…esa patria ya no existe…

…esa patria ya no existe…

Maricarmen

03/05/2020

Yo sujetaba fuertemente con una mano mi muñeca Gisela y con la otra el brazo de mi madre. Poco tiempo después de aterrizar el cuadrimotor Súper Constellation de Iberia en el aeropuerto de Río de Janeiro, la azafata ha abierto la puerta dejando entrar una bocanada de aire cálido y húmedo desconocido para mí hasta entonces. Era el 19 de abril de 1953, yo cumplía 6 años, mi vida nunca más volvería a ser la misma. Atrás quedó mi infancia en Madrid, que me acompañó en forma de recuerdos por toda mi vida, siendo hasta hoy los referentes y valores que me definen en todo lo que pienso y hago. El piso de la calle Valverde en que vivíamos, tan cercano a la Gran Vía de Madrid. Mi habitación de paredes decoradas con las figuras de Blanca Nieves y los enanitos, pintadas en donde yo misma desde mi cuna he orientado al pintor que las hiciera. La luz del cielo madrileño que entraba por la ventana donde yo podía ver los tejados de las casas del distrito centro donde vivía. La enorme cocina de leña en donde mi madre, excelente cocinera, preparaba comida española con olor y sabor riquísimos. El altillo con curioso acceso por una escalera de madera de poner y quitar en donde me encantaba jugar. Cinco plantas más abajo se ubicaban el piso y la portería de mis abuelos maternos. Mi abuelo Juan Manuel, que a cualquier niña le gustaría tener, era portero, músico, zapatero artesano e incansable arreglando mis juguetes y muñecas. Una vez me hizo una artesa con recubrimiento de zinc, auténtica monada. Mi tía Lucy, modista, hacía los vestidos a mi y otros idénticos a mis muñecas. Mis abuelos paternos vivían pocas calles más arriba y disputaban con los otros abuelos a ver quien me dedicaba mayor atención. Mi abuelo Octavio, en un momento de su vida fue representante de embutidos y cada día antes de pasar por su casa pasaba por la mía, en moto, para dejarme un trozo de cecina a sabiendas que me encantaba. También tenía visita diaria de los tíos Juan y Manolo para llevarme cosas o contarme cuentos. Entre todos se peleaban por ver a quien tocaba llevarme de paseo, más frecuentemente por la Gran Vía hacia Plaza España o a jugar en los Jardines de Sabatini con mi báscula, de hecho con ella aprendí a sumar y restar pesas, piedras y arena. Mi padre, sin escatimar recursos, a partir de los tres años de edad me ha matriculado en el exclusivo, muy católico y bilíngüe colegio franco español San Luis de los Franceses en la carrera San Luis. Así transcurría mi vida entonces, desde mi óptica de niña se me antojaba ideal cuando, un día incomprensiblemente mi padre me ha comunicado que iríamos a vivir en Brasil. Y así fue, mi padre se marchó a bordo del barco Luis Lumière. Cuatro meses después recibimos su carta anunciando nuestro viaje de solo ida a Rio de Janeiro en avión Iberia. Nuestros enseres fueron vendidos o donados. Me acuerdo que estuve encerrada en la despensa para no ver salir mi cuna y mis juguetes. El vuelo recién inaugurado por Iberia, con escaso pasaje, dos francesas y dos monjas, hizo escala en Dakar en donde por primera vez hemos visto hombres de raza negra con sus atuendos tribales, altísimos, portando lanzas que nos causó respeto. Los primeros tiempos en Brasil no fueron malos, mi papá ha sido invitado a instalar un gran generador de energía eléctrica en la paradisíaca propriedad del terrateniente señor De María en Asunguí donde tuvimos que ir a vivir provisionalmente. Parte de la propriedad era una gran extensión de exuberante jungla tropical con espectacular biodiversidad de fauna y flora. En la casona donde vivíamos, mi madre todavía condicionada por la forma de vivir en Europa, me vestía con vestido blanco de encaje que volvía negro después de haberme metido debajo de los naranjos doblados por el peso de la abundancia de frutas, ponerme morada y rebozarme con gusto por el suelo. Pájaros de todos los colores entraban volando por la ventana abierta y salían por la otra, el cielo era una fiesta de guacamayos y fantastica riqueza de especies de aves. Eso se quedó indeleblemente grabado en mis recuerdos para siempre. El tiempo fue pasando y ha llegado la adolescencia poniendo de manifiesto un grave encontronazo cultural que ha destrozado mi autoestima y el miedo me ha transformado en acomplejada y infeliz. Todo lo que ha venido a continuación fueron tiempos difíciles que han añadido daños y desengaños haciendo añicos a todas y cada una de mis ilusiones y dejaron grandes y profundas cicatrices permanentes en mi alma. Un día me di cuenta de que se habían pasado treinta y cuatro años. En todo ese tiempo pasado, mi infancia en forma de recuerdos ha sido mi santuario, mi biblioteca de consulta de valores, mi refugio contra las tormentas, mi consuelo en la soledad, auténtico tesoro y quizás mi único lugar de descanso y refrigerio para mi alma. Hoy vivo en España, que ya no es la España que llevo dentro, esa patria ya no existe, yo sigo adelante orientándome por el magma de los registros de todo lo que fue mi infancia. 

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