El tiempo es un medidor paciente de la vejez. Ahora en este momento, veo toda la amplitud de mi vida como si estuviera comprimida y de la que nada queda salvo el residuo. No tengo el oro líquido del aceite, se me ha escurrido entre los dedos. He sido arrastrado como las olas que llegan a la orilla y se absorben en la arena hasta que desaparecen. Me he moldeado sin rostro. Sueño mi despertar, porque así acojo un poco de paz a mi ser.

Todo ha sido una escalada de malos recuerdos que me han llevado hasta aquí, un escenario escueto sin actores, sin música ni bailes, en el que el único corazón que late es el mío; negro, oscuro como la noche, siendo mi cuerpo mi propia sombra.
Pero mentiría si no tuviera elementos que me atasen a este mundo: el primero mi hija, que es como una gran ventana al mar y la razón de mi existir, por ella tuve muchos contratiempos y aunque ya han pasado 30 años desde mi divorcio, lo tengo muy presente; no hay día en el que no piense en algún acontecimiento en concreto, y el segundo mi pareja, que la conocí en un baile. Este suceso empezó días atrás, quizá alguna semana antes; oí en la radio de un autobús regular que hacía el trayecto Denia-Valencia un anuncio en el que se animaba a la gente a acudir a una fiesta para conocer pareja. La dirección, horario y día se grabó en mi mente. Era un viaje que hacía los fines de semana alternos para ver a mi hija, según el convenio regulador que resolvió el Juez.
No obstante, en mis primeros inicios no obré bien. Y sobre unos cimientos mal construidos es difícil que un edificio pueda resultar adecuado. Todo lo que se hace a partir de ese momento es incorrecto y no tiene la suficiente capacidad para redimir el daño causado. Es así como me encontraba a rasgos generales, y además no lo podía ocultar; lo llevaba grabado en la frente (pit pit avión alcanzado, fuego en la cabina s.o.s).

Era una noche de primavera, sesgada por la confusión. Todo el olor, las caricias, los brotes verdes que desprendía, me eran ajenos. Circulaba sólo, con mis pensamientos trastornados por una mente cansada, sin ánimo, aunque las células nerviosas trasportaban indicios de hombre joven, con un porte ávido de sensaciones.
Esa noche de incipiente florecimiento me duché a conciencia. Me puse algún perfume que tenía olvidado y me vestí con las mejores ropas. Fui al baile y allí conocí a la mujer que me ha apoyado hasta estos momentos. Ha sido una convivencia dura, pues los dos teníamos un pasado turbio, pero nos hemos acoplado en todas aquellas cosas que nos merecíamos. La vida nos dio una segunda oportunidad y la fuimos aprovechando dentro de nuestras capacidades.
Ahora mi hija tiene 37 años y nosotros pasamos de los sesenta. Lejos está todo aquello. Pero todavía tengo ganas de contarlo, de sacarlo de mi interior y poder sentirme libre, aunque no sea de modo automático sino de una forma más gradual. Tanto es así que espero esa sanación total en algún momento de mi vida. Los días, meses, años han pasado muy rápidos y no me han dejado actuar en el escenario que me sobrevenía, lo he soportado de la mejor manera posible. A esta edad el único futuro que puedo tener es el día siguiente, no alcanzo a ver más allá, pero sí que pienso en un retroceso del tiempo, viéndome joven y dispuesto a cambiar las vicisitudes por las que pasé.
Tengo mi hogar natal en Alcoi, pero desde que me vine a Valencia a estudiar en la facultad, ésta ha sido mi segunda residencia. Yo perseveré mi estancia en esta ciudad porque no supe alejarme, quizá porque tenía trabajo o porque me sentí inmóvil. No sabría deciros. La verdad es que tuvo que ver con algún tipo de “aprisionamiento”. Cuando las Fuerzas del Orden Público persiguen a un fugitivo, empiezan por las pesquisas que les ofrecen la averiguación de su sistema más primitivo, como la caracterización, el modo de actuar, su círculo de amistades y así van indagando hasta que lo reducen y encarcelan. Pues en mí fue algo parecido. No me dí cuenta de que pasaba el tiempo hasta que Valencia fue mi prisión y dentro de esos límites tenía que moverme. Valencia tiene unos 800.000 habitantes. La verdad es que uno más no se notaría. Y eso es lo que yo buscaba: calma y una porción de anonimato. Para ello me tuve que ver desnudo, como cuando entras al centro penitenciario que te cachean antes de confinarte en la celda. Allí entre cuatro paredes compuse mi vida.

¿Qué habría pasado si yo hubiese actuado de distinta forma? No lo sé. Quizá obtendría más progreso, me hubiera formado más como hombre y estaría preparado para admitir mis últimos días.
Ahora estoy sólo, por eso los malos pensamientos me vienen a la cabeza y me producen tristeza. Son parecidos a los sueños, tanto de día como de noche. Son sueños todos distintos, pero tienen algo en común: su retorcimiento. Sueño que soy joven y que transcurren de nuevo todos mis actos. Sueño que estoy en la universidad y que tengo problemas con las asignaturas y los profesores, pues no consigo aprobar y por lo tanto no paso de curso. Sueño con mi familia, padres y hermanos y en todo el daño que les causé. Os quiero y querré desde la distancia.

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