Hermosillo, México. Veinte de junio 1979. Era una madrugada calurosa donde solo se oían motos y coches. Todos iban al mismo sitio a la cantina El Gringo donde de día servían los mejores tamales y tacos de la cuidad. Allí la gente iba a cantar y tomar tequila hasta que el cuerpo no podía más. Pero todos los que iban a El Gringo sabían que a partir de la una de la madrugada era mejor haber desaparecido de allí. Ya que a partir de esa hora aquello se convertía en el cartel más famoso de la zona. Donde se reunían los traficantes más peligrosos de la cuidad.

Aquella noche el dueño de la cantina y a la vez uno de los traficantes más veteranos de la zona, llamado El Blanco, celebraba sus setenta años. Y pretendía celebrarlo por todo lo alto. Miles de personas iban a resurgir de los suburbios mas remotos para ir a celebrarlo con el. Todos fueron preparados con sus armas bajo sus ropas y con los maleteros llenos de provisiones por si aquella noche acabara mal.

Al fin la fiesta comenzó, todos estaban de buena onda. No faltaba de nada comida, bebida, música en directo a la que le seguía el movimiento las caderas de las bellas bailarinas.

Entre el humo y los gritos de los hombres más peligrosos de todo méxico estaba Rebecca. Ella era la hija de El Blanco que la tenía allí para servir las bebidas y ayudar a su mamá en la cocina. Mientras hacía su ronda con bandeja en mano, recogiendo botellas vacías. Un chico la freno tirándola de su hombro. Ella se giró y aquel chico la agarró de la cintura y la besó. Ella le dio un empujón y mientras salía corriendo asqueada le gritó ¡Tendrás tu merecido!

Fue corriendo hacia la cocina y con las manos temblorosas fue abriendo los cajones buscando un cuchillo grueso. Cuando al fin lo encontró fue hacia el parking y se escondió detrás de una pequeña caseta. Echó un ojo para localizar la moto de aquel chico. Cuando ya la vio fue sigilosamente hacia ella. Con todas sus fuerzas clavó el grueso cuchillo en la rueda delantera. Al terminar, la vieron y gritaron ¡A por ella!

Rebecca salió corriendo con sus zapatillas blancas que iban manchándose a medida que se adentraba en el desierto. Corrió sin mirar atrás pero oyendo los gritos y motos de los que iban a por ella.

Hasta que encontró una cueva dentro de una pequeña montaña donde pudo refugiarse.

Paso toda de noche allí metida sin pegar ojo. Nerviosa y temblando de frío. Al salir el sol decidió irse de allí.

Anduvo horas hasta que al fin llegó a el pueblo más cercano. Una anciana la vio y la dio un cuenco de frijoles con arroz y mucha agua. Mientras le preguntaba aquella señora ¿Qué te pasó mi hija, como andas sola por aquí? Rebecca la contestó “Unos hombres malos me perseguían. Tuve que irme y no quiero volver. La señora contestó con una sonrisa complice Te entiendo. Intentare ayudarte como pueda hermosa.

Unos días después. Mientras Rebecca dormía en la casa de la anciana, escuchó unas motos que la hicieron despertar de golpe. Asustada se asomó por la ventana y vio un montón de moteros con chaquetas de cuero con alas bordadas.

Rebecca ya había oido hablar de esa banda americana. Su padre le contó que algunos de ellos hacían tratos con traficantes mexicanos.

Mientras les observaba por la ventana, la anciana salió de la cocina con un plato lleno de comida y le pidió a Rebecca que se lo llevara a aquellos hombres y les ofreciera. Pero antes de que cruzara la puerta la señora le susurró al oido Trátales bien. Ellos podrán ayudarte a salir del país.

Salió plato en mano y comenzó a servirles uno por uno hasta que fue a ofrecerle al último hombre la última porción. Y tímidamente le dijo Sorry, solo queda esta.

Él le contesto mirándola a los ojos tiernamente Don’t worry mientras la sonreía siguió diciéndola Mañana en la mañana iremos hacia New México, tenemos un hueco libre. Me llamo John.

Ella enrojeció, le guiñó el ojo a John y volvió a la casa emocionada.

Esa tarde cogió una mochila prestada de la anciana. Guardó las pocas cosas que tenía. Pensando en que era la mejor oportunidad que tenía para empezar de cero.

Poco antes de salir el sol ella ya estaba preparada con su mochila en el porche de la casa. La señora que le ayudó salió a despedirse la abrió la mano, puso un collar con una cruz de oro y mientras cerraba su mano le dijo Para que dios te bendiga y nunca olvides tus raíces.

Poco después apareció John en su moto, paró delante de Rebecca y la lanzó una chaqueta de cuero como la suya para ella y se pusieron en marcha.

Condujeron por muchos días ella siempre agarrada a John en la moto. Pasaron por muchos pueblos y fueron conociéndose cada vez más. La complicidad entre ellos crecía cada día. Se reían de sus acentos John hablando su pobre castellano y Rebecca su poco inglés. Aún sin hablar el mismo idioma se entendían perfectamente solo con sus miradas.

Después de trece días en ruta llegaron a la frontera. Donde pudieron pasar con Rebecca sin papeles ya que la banda conocía a uno de los policías fronterizos que les debía un favor a uno de ellos. Y así al fin llegaron a Nuevo Mexico.

John la enseño su casa, la ciudad incluso la presentó a sus padres y familia. Ella estaba feliz y se adaptó muy bien. Poco después de llegar a Nuevo Mexico supieron que estaban hechos el uno para el otro.

Acabaron casándose y tuvieron dos hijos.

Rebecca nunca volvió a Mexico y menos aún a Hermosillo. Pero en su cuello siguió colgando el collar con la cruz de oro. Hasta el día de su muerte.

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