Cincel testimonial

Cincel testimonial

Mateo López

31/03/2020

Maldito pitido. Así no hay quien trabaje ¡Se lo había dejado bien claro!

– ¡He dicho que no se me moleste! ¡Tengo un discurso que practicar!

– Pero ministra, es… ¡Oiga! ¡No se le ha dado permiso aún para entrar!

    ¡Quién irrumpe así! ¡Semejante desfachatez! ¡Ja! Le está costando lo suyo mover la puerta. Pues no pienso ayudarle. Si viene con tal determinación, que apechugue ¡Oh! No puede ser ¡Qué larga tiene la barba! ¿Y qué hace con esa losa?

    -¡Padre! ¿Está delirando? Avíseme por lo menos. ¡Ay! Siempre con sus locuras y sin decir nada a nadie. ¿Dónde ha estado todo este tiempo? Si le pasa algo ¿Quién le va a ayudar? Bueno ¿Qué quiere? Tengo diez minutos, no más. Voy a dar un discurso importante ahora. ¡Oye! ¿Y eso? ¿Está bien de la cabeza?

    -Buenos días a ti también. Todo en su momento mi polluelo. Déjame tomar un poco el aire. ¿Esto? Un regalo para ti, un recordatorio. Pesa lo suyo la verdad. Permíteme posarlo en la mesa.

      ¡Está agotado! ¿Por qué no me he movido ni un ápice mientras se acercaba? Debería haberle ayudado. Llevando ese armatoste consigo, menuda imagen habrá dado hasta llegar aquí ¿Se trata de su lápida? ¿Qué epitafio habrá puesto en la otra cara? Empieza a frotarse las manos ¡Maldita sea! Me va a soltar un discurso de los suyos. No tengo tiempo para esto ¡Ahora no!

      -Padre ¿No puede ser después?

      -Mm ¿Qué? ¡Ah! Las manos. Cómo me conoces. No. Es más, premia que sea ahora, justo antes de tu charla. Aunque puede que haya apurado demasiado.

      -El tema de mantenerse fuera de mi vida profesional ¿No lo dejé claro?

      -Cuando tus actos afectan a la vida de otras personas, parte de lo que hagas recae en mí. Pues he sido yo quien te ha educado.

      -Eso tiene sentido si fuese una chiquilla aún, pero habla con…

      -¡Bah! Los cargos, los cargos ¡Se me apena el alma al verte así! Lo que te ha hecho este país no tiene nombre.

      -Me ha procurado un trabajo estable y una casa fija para mis hijos.

      -Pero ¿Y a ti?

      -Con eso soy feliz. Usted y sólo usted debería preguntarse, cómo no puede serlo, al ver a sus nietos fuera del peligro por el que yo pasé.

      -De eso mismo quiero hablarte. Haces bien mencionándolo. Escucha con atención ésta historia, pues es importante que comprendas su mensaje.

      -¡No tengo tiempo para historias!

        Esa mirada. Le da igual mi edad, si llegamos a éste punto de la discusión, saca esa maldita mirada altanera. Podría ser la reina del mundo y poco importaría. Siempre seré su maldita hija.

        -Escucha; todo un mes he empleado para traerte esto, «esto» que llamas lápida. La recuperé entre las ruinas ¡Con todas las que hiciste! No queda nada ya. Un milagro que «esto» haya perdurado.

        -¿Acaso…?

        -¡A callar! Ya está bien. Tengo una historia que contarte y la vas a oír. Cómo si tardo dos días.

        -Seis minutos.

        Otra vez, fulminándome con esos ojos. Voy a dejarle hablar. Cuanto antes suelte su verborrea, antes se irá.

        -Perdón padre. Soy todo oídos.

          Es pura mecha. Ha sido oír eso y se tranquiliza al momento. Siempre he pensado que actúa cuando se cabrea. Acaricia gustoso su lápida ¿No es un poco pequeña? Se humedece los labios. Allá va, comienza el sermón.

          -Visto la premura, no me andaré con rodeos. La historia trata sobre la huida de un padre y su hija de su país natal.

          -No quiero recordar esto.

          -Mi polluelo, eres todo oídos, y estos como bien sabrás, no se caracterizan por opinar.

            He de tranquilizarme. Lo importante es el discurso. Cinco minutos de este sinsentido y a mi vida de nuevo.

            -Lo dicho. Un padre y su hija huyen del país donde asimilaron valores tan importantes como la tolerancia, el respeto y la empatía. No partieron solos, pues muchos fueron los exiliados al estallar la guerra. En fila, como hormigas, anduvieron durante semanas. La comida no tardó en menguar y el padre preocupado, daba gran parte de su ración a su preciada hija. No permitiría, en ningún caso, presenciar algún malestar en ella. La chiquilla por su parte, con unos dibujos exentos de penuria, alimentaba el espíritu del padre. Pero la marcha de los exiliados se detuvo en una frontera ficticia. Habían llegado a su meta, mas ésta se les presentaba cerrada. El país vecino no sólo miraba para otro lado ante su situación, sino que se oponía al paso de los pobres desgraciados. Éstos, no tuvieron otra opción que asentarse en el limite de su destino. La comida ya escaseaba. Las enfermedades empezaron a surgir entre ellos. Y el padre se vio forzado a cambiar las hojas y los lápices de su hija por comida. El por qué necesitaban otras personas esas cosas, es mejor no mencionarlo.

            -Me dijo que se perdieron.

            -Bien, y a todo esto ¿Cómo respondió el polluelo ante la falta de material para pintar? Con un guijarro. Sí. Un guijarro entre sus pequeñas manos, le sirvió de cincel para pintar en piedras y paredes. Y dibujaba… 

              ¡Piiii!

              -Ministra, es la hora.

              -Lo siento padre. He de irme.

              -¡Pero por favor, hija mía! Piensa en ellos. Están ahora como estuvimos nosotros ¿No lo ves? ¡Allí también hay niños!

              -¡He de defender este país ante cualquier amenaza! Estamos en…

              -¡Bah, no puedo escucharte! Ésta podría ser mi lápida perfectamente ¡Pero también la tuya!

              -¡Basta! Necesito un momento a solas.

              -Antes de irte, mira lo que te he traído ¡Haz el favor!

                ¡Fuera! ¡Fuera! No hay forma de hacerle callar. Bien; por fin a solas. Se ha dejado la maldita losa sobre la mesa ¿Dónde la meto? Un momento… no tiene una frase. Son rayas blancas ¡Oh! Es una casa. Un hogar dibujado en la piedra ¿Soy la autora…? ¡Si…! Ahora, me acuerdo. Dibuje una casa en la piedra. Era una cría sin nada y solo quería una cosa ¿Qué voy a hacer? Un hogar, sólo piden un hogar ¡Viejo loco! ¡Cómo me haces esto! ¡Qué digo yo ahora!


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