El asombroso viaje de Ndaura

El asombroso viaje de Ndaura

Daniel Val

24/04/2020

No todas las miradas son iguales, ni todos los ojos ven lo mismo.

Ndaura vive con sus padres en un pequeño pueblo a orillas del río Benue, los habitantes del pueblo se sustentan principalmente por medio de los cultivos y la pesca, aunque también poseen animales de granja, el río es el corazón y los pulmones del pueblo.

La madre de Ndaura se dedica a las tareas del hogar y al cuidado de los animales, mientras que su padre a la pesca y caza ocasional. En cuanto a Ndaura, sus únicas preocupaciones son ayudar a su madre con los animales y no acercarse mucho a la orilla del río, por lo demás puede andar libremente por el pueblo.

Pese a que no hay muchos niños de su edad, la mayoría son más mayores que él y ayudan a sus padres en las tareas, no encuentra dificultades para entretenerse, siempre hay algo que hacer o alguien con quien jugar. La vida es prospera en la orilla del río Benue.

Tanto es así que pasaron los meses y la vida no cambió, hasta que pasó algo que no pudieron controlar.

La época de sequía no pilló desprevenidos a los adultos, sabían que no iba a tardar en llegar, como así hizo. Para ellos solo significaba que había que empezar el racionamiento, estaban preparados para ello. Para Ndaura y demás niños, ajenos al significado real, suponía el momento de poder jugar en el interior del río sin ningún temor, pues al haber tan poca agua era imposible que hubiera algún cocodrilo bajo su superficie.

Pasaron los meses pero el clima no mejoró, más bien todo lo contrario. El río se redujo a poco más que charcos, privando así al pueblo de su tan necesitado sustento, los alimentos escasearon y algunos de los ancianos enfermaron y murieron. Ndaura no comprendió la gravedad de la situación hasta que un día fue a buscar a su amigo Menelik y se encontró a los padres de este llorando a moco tendido. Ese día Ndaura aprendió lo que era la pérdida, no solo de su amigo sino también de su hogar, pues al llegar a casa sus padres le comunicaron que iban a mudarse a una ciudad cercana.

La naturaleza se había mostrado implacable trayendo consigo la sequía más grande que jamás se hubiera visto, y por ello Ndaura tenía que llorar a su amigo y a su hogar.

Durante el viaje en barca permaneció en silencio, absorto en sus pensamientos. Iba a añorar su antigua vida, las mil o más travesuras que había hecho con Menelik, las carreras alrededor del pueblo, su casa y demasiadas cosas más. Había sido muy feliz viviendo en el poblado pero ahora solo le quedaba la incertidumbre de cómo sería su nueva vida.

Cuando llegaron a la ciudad de Makurdi, a 30 km río abajo, Ndaura estaba dormido. Lo primero que vio al despertar fue un aparato negro al fondo de la habitación, sus padres rieron al ver como se acercaba con sumo cuidado al extraño objeto, apretaron un botón y el objeto reacciono provocando que Ndaura diera un paso hacia atrás, lo que aumentó la risa de estos. Era la primera vez que veía la televisión. Su padre lo cogió en brazos y lo acerco a la ventana, sus ojos estaban llenos de vida, la gente montaba en animales extraordinarios que hacían un ruido tremendo al moverse. Nunca se hubiera imaginado nada igual, pero este solo era un pequeño adelanto de la vida en las ciudades.

Estuvieron en Makurdi el tiempo imprescindible, su padre había conseguido el dinero suficiente para comprar tres billetes de autobús para la capital, Abuya. Desde allí esperaba conseguir billetes de tren para llegar a Lagos, su destino final.

Para entonces Ndaura ya había comprendido que aquellas cosas ruidosas no eran animales, sino máquinas construidas por el hombre para trasladarse, aunque le divertía más pensar que él y todas las demás personas viajaban en el estómago de aquel ser.

Ndaura no perdió detalle de la ciudad durante el viaje. Abuya era magnífica, gigantesca a sus ojos, nunca había visto tanta cantidad de tránsito. En comparación, Makurdi no era nada. Las carreteras estaban llenas, haciendo el avance terriblemente lento, las calles rebosaban bullicio, había edificios extraños y exóticos donde se hacía cola para entrar. Hasta el cielo se unió a la fiesta cuando una monstruosidad metálica lo sobrevoló. Eso debían de ser las máquinas que volaban, los aviones.

Pero por desgracia no hubo tiempo para más, llegaron a la estación de Gig Motors, a las afueras de la ciudad, y cogieron un taxi rumbo a Idu Railway Station, la estación de trenes.

La estación era increíble, un edificio grande laminar de color gris. El sol se reflejaba en la fachada provocando destellos que cegaban a Ndaura. Su padre fue a hacer cola para adquirir los billetes, mientras que él y su madre esperaban en una sala gigante llena de asientos. Una vez reunidos y con los billetes en su poder, subieron por una pasarela hacía las vías. Ya se podía ver al tren esperando, a Ndaura le pareció un ciempiés gigante pero no dijo nada, tan solo no perdió detalle.

El viaje fue largo pero por fin estaban en Lagos. Pasaron los años y se asentaron en su nuevo hogar, encontraron trabajo e hicieron nuevas amistades. Ndaura y su padre trabajaban en el puerto, aún recordaba la impresión que le dio ver esos gigantescos barcos por primera vez. Su madre, ocupada en las tareas del hogar, estaba esperando a otro retoño. Todo iba bien menos la estabilidad política del país, a mitad de año comenzó una revuelta que ponía en serio peligro su tan trabajada vida.

Finalmente, el conflicto llego a tal punto que se vieron obligados a auxiliarse en un barco mercante rumbo a Europa. Otra vez tenían que partir, pero Ndaura ya no tenía miedo a los cambios, había estado en muchos lugares distintos y había sacado cosas maravillosas de todos ellos.

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