Tal vez empezó a los cinco años, cuando por la ventana suplicaba… él, una persona con sus problemas.

Estaba ahí sentado con los deberes en el suelo, vino él con sus enormes pies a destruir mis esfuerzos. Fue la primera vez que vi al monstruo del que empecé a escapar.

En una promesa vacía que duró veinticuatro horas, o menos, se llevó la valía de las palabras… tambaleando el piso llegó a insultarme y roncar el olvido.

En la mitad del camino se esfumaba por semanas y volvía de nuevo con sus suplicas que destruían la voluntad de mi madre. Religiosa… solo la veía cuatro horas a la semana para ir a misa. No hay resentimiento, el resto de su tiempo trabajaba mientras yo estudiaba y jugaba, aunque me hubiera gustado un «te quiero».

Inservible y boludo las palabras que me llevaron a un éxito vació, o tal vez no tanto. Era la fuente de su ego, presumía a la marioneta que buscaba su aceptación. Inservible y boludo me dieron una noche de alegría, en navidad cuando llegó sobrio, aún lo recuerdo porque en el techo fue la primera vez que agradecí a Dios.

Mejor de la clase, un antipático con el mejor disfraz… pero esfuerzos en vano de nuevo, ciento ochenta días inolvidables que desaparecieron de la nada cuando la botella de cerveza resonó sobre la mesa, ahí mi padre de nuevo en el alcohol.

Linda noche fue aquella en la que corrí sin zapatillas y, con una mochila llena de piedras salté al mar… cuando al borde de la inconsciencia me golpeó la luna, la mochila se hundía. Adiós mochila llena de piedras.

Me gritaron por perder la mochila, por pintar la pared de rojo y unos nudillos rotos ensangrentados. Lo raro es que ya no estaba ahí, la culpa se diluía en el agua dentro de aquella mochila… mi padre dormido en el sofá.

Repetía una y otra vez este ciclo con una única diferencia, el monstruo era yo. El cazador ahora presa del desprecio, cabizbajo con su botella llegaba ¿Cuándo ocurrió? Ese día cuando una mano sobre mi Madre iba a caer, no la mía sino la del ex-antagonista, salté y lo estrangulé contra la pared, vi los mismos ojos de mi antiguo yo, asustado y pidiendo respirar le di una advertencia… «A mi mamá no la toca nadie» ¿Fue una excusa para violentarlo o por cariño hacia ella? Ahora sé que fue un poco de ambas pero gobernaba la primera.

Me fui de ahí, separado por paredes y una frontera ilegal de emociones. Lo veía dos o tres veces al mes. Borracho caía y extendía su mano buscando mi perdón, ahora lo sé, pero era despreciada por el monstruo que era, o que creía ser.

A la mañana siguiente escuché alguien golpeando mi puerta, mi hermana pedía ayuda. Bajé tranquilo y papá se había resbalado en el baño… en una pequeña apertura de la puerta frenada por el cuerpo de mi padre debía entrar a auxiliarlo, era el único que cabía. Ahí estaba casi desnudo y frío con sangre que caía de su oído. Sin ser médico toqué su cuello y su muñeca, por un momento sentí mi corazón muerto. Había muerto…

Diecisiete años, escuchaba como mis hermanas lloraban y familiares llegaban ¿Yo? Quieto sin habla, sin pensar ni llorar. Apareció un primo con quien hace mucho que no hablaba, y en un abrazo inesperado me rompí. El silencio un llanto, como de aquel niño de cinco años, los pensamientos seguían igual pero el nudo en la garganta y atragantarse con las lágrimas, era un sentimiento nuevo.

Me encontré de nuevo con esa mochila pesada, la revolee por todo el cuarto mientras gritaba. Se había ido, sin demostrarle nada y lo odiaba por eso. Se fue sin cumplir su promesa de nunca volver a tomar y sin haberle extendido la mano.

Con su muerte cosas vinieron, el primer abrazo con mi hermano, la paz de mi madre. Mi hermana mayor no pudo salvarlo y se culpaba, y mi otra hermana como yo… con algo pendiente a él.

Me fui, tenía que hacerlo, lejos a otra provincia. Fui acompañado pero se sentía solitario.

Tres años perdí en la carrera equivocada, con sueños recurrentes, mi padre en el sofá me extendía la mano… nunca pude tomarla, la estiraba y despertaba temblando, bañado en sudor y lágrimas.

Migré dos veces, de un niño a un monstruo y de un monstruo a un muerto…

Un viaje en bicicleta de ocho horas por la ruta. Me pareció escuchar un susurro que llenó el manubrio de lágrimas desconcertantes, sin motivo.

Llegada la noche un sueño que parecía haberse esfumado con la psicóloga volvió a aparecer, sin embargo este no era el mismo… entré por la puerta de mi hogar, allá donde había cambiado de disfraces muchas veces. En esa mesa pequeña mi mamá, mi hermano y mis hermanas y en el medio estaba él con un vaso de cerveza…

-Yo: …
-Papá: hijo…

Solo pude correr a darle un abrazo…

-Yo: Perdón! Perdón! Perdón!

-Papá: Te quiero hijo…

-Yo: …

Sabía lo que iba a decir luego, pero no quería escucharlo…

-Papá: Adiós.

Desperté entre lágrimas y una sonrisa. Vino a devolverme a la vida con en un cálido abrazo, en el cual dijo todo. Era el último viaje que empezaba con un susurro, fue su forma de decirme que ya era hora de partir.

Esta noche llamé a mi madre y le dije que la quería, aún espero el suyo, su «te quiero». Así como mi padre nunca me lo ha dicho, pero ese será un nuevo viaje que espero lo hagamos en vida…

«Te quiero pa, además de padre eras una persona con sus problemas… gracias por algunas sonrisas y las tormentas, de las cuales aprendí compasión y a dibujar un arcoíris en los momentos difíciles.»

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