Turquía: Menos mezquitas y más escuelas.

Turquía: Menos mezquitas y más escuelas.

Rocío Belem

25/04/2020

Cinco de la mañana en Estambul. El graznido de los cuervos y el Adhan repicaron en mis oídos anunciando el salat

Dios es el más grande!(…) Acudid a la oración– cantó el muecín desde el minarete.

 Me incliné con fuerza y recé.  Salih, mi padre también oró y, al despuntar el alba, cada uno siguió con sus tareas.

Salí de casa hacia la escuela. Soy profesor de inglés y de español.

Llegué al colegio y lo encontré cerrado; tomé el móvil y hablé con mi colega, Mustafá.

El presidente mandó a clausurar todos los establecimientos educativos del movimiento – me contestó, con la voz entrecortada.

  Un golpe de Estado fallido en Turquía; las calles se llenaron de manifestantes pidiendo  la permanencia de la democracia. Todavía pensaba que era una de las tantas chicanas entre el presidente  y sus opositores. Me equivocaba.

El 16 de junio de 2016 mi vida cambiaría. También la de mis seres queridos.La caza de brujas había comenzado.

Incrédulo volví a casa y busqué información en los portales internacionales.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo; el mandatario vociferaba al mundo que había sido víctima de un golpe y que el responsable era su otrora benefactor, Fethullah Gülen.
La CNN- fiel a su estilo- daba pormenores de los supuestos golpistas:
«El violento intento de golpe contra el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan tiene como protagonista a un grupo radical denominado Hizmet,(servicio en español) y pertenece a Fethullah Gülen. El  predicador y fundador del movimiento  promulga la paz interreligiosa  a través de la creación de más escuelas y menos mezquitas».

«El autor intelectualresaltaba la voz de la cronista- vive en Estados Unidos y aparentemente habría denunciado, hace unos meses, hechos de corrupción en las altas esferas del mandatario turco.

Bajé el volumen de televisor para que mi padre no se preocupara y atesoré en mis retinas el  paisaje con técnica EBRU que Salih mostraba con orgullo a mi hermano menor.

 Miré por la ventana del cuarto ubicado en el primer piso  y observé el vuelo de un ave con sus alas desplegadas  que huía hacia el poniente.

Bajé a la cocina y preparé té. Volví a mirar las noticias y el anuncio me hizo salir del letargo.

Toque de queda desde las 20 y orden de arresto a los insurgentesrepetí en voz baja y una lágrima rodó por mis mejillas mientras el celular sonó dentro de la chaqueta

Merhaba, Fatih, estás al tanto de las órdenes y de lo  que está pasando?– comentó preocupada Sumeyye, mi prometida.

Tranquila, no podrán arrestar a todos los miembros del movimiento Hizmet; además, bajo qué cargos?– intenté responder con tono casual.

Creo que no hay tiempo que perder. Debemos salir cuanto antes del país– sentenció la doctora en física y mi futura consorte.

La noche se hizo eterna. Sabía que el tiempo no jugaba a mi favor. Busqué mi pasaporte y tracé en un mapa mental el camino menos peligroso para escapar.

Salí de casa como un  marginal, apenas con una mochila para no levantar sospechas. Crucé la acera que lleva al Palacio Topkapi y esperé el autobus.

El vehículo llegó con unos minutos de retraso que se convirtieron en siglos.

Subí al micro y me acomodé en el asiento. Tomé el celular y llamé a mi prometida y le dije que si lograba salir del país la mandaría a buscar .

Apenas 220 kilómetros me separaban de Edirne, al noroeste de Estambul y primera escala para ir a Pasarkule en la frontera con Grecia. Tardé cinco horas en llegar. Allí, un traficante me cruzó a remo en un bote  de madera por el que tuve que pagar 200 euros

El traslado a través  del ríoMeriç para alcanzar la orilla griega fue de apenas 150 metros. Toqué tierra y un bosque aguardaba por mí, con tono amenazante. Recorrí junto a otros sin tierra , en su mayoría sirios y paquistaníes, los tres kilómetros que nos separaban de las costas otomanas.

Con el último aliento y con la valentía de los que ya nada tienen que perder avisté el cercado de púas que nos impediría llegar a Kastanies, el paso fronterizo griego.

Esperé hasta bien entrada la noche, saqué de mi mochila los guantes de cuero que me había regalado mi madre antes de morir y con otros cinco desplazados  saltamos la cerca.

La policía migratoria llegó hasta nosotros y ,sin mediar palabra, nos llevó detenidos.El tener el pasaporte al día y saber inglés hicieron el resto. Pedí asilo político y tomé un vuelo a Londres.

Estuve un mes viviendo de la ayuda de algunos hermanos del Islam. No podía contactar a mi familia porque era ponerlos en peligro. Yo era para el gobierno de mi país, un terrorista.

Omer, el sheik del centro islamico inglés me ayudó con los trámites para viajar a un país seguro. El destino quiso que fuera Argentina. Mi objetivo, sin embargo era llegar a los Estados Unidos.

Arribé una fría mañana de agosto a Buenos Aires donde me esperaban dos compatriotas que tenían contacto con  migraciones. Llegué al barrio de Flores y me hospedé en una casa de la Fundación para la amistad argentino-turca.

Al cabo de unas semanas me contacté con mi familia a través de Telegram.

Cómo está papá? Qué sabes de Sumeyye?– pregunté a Yusuf, mi hermano menor

No vuelvas, por favor, te abrieron una causa por traición al régimen; Sumeyye ha sido encarcelada.

Cómo dices? Por qué a ella? Sólo por ser científica y formar parte del movimiento?– dije con indignación.

Ella fue atrapada en su casa junto con otras tres mujeres y sus hijos pequeños y llevadas a una cárcel; los abogados dicen que el supuesto delito no es excarcelable y pueden pasar muchos años allí.

Ya no pude seguir leyendo; el pecho se convirtió en una roca.Lo último que escribí fue : Soy un refugiado. Estoy muerto en vida.

Y mientras tanto, el mundo siguió girando…

 

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