El olor del nuevo mundo.

El olor del nuevo mundo.

Oriana. J. Carim

02/04/2020

El olor del mundo ha cambiado. En ocasiones siento que aquel viejo olor se escapa del exilio y vuelve a visitarme en alguna tarde silenciosa, en algún relámpago fortuito de viento. Y cuando ese olor regresa, cuando penetra mi sentido, aunque sea por un tiempo limitado, se aviva el anhelo de volver a habitar aquel ya viejo mundo.

¡Mi bella Azri! Mi hija. La imagen que recorre mis pensamientos es el reflejo de su rostro iluminado por la felicidad, mientras nosotros somos uno jugando en los parques del Saiysad, en Taif. A decir verdad, no disfrutábamos de esos placeres de vivir hace ya bastante tiempo, el tiempo en el que nos tocó perder a su madre.

Azri y yo no éramos conscientes de los pesares del mundo. O al menos yo había olvidado el riesgo que corre un pensamiento libre en tierras encadenadas por dogmas funestos. Azri nació en Taif, con unos padres autoproclamados agnósticos liberales en una tierra musulmana. Pero, sin embargo, nunca sufrimos por ello. Aficionados al arte de la actuación, hemos desarrollado la capacidad de entablar diversos papeles para que el público exigente sacie sus ojos ante la sumisión y el respeto superficial a la santa palabra. Cuando la hora de salir del hogar se acercaba practicábamos nuestros posibles diálogos y, sin embargo, cuando volvíamos a casa solo era cerrar las puertas para volver a nuestro pequeño mundo de libertad. Éramos felices en aquel tiempo, en aquel mundo.

Los avatares de la vida, o mejor dicho la malicia y el fanatismo de los hombres, me trajeron aquí, a estar sentada frente a una ventana que refleja el paisaje de un nuevo y desconocido mundo. Habitando otras tierras, otro idioma, otro nombre y otro cuerpo. Habitando otros olores. Y todo ello me dirige una y otra vez a Azri, a mí y a la libertad que crecía cada vez más y que ya no cabía en las cuatro paredes de nuestro hogar.

Esta mañana gris en Buenos Aires, me remonta a aquellos días tan cercanos a nuestro final en Taif. Azri se había desvelado y cuando eso sucedía la cocina se inundaba de aromas magníficos. Mis pies se dirigían como si poseyeran autonomía hacía allí, y ahí estaba ella con su pelo negro recogido y en pijama, sonriente y con dos grandes ojeras que hacían resaltar más el azul de sus ojos. Ese día la vi muy hermosa, más hermosa que nunca. Me invitó a sentarme y con su dulce voz, me reveló que tenía una gran sorpresa para mí, era un pastel delicioso, el cual horneo durante toda la noche y junto con el pastel una caja forrada en colores vivos. No era mi cumpleaños, no era su cumpleaños. Azri era espontaneidad. Mi rostro seguramente se veía gracioso, ya que ella no pudo evitar largar una gran carcajada, y luego dijo las palabras más bonitas que oí en mi vida; «Suficiente de actuar frente a los demás, aquí deseamos ser libres, pero solo eres libre en tu cuarto, cuando nadie te ve. Es hora que dejes nacer a tu verdadero ser, a esa mujer que escondes. Ya soy grande, soy una mujer y siempre y para siempre seré tu hija. La hija que tu junto con mamá formaste» Sus ojos se llenaban de lágrimas poco a poco al emitir esas palabras, y mi rostro se inundaba en llanto. Azri siempre supo mi secreto, el secreto que con su madre atesorábamos con tanto cuidado. Está de más aclarar que no pretendo explicar cuan duro ha de ser el proceso que tuve que atravesar durante muchos años al ocultar mi verdadero rostro. Esa mañana mi hija me había liberado. La cajita contenía una nota que decía «Sé tú misma» y un lápiz labial color rojo. Esa mañana no salimos de casa, decidí largar mi disfraz de hombre para habitar mi verdadero ser, y fue entonces cuando sentimos que realmente estábamos en casa.

Los rumores en el pueblo eran cada vez más fuertes, yo era un viudo que no pretendía volver a casarse. Aquí hay miles de actrices y actores disfrazados en el islam. Durante mis años de juventud me hice amiga de muchas mujeres como yo, como también de hombres y mujeres homosexuales, y hombres atraídos por travestís. Entre ellos estaba Ismael, mi pareja y compañero en la vida paralela que llevaba. El amor que atesorábamos terminó aquella noche. En esa triste noche el olor al mundo se volvió espeso, hediondo. Solo recuerdo el frío en mi cuerpo desnudo, corriendo velozmente al resguardo de mi hogar. El tiempo se había vuelto más lento de lo habitual. Quería verla a ella, a mi hija, sentirme a salvo junto a la libertad de Azri. Esa noche me esperaría con la cena lista y una lista de películas para ver juntas. Esa noche era de nosotras. Las puertas abiertas de par en par daban aviso a desgracia. Recuerdo como su cuerpo yacía en el piso de la sala, desnudo, desecho. Todo estaba terminado. Al lado de ella, una nota decía «No eres digno de Dios, no eres digno de ser padre». Me arrebataron a mi Azri.

Esta historia revela la vivencia de una inmigrante, aquella que se exilió de su tierra para habitar otros olores, porque el olor de aquel mi viejo mundillo se había contaminado por el odio. Mis lagrimas bañaron el cuerpo de Azri, y solo recuerdo el abrazo de mi amiga Zhamira antes de embarcar de manera ilegal a estas tierras. Sin poder despedirme del cuerpo de mi hija, pero con la certeza de que su espíritu no cabía en un cuerpo, siempre me acompañaría. Llegué aquí como una travesti árabe, pobre y con la carga de la muerte del ser que más ama aún. El olor al mundo aquí se aproxima al olor que emana la libertad. Sin embargo, sigo presa en aquellos recuerdos. En aquel olor a nuestro viejo mundo. Migrar de cuerpo, migrar de tierra no me ha dado la paz que buscábamos junto con ella.

Ellos se arrebataron el olor a nuestro viejo mundo…

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