Ninguna migración más grande, más oscura ni más intensa que esta.
Yo no conocía este episodio de nuestra historia. En realidad a mi ya madura edad me he dado cuenta de cuantos pasajes de la historia de mi país y hasta de mi propia familia he ignorado siempre.
La juventud tiene otros intereses, otras prisas y otros planes que pararse a conocer el pasado de tu país, tu pasado, tu herencia. La primera madurez te encuentra llena de responsabilidades y planes a corto plazo, sin tiempo. No puedes cultivar la lectura como placer, mucho menos la lectura para saber, conocer, indagar…, solo con el reposo de la cincuentena o cuando entras en los sesenta empiezan a sobrarte muchas tareas, a parecerte superfluos largos tiempos dedicados a cosas ahora inútiles. Criados los hijos, consolidada mejor o peor la economía y la vida emocional estabilizada a duras penas, las cosas cobran una importancia nueva, distinta. Eres capaz de sorprenderte a ti misma con nuevas actitudes, te vuelves más tolerante, tu entorno cambia y conoces a otras personas, otras actividades, otras vidas. Así me topé yo con el episodio que quiero compartir en este foro. Para mí ha sido tan enriquecedor y tan aleccionador como para despertar una conciencia y una consciencia desconocida hasta ahora.
El episodio de «la Desbandá de Málaga» llegó a mi conocimiento por casualidad. Con motivo del ochenta aniversario de este hecho, de forma también fortuita, participé en los actos conmemorativos celebrados en el lugar de los acontecimientos. Me empecé a documentar de lo ocurrido porque nunca había oído hablar de esta diáspora. Como hay documentación suficiente no voy a extenderme aquí en relatar un hecho histórico, solo lo que removió en mi conciencia, lo que me enseñó de golpe. Hay muchas escritos y versiones a disposición, yo solo me voy a referir a lo que pasó en la carretera de Málaga a Almería en este foro.
Qué mayor migración de cuerpos y almas! Miles de personas (nunca se supo cuantas) que salieron con lo puesto huyendo de la guerra, una guerra que se les venía encima de forma tridimensional, por tierra, mar y aire. Las circunstancias hicieron que la mayoría fueran mujeres y niños ya que los hombres andaban haciendo la guerra en uno y otro lado.
Solo existen unas pocas fotos, tomadas por Norman Bethune, de ese terrible éxodo. Si las miramos con ojos compasivos, sin ningún sesgo ideológico, son pocas pero suficientes para podernos imaginar el horror en estado puro. Nunca nos podríamos aproximar a cómo siente quien trae la muerte en las espaldas y huye, sin hoja de ruta, hacia un destino sin futuro.
Madres con niños de pecho en un brazo y otro hijo de la otra mano, incluso alguno más agarrado a sus enaguas siguiéndola. Carretas abarrotadas de enseres míseros que se van abandonando en las cunetas conforme el camino se hace insoportable o las bombas matan a sus dueños. Borriquillos con alforjas repletas de lo que buenamente han podido coger al vuelo en el último momento. Todas las mujeres parecen ancianas, unas lo son verdaderamente y el resto se han adelantado al tiempo y caminan vestidas de oscuro, mal calzadas y con mil arrugas del esfuerzo y sobretodo del pesar que arrastran.
No son solo fotografías de mala calidad, son trozos de historia, trozos de vidas que un extranjero horrorizado pensó que debía tomar para que no se quedara en el olvido aquella columna de dolor.
Retazos de vidas, muchas truncadas casi iniciado aquel camino, otras cuando ya creían haber alcanzado un puerto de salvación, y no llegaron a ninguna parte. Si hoy, a vista de drom, viéramos esa fila de hormiguitas cargadas con su futuro nos recordaría la película de la huida de Egipto del pueblo de Israel, las imágenes que tantas veces hemos visto de niños en la pantalla de la televisión desde nuestro sofá, aunque aquí no se abrió ningún Mar Rojo para dejarlos pasar.
Y como los seres humanos repetimos nuestros errores una y otra vez también esta triste columna de migrantes involuntarios nos recordaría a los sirios que huyen de igual manera de su casa, con lo puesto. En filas familiares, con niños en los brazos o en los hombros, cabizbajos, desesperados… con el mismo incierto destino de aquellos, ochenta años después.
Tuve ocasión de conocer en aquel aniversario en dos mil diecisiete, a varias de las escasas supervivientes de la desbandá, todas mujeres, ancianas que trasmitían la paz y la dignidad que solo puede dar quien ha conocido el infierno y lo ha vencido, quien ha reconstruido su vida y hasta ha conseguido hacer felices a otros. Pero nunca olvidaron. Y nunca hablaron. Durante décadas guardaron un silencio espeso, no lo contaron hasta mucho más tarde a sus hijos, a sus nietos… cuando el entorno empezó a indagar y a preguntar. Costó mucho sacar las historias enterradas en las entrañas de mucha gente.
Me es imposible describir aquí lo que les oí a estas supervivientes que entonces contaban seis o siete años… Cuesta que arranquen a hablar, es como si tuvieran que escarbar muy hondo en sus vísceras para encontrar este episodio bien enterrado, bien sujeto durante décadas, pero una vez que lo hacen su voces toman velocidad y se desbordan, como las compuertas de un pantano . Del tartamudeo inicial, mirando azoradas a la persona que les ha acompañado y convencido para contar su vivencia, van cogiendo confianza. Cuentan su historia con la voz entrecortada porque vuelven a ver a sus madres reventadas, a desconocidos despanzurrados, recuerdan la cara borrosa de un padre que nunca más vieron o agradecen en voz alta estar vivas gracias al soldado que las encontró perdidas llorando por las sierras a donde huyeron de las bombas. Se habían soltado de la mano de sus madres y…
A partir de esos días sus vidas transcurrieron aquí y allá en países desconocidos. Para olvidar, el primer paso fue no hablar de lo sucedido nunca. Y a la vuelta, cuando pudieron hacerlo, siguieron en silencio.
Invito a los lectores a indagar en esta migración sin entrar en ninguna inclinación política, solo desde el punto de vista de la dignidad y el respeto que nos debemos a nosotros mismos.
A día de hoy han fallecido varias de las mujeres a las que escuché. D.E.P.
Ajunto audio de un homenaje a las víctimas de la Desbandá del coro la Mar de Voces.
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