Como extraño la brisa de mis playas, en aquel lugar que llame hogar, sentarme a la orilla del mar a platicar con las olas, en ese lenguaje universal que me hacía calmar.
El aire dejo de ser limpio y las únicas olas que veo son las de polvo, creí que tan lejos me sentiría tranquila, pero sigo revuelta en tanta inquietud, me percate que las heridas no sanan solo con distancia o con el tiempo.
Los demonios que me atraparon los sigo cargando en mi encorvada espalda, aquella que nunca pude enderezar para mostrarle obediencia. Mi cara sigue apuntando al suelo cuando la gente me habla, porque me acostumbré a huirle a lo podrida de su alma.
El día que yacía en el piso de la cocina, sentí la humedad de la sangre en mis prendas, no pensé en mi vida, pensé en la de mi vientre, y ahí tendida pensaba que, si yo me rendía y ella vivía, quedaría en manos del diablo, y si yo vivía y ella moría, jamás me perdonaría mi cobardía, y así fue, en cuanto me pude poner de pie, hui, robe dinero y partí, con el fantasma de mi hija en mis brazos y con el perdón que nunca llegaría.
Así deje mi hogar, con una carta de adiós a mi madre y nada más, él me quito mi lugar, me quito el mar, me quito mi aire, hoy en vez de libre sigo sintiendo el castigo, entre el smoke, el sol penetrante y el aire que solo lleva tierra en su brisa.
Migre para sobrevivir y hoy pienso en mi nuevo destino, quizás si voy de aquí para allá jamás me encuentre, si cambio mi imagen igual que dé lugar quizás me libere, quizás encuentre paz, quizás encuentre un nuevo hogar que me de aquello que me han arrebatado.
Las maletas siempre están listas…
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