Una risa en el desierto

Una risa en el desierto

James Gall

18/04/2020

   Sinceramente, no sabría como explicarlo. No podría decir con total sinceridad lo que sentí en ese momento. El calor sofocante del desierto consumía mis palabras, sus rayos calcinadores chamuscaban mis pupilas, y la arena tan tortuosa como un un millar de agujas se incrustaba en cada uno de mis pasos; mientras empujaba la carreta atada a mi pecho, donde llevaba a mis dos hijos. 

    No obstante, pese a los océanos de arena del desierto y las olas de calor que penetran hasta en lo más escondido del ser; logré sobrevivir a los fenómenos que propios de un relato de ciencia ficción, se manifestaron delante de mis propios ojos. Recuerdo el canto de las musas que carcomía en mis pesares, consumiendo lo poco que me quedaba de cordura con simple pudor y lujuria. O aquel momento cuando sentía que alguien me susurraba al oído con un tono muy extraño, no se escuchaba como si fuera algo de suma importancia así que solamente seguí por el sendero, pero vaya que era alarmante saber que había otra persona merodeando por donde estaba transitando. Sinceramente, no sabría como explicarlo.

   Lo único cierto es que, me sentía esperanzado con poder llevar a mis hijos a una mejor vida, pues nuestro antiguo pueblo estaba siendo consumido por las abrazadoras arenas del desierto. Mis hijos: Mazen y Samir; me lo son todo para mí, pues son el único recuerdo que me queda de mi difunta esposa, y como un viudo que no puede resucitar a los muertos de su tumba cual mesías, planeo darles lo mejor y protegerlos aunque esto signifique poner mi vida en juego.

   A pesar de que les deseo lo mejor, la verdad es que todo se ha vuelto mucho más difícil desde que nuestro único camello falleció a merced de las garras de las arenas. Dejándome la responsabilidad del traslado a mis propias resistencias.

   Todo fue muy extraño dentro de este océano sin mar, pues me pareció realmente preocupante que nuestro camello haya caído muerto, puesto que estos son capaces de aguantar entre cinco y diez días en estas condiciones climáticas. Por otro lado, no podía saber si lo que veía delante de mis ojos era real o solamente era un espejismo, puede sonar un cuento de niños, pero era algo realmente tortuoso.

   Afortunadamente, ya había escuchado una que otra historia sobre los fenómenos que deambulan por el desierto, por lo que varías de las cosas que veía con mis limitados ojos mortales, pude reconocerlas al instante, lo cual por su parte me hacía apresurar el paso, ya que algunas de estas visiones tenían un aspecto tétrico, sin decir menos que antropomorfo; y podía sentir a algunos de estos caminando muy lentamente hacia la carreta donde estaban los niños, generando un ruido abrumador que cada vez aumentaba más y más su frecuencia, aterrando de muerte a Mazen que era el mayor de los dos.

   Dios se apiade a mis niños, que más de una vez han clamado con una gran fuerza y con un llanto que haría estremecer al más frío, el querer terminar de una vez por todas el sufrimiento que es vivir; no puedo evitar reírme irónicamente cuando los escucho, ya que ellos no son los que están empujando la carreta cual esclavo. Sin mencionar que tampoco tengo las fuerzas necesarias para poder decirles algo que exorcice esos pensamientos de sus cabezas, pues mi lengua ha sido quemada no por el fuego de la inspiración lingüística ni la riqueza verbal, sino por las llamas que al igual que mi lengua, calcinan mis pies al punto de perder la sensibilidad en ambos.

   Muchos me advirtieron que esto más que una migración, era una travesía descabellada, donde además de arriesgar mi propia vida, estaría arriesgando la vida de mis propios hijos; pero quién soy yo para escuchar lo que me dicen los muertos.

   Sin duda alguna, lo peor del desierto se cree que es el sofocante día, pero no hay peor evento que experimentar con tu propio cuerpo las mil agujas gélidas del desierto nocturno. Teniendo que ceder algunas de mis prendas a mis niños que acurrucados en la carreta se someten a soportar esta tortura pese a su edad. Pero es un sacrificio que estoy dispuesto a aceptar.

   Solíamos contar historias para poder pasar el crepúsculo, pero me han estado dando el privilegio de poder solo contar las mías. De hecho, últimamente han estado muy silenciosos, ni siquiera han gritado o llorado pese a los tormentos de las arenas, lo cual me deja muy contento puesto que esto significa que han estado madurando y superando el miedo a estos fenómenos. Lo mejor es que, gracias a su valentía, han podido dormir profundamente por largos lapsos de tiempo, aunque aún no sé cuando despertarán, pero creo que lo hacen cuando no estoy mirando. Es muy divertido pensar que al fin se están divirtiendo juntos. Qué sería sin mis niños.

   En mis tiempos de juventud siempre aspiré a convertirme en un escritor prodigioso que pueda enseñar e impulsar sus obras por diferentes lugares. Pero nunca tuve la oportunidad de poder enseñar mis trabajos, aunque me hubiese encantado poder hacerlo. Y qué mejor que una historia de supervivencia hecha por mis propias manos y experiencias, de como un hombre sobrevivió a los mares secos del desierto. Me muero de ganas por comenzar a escribir mi historia.

   Por otro lado, nunca pensé que perduraría para poder llegar a la tierra que les prometí a mis hijos. Fue un viaje de no más de tres días, pero apostaría que debido a las condiciones climáticas y atmosféricas tanto de día como de noche, estos días fueron realmente eternos; sin mencionar los miles de fenómenos y alucinaciones del desierto que nos acosaron todo el viaje.

   Eso es lo que llamo un verdadero pasado. Afortunadamente mis hijos aún dormían, y ni el movimiento los despertó. Los cargué conmigo hasta la entrada del pueblo. Ellos estaban fríos. Yo solo reía a carcajadas.

   Sinceramente, no sabría como explicarlo.

   

   

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