En busca de la felicidad

En busca de la felicidad

Fue hace un par de años, una noche, salí de casa para no regresar. Un año atrás comencé a llevar adelante un plan perfectamente elaborado, durante más tiempo del que hubiese querido. Sali de una relación que, sin darme cuenta, irremediablemente había muerto de hastío y soledad. Generalmente eso pasa cuando una deja de ser el amor de alguien y se transforma en una mera propiedad de la cual se hace uso y abuso a placer. No hubo golpes, pero sí un metódico y progresivo aislamiento, luego la dependencia constante e invasiva y por último la destrucción de la imagen propia para perder todo valor como persona y ser humano.

Como sea, el caso es que, con cuarenta y ocho años cuando el último de mis hijos contaba con apenas tres años, paf… descubrí de repente que cuando ese pequeño ángel creciera y emprendiera su camino yo terminaría compartiendo mi vida con una persona por la cual ya no sentía absolutamente nada y a quien, cada ves más a menudo, le advertía que si su actitud no cambiaba se quedaría solo. Por supuesto no me creyó. Donde se supone que una mujer vieja e inútil podría ir a vivir con un mísero salario de niñera.

Lo cierto es que, inevitablemente, mi hijo creció, consiguió un buen empleo y yo podía ahorrar cada centavo que ganaba. No tenía grandes necesidades y como mi esposo no pagaba mis gastos nunca se enteraba si yo tenía o no dinero. Mi vida de repente, fue pura disciplina, trabajo y ahorro total. Transcurrió ese año y llegó el gran día, o mejor dicho, la gran noche. El estaba de reunión con sus amigos y no regresaría hasta las cuatro o cinco de la mañana. A las once yo estaba en un  autobús camino al aeropuerto y a las dos de la mañana en un  avión que me dejaría en Madrid y de allí a Alicante. 

Me asombró la tranquilidad con que los echos de ese día se desarrollaron. Era como si una armadura me recubriera el alma y no me permitiera sentir ansiedad o temor o lo que fuera que otra en mi situación sintiera. Fue un  día como otro, me levanté, tomé un  baño, fui a trabajar y me despedí hasta mañana al terminar la jornada. De allí una visita a mis hijas, jugar con mis nietos, apresar en mis brazos el calor y el aroma dulce de sus pieles  y ya tarde regresar a esperar que mi marido salga. Un baño, bajar la valija que hacía una semana estaba lista, llamar un  taxi y partir.

Abrí los ojos sobresaltada, dormí, como quien muere aguardando la resureccion, durante todo el vuelo, el avión aterrizaba en Barajas. Descendí y esperé el equipaje, que se demoró bastante y de allí a pasar la aduana. De un lado los  ciudadanos y del otro los extranjeros como yo. El funcionario que me atendió tomó mi pasaporte le estampó un  sello y así de simple entré a España. De ahí en más todo salió terrible en lo que a traslado se refiere. Perdí el vuelo a Alicante y cuando estaban a punto de acomodarme en un hotel a pasar la noche, una empleada, descubre que mi pasaje no era con conexión y la aerolínea no era responsable si yo perdía el vuelo. Con valija en mano caminé hacia la salida del aeropuerto, me tope con unos obreros que hacían reparaciones y les pregunté como llegar a Alicante. Me instruyeron para que tome un bus a la terminal de trenes a fin  de conseguir allí un pasaje. En la parada del bus un matrimonio de ancianos se fija en mí y  preguntan de donde vengo y hacia donde me dirijo. Les cuento lo sucedido y como ángeles guardianes me acompañan hasta la estación. En tanto la señora camina lento a mi lado, su esposo sube escaleras para averiguar donde adquirir un pasaje. Me dan todas las indicaciones y nos despedimos con infinita gratitud de mi parte e inmensa amabilidad de la suya. Me dirijo a la ventanilla y … sorpresa, es fin de semana largo y no quedan pasajes. Cuando estoy a punto de disponerme a pasar la noche en una banca, la muchacha sentada detrás de la ventanilla, me dice que puedo llegar a destino si tomo un bus a Murcia y ya ahí tengo transporte cada quince minutos a  Alicante. Solo que el bus parte en dos horas. Las dos horas más lentas de mi vida. Mi huida estaba llena de tropiezos. Automáticamente sentí repulsión  por esa palabra. Huir nunca fue mi intención. Yo simplemente estaba yendo hacia adelante, buscando la felicidad a la que todo simple hijo de Eva tiene derecho. Estando  en el bus camino a Murcia un muchachito me observa, os veis agotada madrecita, me murmura. Sonrío, le cuento mi odisea. El bus hace una parada, Dios sabe donde, el joven desciende y regresa con dos cafés y cordialmente me ofrece uno. Conversamos todo el trayecto. Terminal de Murcia, me despido de mi acompañante, desciendo y sentada en una banca otra vez espero. Una pareja de jóvenes se sienta a mi lado, reparan en mi maleta ya maltrecha de tanto trajín. Nuevamente el relato de mi viaje surge. Llega el bus y de boca de los jóvenes un deseo de buenaventura para mi futuro incierto. Con una sonrisa mi corazón agradece. Veinte minutos después estoy por fin en mi destino. Así fui parida al mundo por segunda vez. Dejé lejos a mis hijos y nietos, aunque, gracias a la tecnología, hoy, nos vemos a diario, el dolor ese primer día se mezcló con la felicidad por la nueva vida. Igual que cuando llegué al mundo la primera vez. He igual que cuando llegué  la primera vez, manos desconocidas y sonrisas inesperadas me recibieron en este nuevo parto. Dicen que el desarraigo duele, pero yo descubrí que realmente el hogar está donde el corazón vive y  aquí mi corazón palpita desbordante de felicidad. 

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