto como si fuera un contrato de trabajo. Nuestro planeta, nuestra mejor aliada nos acababa de echar entregándonos llorando el título de mejor destructor de sí mismo y por el mal que tanto la habíamos hecho.
Estamos a 12 de julio, llega la estación que todo el mundo espera, playas repletas de gente tomando el sol, bares repletos de gente disfrutando tanto del calor del sol como de la frescura e la cerveza. A mediodía relucía el sol como nunca había brillado, suscitaba en la gente sensación de bienestar eterno, nadie se hubiera dado cuenta de lo que sucedía encima de sus cabezas, cuando de sopetón se había retirado el sol de la escena, dejando sitio a la oscuridad de la noche que a los humanos nos parecía como un eclipse entre la luna y su hermano sol.
¿Qué acaba de ocurrir? Preguntó Espoir inquietante viendo los pájaros agitados y huyendo como si algo les persiguiesen. Sintió de repente algo en el pecho que le solía ocurrir cuando habría de preocuparse. Del otro lado, los perros que de la misma manera huelen las drogas no paraban de ladrar.
En la oficina se confirmaba que era un eclipse solar, pero la inteligencia de Esperanza la llevaba más lejos. Compartió lo que para ella sucedía realmente, pero sus compañeros se burlaron de ella. Ya no sabía con quien compartir, ya que su padre había fallecido. Espoir, un hombre abierto, estaba en la oficina de Esperanza trabajando. Preocupada por lo que está ocurriendo, Esperanza sintió la necesidad de contarle a Espoir lo que sucedía realmente. Le comentó que la naturaleza no esperaba una reanudación tan brusca de las industrias, lo que había provocado un deshielo generalizado de los glaciares árticos, produciendo una desalineación del mar, lo que habría paralizado la corriente marina del Golfo, lo cual condujo a una bajada muy busca de la temperatura en todo el hemisferio norte de la tierra y empeoraría en los días en los días sucesivos, lo que llevará a una emigración generalizada de toda la población del hemisferio norte al sur.
Finalmente, Espoir animó a Esperanza a informar de lo que va acontecer y de las posibles soluciones al presidente del gobierno español. En el acto se ejecutó la emigración a los países del sur. Los de Estados Unidos emigraron hacia México y los países europeos hacia ciertos países africanos, entre los cuales Benín, el país de Espoir. En esta situación de extremo, la relación entre Esperanza y Espoir tomó otro rumbo. El racismo había dejado sitio al amor y a la solidaridad. Juntos regresaron a Benín. Había nacido una nueva Esperanza, también una concientización para un mundo sin contaminación lleno de sorpresas bonitas de parte de la propia planeta.
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