Ser yo la migración de mi vida

Ser yo la migración de mi vida

Silvia Bentolila

17/04/2020

Desierto del Sinaí; año 2017:

Mi nombre es Silvio García y me acaban de preguntar cuál es mi fecha de nacimiento. La verdad que no he sabido muy bien qué responder así que he contestado con otra pregunta: ¿Cuándo, la primera o la segunda vez que nací?

Siempre lo tuve bastante claro, quería cruzar el Mediterráneo para volver a casa. 

Abrí los ojos y aparecí tumbado en el suelo entre alfombras y cojines, muchos cojines de todo tipo de colores vivos y cálidos y un olor a té dulce con azúcar que parecía glasear todo el ambiente.

Estaba sudado, salí, era de día. El sol brillaba con tal intensidad que apenas podía mirar a ningún lado sin sentir que las pupilas me ardiesen, sentía como si tuviera pequeñas llamitas en mis pestañas. Necesitaba enjuagarme la cara y para mi sorpresa encontré justo a dos centímetros de mis pies, al lado derecho un cuenco metálico con un agua que me hizo sentir avergonzado de lo hermosa que era. Me refresqué y volví para dentro.

Dentro de la carpa había una mujer joven de piel morena y ojos verdes intensos y grosos labios con la cabellera escondida en unas telas de colores tierra. Me acerqué a ella y le pregunté que cómo se llamaba y de repente, comencé a hablar en una lengua que no reconocí y me tapé la boca y los ojos que casi se me salen del susto. Ella me miró con cara rara, pero me respondió: “Lea, me llamo Lea”, en esa lengua que yo también hablaba y al parecer, también entendía. Respondí cualquier cosa por volver a escucharme hablando en ese idioma y no sabría deciros cuál era exactamente, pero sonaba bastante gutural. Era gracioso porque pensaba en una lengua, pero hablaba en otra totalmente diferente sin cometer ni un solo error. Al cabo de un rato, ya llevábamos un par de horas conversando y descubrimos que ambos proveníamos del mismo lugar y origen, lo cual me parecía increíble, teniendo en cuenta que nuestros rasgos eran totalmente opuestos.

Le pregunté a Lea si quería salir conmigo a caminar por el desierto, pero me dijo que no, que prefería quedarse en casa, así que agarré mis cosas, empaqueté sobre todo mucha agua y la dejé ahí.

Al primer lugar que me dirigí fue un campo de palmeras que no parecía encontrarse muy lejos de donde ya estábamos. Cuando llegué vi que habían dátiles por todos lados. Comí al menos diez, nunca había probado unos iguales. Éstos parecían pequeñas gemas naturales comestibles dulces y deliciosas. Luego fui a pasear por las dunas e incluso me deslicé por algunas de ellas para sentir la adrenalina, aunque acabé con arena por todos lados. Era la última hora de sol y me senté en posición de loto desde un lugar muy alto para poder ver el atardecer. Comencé a repetir las siguientes palabras en bucle: Creador del Universo…

Desde mi posición no podía ver mucho: Sequedad, terrenos áridos, un enorme sol que cada vez se hacía más pequeño…

De repente, recordé una conversación que tuve con alguien que conocí en un viaje. Me comentaba que él siempre que necesitaba evadirse, viajaba al sur, en busca del desierto. Yo la verdad que nunca entendí por qué…¿Cómo un paisaje tan vacío podría nutrir tus ideas o tu corazón? ¿Qué es lo que inspiraría a tu alma este paisaje tan frío y carente de vida? O…puede que justamente fuera todo lo contrario. Al verme aquí rodeado de esta inmensidad natural, me vuelvo a sentir como cuando estaba en el vientre de mi madre. Donde no había nada, solo ella y yo, y ni si quiera nosotros estábamos juntos porque nos separaba una fina capa y vivíamos en diferentes dimensiones. No habían distracciones, no había en mi mente tampoco ningún tipo de conocimiento, yo solo era y existía. Estos dos lugares comparten un mismo criterio y es que todo lo que nos rodea es una atmósfera individual y con nosotros solo estamos nosotros pero la diferencia es que esta vez, yo sí tenía el poder de decidir nacer. 

Volví en dirección a la carpa bueno, a la no-carpa porque se había esfumado, como otros tantos lugares que alguna vez había creído mi hogar. Por alguna razón me lo esperaba, esta vida mía de nómada ya dejaba de ser vida de nómada para ser yo la migración de mi vida, siempre errante y trashumante.

No sé si es que había considerado todos esos lugares mi hogar porque me había sentido a gusto en ellos o si porque realmente me pertenecían o yo les pertenecía.

Al día siguiente cuando me levanté, no sabía muy bien dónde me encontraba ya que había estado caminando por el desierto numerosas horas durante la noche, así que paré a dos hombres que pasaban por ahí a los lomos de unos camellos para preguntarles.

Perdonen caballeros, ¿podrían decirme dónde estamos? Dijeron que estábamos cerca del puerto de Port Said.

Cuando llegué al puerto vi que había un navío que viajaría en dos horas al puerto de Haifa, (Israel).

«La Tierra Prometida» — pensé. 

Todo el cuerpo me empezó a temblar, como si desde mis adentro pudiese oír retumbar una voz grave y fuerte que me hiciera vibrar. Como si mi alma se hubiera despertado de un sueño para estar dispuesta a viajar hacia el Edén…

Y fue ahí cuando decidí desprenderme de todo lo que era para comerme la manzana de mi destino, para atragantarme y así poder volver a nacer…

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