Mirando a Sergio

Mirando a Sergio

Sue Blime

15/04/2020

Los tres eran argentinos, pero cuando los conocí no me pareció que él viniese del mismo país que sus amigos. Había una densidad en la presencia de Sergio –verdaderamente una pesadez mineral– que no tenían ellos, claros descendientes de italianos ágiles y buscavidas. Esa densidad lo convertía en materia prima, en suculento punto de referencia. Y ejerció su atracción sobre mí cuando yo, consentida por la vida, olía despreocupadamente a pétalos de geranio y a vainilla.

Ahora que he empezado a escribir, me sorprende darme cuenta de lo poco que sé sobre Sergio, enzarzado conmigo en tantos años de amor y desamores.

Supe que me escogía adrede, y también que estaba condenado a mí por razones recónditas que sólo se pronuncian en la oscuridad. Me enteré de que, más que diseñar, destilaba joyas de ámbar, de plata, de cristales jaspeados y juguetes pequeños; joyas ostentando la solidez como enérgica firma de su autor, que en Barcelona no tenía banco de joyero propio. Aún así, las piezas salían adelante, sucedían. Aún aquí, y contra bastantes pronósticos, Sergio era joyero, indígena; Sergio era el propio y mismísimo Sergio, igual que el de la foto en shorts
en una playa remota y pasada.

Hay otros elementos de la identidad que no se marchitan, y superan el trauma radical y normalizado que supone un viaje de trece horas por el aire alto. El hambre, por ejemplo. El lugar, además. Lugar que permanece, eterno, invariable, por mucho que uno quiera producir distancia negadora; el lugar que es la madre de voz grave. Hambre también, el hambre, huésped y anfitriona de sus ojos negros.

Sergio optó por viajar, porque una migración es asimismo conquista. Quiso probar la experiencia española y se empleó en una librería. Pero, sin poder dar crédito a esa existencia, volvió a juntar minijuguetes y canicas, con la esperanza de que. Esperanza que se cumplía todo el tiempo y a tiempo real; y, sin embargo, él no podía ver que sus pantalones de capoeira y su mesa redonda de jardín eran ya un bienaventurado cumplimiento. Que no tenía que seguir buscando; que nunca fue necesario buscar.

Que los viajes no existen.

El presente se escribe en La Pampa, Santa Rosa para más señas; y llega hasta mí en forma de flyer
digital anunciando clases presenciales de joyería (él tiene ya su banco de joyero, que se complace en enseñarme). Asistirán sobre todo mujeres, aficionadas a Sergio por razones más argentinas que europeas. Es el mismo Sergio que cada día cerraba una puerta maciza y silenciosa del Carrer d’en Serra, que podía encontrarse con regularidad en O Cantinho Brasileiro; y no lo es. Porque ahora, profeta en su Pampa, Sergio tiene el viaje, tiene la vuelta y descubre la ida. Que siempre fue suya, que le esperaba con los brazos abiertos. Adiós y hola, querido.

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