Mis padres se separaron cuando aún éramos niños. La relación conyugal se rompió, pero siempre mantuvieron una relación familiar. Con el dinero de la partición de bienes del matrimonio, mi madre compró una vivienda en otra ciudad. Allí nos mudamos: mi madre, mi hermana y yo. Mi padre era médico y se mantuvo en el pequeño pueblo donde laboraba. A pesar de la distancia que nos separaba, mi padre fue siempre consecuente con nosotros y cubrió todas nuestras necesidades tanto afectivas, alimentarias, educativas y otras. Todos los fines de semanas mi hermana y yo viajábamos con papá a un club de playa donde disfrutamos nuestra niñez y adolescencia. Mi madre era enfermera graduada en la universidad central de la ciudad capital, al mudarnos se desempeñó como enfermera en el hospital universitario de la localidad.
Pasaron los años y llegó la edad adulta. Mi hermana culminó sus estudios universitarios de diseño gráfico e ingresó al campo laboral. Yo logré culminar mis estudios de técnico en recursos humanos que me permitió ejercer en algunas empresas de comunicación. Posteriormente, culminé los estudios universitarios en fisioterapia e incursioné en el ejercicio laboral durante varios años.
Un día, mi hermana marchó al extranjero buscando mejores condiciones laborales. En el país elegido, ejerció la profesión y formó su hogar. La ausencia de mi hermana ocasionó depresión a mi madre que no pudo superar. Yo me mantuve al cuidado de mamá por más tiempo, pero llegó el momento de formar hogar aparte, Mi madre permaneció sola en su vivienda, pero mantuve en contacto permanente con ella y cubría sus necesidades básicas porque su depresión no le permitió seguir laborando como enfermera en el hospital.
Cuando mi país entró en crisis política y económica, se produjo una diáspora nacional hacia diferentes países. No había alimentos ni fuentes de trabajo. Al verme sin empleo, con mi madre enferma y no poder llevar el pan a mi hogar; la alternativa era emigrar hacia donde hubiese mejores condiciones de vida para ayudar a mis seres queridos. Mi madre, mujer e hijos, se convirtieron en mi mayor necesidad.
Abandoné mi patria con la mayor tristeza que jamás había sentido y lloré mucho en mi despedida. Solo lleve conmigo, una maleta y mis documentos personales.
Cuando llegué al país elegido, conseguí empleo como administrador de unas cabañas turísticas en un pueblo costero, pero el dueño aprovechó mi necesidad y mi condición de extranjero, para pagarme un sueldo miserable y cederme una habitación en condiciones humillantes, pero la necesidad me mantuvo allí durante ocho meses para que mi familia no pasase hambre en mi país. Cuando quise exigir mis derechos, me echó a la calle sin pagarme lo que me correspondía por ley. Ese día sentí mucho miedo porque quedaba indefenso en medio de la nada, sin trabajo ni lugar donde dormir. Mi primera reacción fue llorar para calmar la angustia. En ese momento, me acorde de mi hermana y logré una llamada telefónica. le conté lo sucedido y la situación en la cual me encontraba. Inmediatamente, ella depositó dinero en mi cuenta bancaria para la comida de ese día y hospedarme en cualquier habitación que encontrase.
Estando ya en la habitación sentí alivio, pero al llegar la noche no logré dormir pensando que sería de mañana. Una sensación de soledad y vacío invadió mi alma y recorrió mi cuerpo. Fue un momento muy triste verme solo y alejado de los míos. Al día siguiente en la mañana tomé un bus hasta el lugar donde trabajé, me entrevisté con el dueño de las cabañas, pero se negó al pago que me debía. Sentí ganas de golpearlo, pero sabía que empeoraba mi situación. Recogí mis pertenencias y me senté en la acera de enfrente a masticar mi rabia. Al verme allí sentado, una camarera que conocí cuando prestaba servicio en el hotel de las cabañas, se acercó a mí.
—Señor venga conmigo, —dijo la camarera.
La camarera amablemente caminó conmigo unos ochocientos metros hasta llegar a una pequeña vivienda donde vivía con su padre. Ella habló con su papá sobre mi caso y le solicitó permiso para que yo estuviese allí mientras conseguía trabajo. Su padre aceptó.
—Gracias, señora Leticia, —dije con lágrimas correr por mis mejillas.
Esa noche sentí algo de alivio por estar bajo techo y tener abrigo bajo las cobijas que me prestaron, sin embargo, mi mente estaba con mi madre, mujer e hijos. ¿Cuánta falta me hacía mi país y mi familia? Al día siguiente salí temprano a buscar trabajo. Recorrí en bus varios lugares y en uno de los tantos sitios que visité, encontré empleo como mesero en un bar restaurante. El sueldo no era muy halagador, pero me ayudaban las propinas de los clientes. La dueña del bar me trató muy amablemente e hice muchas amistades que me manifestaron su aprecio. Al cumplir un mes de trabajo pude enviar dinero nuevamente a mi familia.
Pasaron varios meses y un día recibí una llamada telefónica de mi mujer, me informaba que mi madre estaba muy enferma y necesitaba asistencia médica. Llamé a mi padre y le comuniqué la noticia. Papá se trasladó para examinar a mi madre y decidir la urgencia de hacer una tomografía mamaria. Mi hermana y yo le enviamos dinero para los exámenes. La tomografía reportó «Cáncer invasivo de seno». Aquella noticia me impactó emocionalmente y decidí regresar a mi pais para cuidar a mi madre y aportar ayuda a mi hogar. Mis compañeros de trabajo compraron el boleto aéreo y pude regresar a mi patria. Al llegar, visité a mi familia y con el poco dinero ahorrado pude solventar temporalmente la situación económica familiar.
Posteriormente, tuve la suerte de lograr un buen empleo que permitió aliviar la carga económica familiar, pero no la enfermedad de mi madre, quien falleció pocas semanas después. Solo mi padre, tíos, mujer y amigos; me acompañaron en el funeral y en el entierro. Mi hermana no pudo asistir porqué dejaba a su esposo e hijos, si lo hacía no podía ingresar nuevamente.
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