Argentina, enero de 1975

Argentina, enero de 1975

La llamada fue contundente y breve. No podíamos volver a casa. La puerta destrozada, los libros revueltos y los juguetes de los niños arrojados desde el balcón a la calle. Faltaban fotos y agendas. El título de psicólogo arrancado del cuadro, el vidrio quebrado. La voz trémula advertía que los amigos, los dueños del 3CV, ofrecían lugar en el campo de los tíos hasta que pudiéramos salir del país. Las vacaciones, la playa, el hotel se habían apagado. Miré a mi compañera. Ella también escuchó. Sin hablar, comenzó a preparar el bolso de los chicos.

– Voy a cargar combustible y regreso a buscarlos.

Desde una cabina telefónica llamé a mis padres, les pedí que llamaran a Adriana, la de la agencia de turismo, y me compraran cuatro pasajes desde Chile a México.

Unos días en el campo para organizar el viaje. En el auto hasta Mendoza donde se lo dejamos a un primo que nos acercó el dinero, los pasajes y los pasaportes. Cruzamos en micro hasta Santiago y sin mirar atrás, partimos al exilio que duraría nueve años.

Después del divorcio, volví. Enero de 1984. La casa, alquilada, había mantenido su fisonomía, tal como la recordaba. A excepción de la puerta madera que había sido reemplazada por una puerta de acero.

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