Orquídea de plata

Orquídea de plata

Charles J. Doom

03/08/2020

Tus labios

Necio amante fui

Al creer que eras mía

Que tus miradas furtivas y tus sonrisas secretas eran mías

Pero fuiste tan mía, como mía es la luna

Como míos son los océanos.

La noche se hace más fría, insufrible

Cada minuto que transcurre tu rostro se hunde en negras melancolías

Tus dedos se aferran a otra piel, con la vana ilusión de ser libre

Suspiras, gimoteas

Hastiada vigilas la noche, con esperanza aún, de encontrar un poco de luz

Pero tu flor se marchita, y enredaderas cubren tus labios.

Amantes van y vienen, las enredaderas te adoran como joyas preciosas

Prisionera eres de tu ilusión de libertad

Te veo entre las gruesas gotas de lluvia

Ahogarte en desdichas

Te tomo entre mis brazos

Y vuelves al polvo

Suspiras, gimoteas

Tus labios son dádivas de los dioses a los mortales

Tus labios no son míos

Y tú, nunca fuiste mía.

Maíz

La anciana molía el maíz

Cosechado por su marido en campos ajenos

De frenéticos campesinos

Su brazo cansando clemencia pedía

Pero el fuego de sus vísceras ansiaba comida

Molió, molió, y molió

Hasta que tenía suficiente harina

Complacida la tomó y fue a su cocina.

El aroma del maíz tostado

Encendió sus mortecinos corazones

Atrajo a su viejo marido

Pusilánime se sentó en la silla frente a la mesa

Con un vaso de caña en la mano y una botella de aguardiente en la otra

Cansado, melancólico, ¿cuándo no lo estaba?

Rememoró su larga vida

Y exclamó:

¡Qué desdicha me cubre! Trabaje desde la niñez en estas tierras y su pago para conmigo fue ser infértiles. Estoy cansado y ya no puedo robar más maíz.

El anciano lloró.

Y su esposa lo abrazó;

No temas, amor mío, celebremos nuestra ida que Dios será bueno

Sus labios se unieron

Los vasos fueron colmados

Y la vida, aunque infeliz, placentera.

Recuerdo

Viene a mí el trivial recuerdo

De nuestros asiduos juegos bajo el árbol de mangos

Nuestras caídas, nuestros brutales gritos, y nuestros ocasionales abrazos.

Recuerdo tu fina voz de miel

Que, austera era mi guía

Bajo la lluvia de magma y el brutal acero

Tus ojos, como mariposas de oro llenaban el abismo ingenuo de la trivialidad y la ardiente cólera

Recuerdo tus brazos, como serpientes apretujaban mi ser hasta dejarme azul,

Luego morado, lentamente me perdía en el cosmos.

Ahora ya no estas

No volveré a ver tu rostro

No veremos la lluvia caer sobre el pasto

Te harás polvo y yo me haré anciano

¿Quién me recordará tu rostro cuando mi memoria falle?

No serás, pues, nadie

Se olvidará tu existencia y yo me haré viejo

Pasarán décadas, casi un siglo y tu rostro me será una ensoñación

Y tú, seguirás siendo polvo.

Ruiseñor

Un ruiseñor una mañana se posó en mi ventana

Canto y canto mil melodías y una historia de amor

Vino un día, y canto sobre una nube que en el día era miel, y en la noche níquel.

Asiduo cantaba a oídos sordos depravados

Que como fuego destruían su clamor

Exasperado voló tres continentes

Cantando mil melodías y una canción de amor

Ignorado enloqueció y desplegó sus alas

Y en la bruma divisó una nube dorada

Que a sus ojos se hacía flor Enloqueció y canto

A las diez lunas pregunto: ¿Con cuántos cantos se consigue un amor?

Lo miré y sonreí

«Solo con una uña de Dios» Respondí

Canto y se marchó.

Morir un enero

Quisiera morir una fría noche de enero

Que los últimos copos de nieve cubrieran mi impureza

Y mi cuerpo, como una especie de momia perdurará mil siglos y una amapola

Quisiera morir una tarde de febrero

En medio del amor efímero y decirle

Hoy no te amo, quizás, mañana si, o quizás en otra vida

Quisiera morir, o quizás vivir

Una mañana de abril

Ver morir la fugaz flor de oro

Ver como se consume el último arroyo

Y en medio de una guerra, o quizás un amor buscar entre sollozos la ferviente mano de mi creador.

La muerte de un ave

El ave herida descansa en su nidal
Moribundo contempla la tierna nube que acaricia la montaña que indolente la recibe
Muere la caricia y la fugaz armonía.

Bajo su nidal se extiende la hortensia que austera crece
También la amapola que fugaz muere
Quizás, también él.

Contempla la torrencial lluvia de septiembre
Que a cántaros no llegará
Ni mañana ni en un millón.

Una pequeña gota en su nidal cae
Se hunde entre las ramas y desaparece, pues, que efímera es la vida
Que ha muerto una gota y un ave en un nidal.

Cuando sea viejo

Cuando mi carne se pliegue y mis cansados huesos no sostengan mi alma, no me fotografíen
Ni en vida, ni en el féretro

No levante a mi nombre un altar
Pues no lo veré
Ni escriban canciones sobre mis hazañas
Pues estaré cansado y no las oiré
No le den a mis hijos, o quizás a mis nietos, una tentativa de un frustrado verso
Ni lleven mi cuerpo a las llamas.

Repartan mis riquezas, si es que alguna queda
No a los pobres, porque no la apreciarán
Ni a los ricos, porque será una pequeña rosa en sus rosales
Dénselas a los que surgen de entre los escombros
Al que niega vivir en yugo
O al que muere agonizante.

No escriban mi nombre efímero en la arena
Escríbanlo, tal vez, en el mármol
Así cuando la gente pase lo ignore y siga con sus tediosas rutinas
Y quizás un vagabundo, o quizás una pareja de enamorados lea;
Aquí no yace un hombre, aquí rara vez descansa su espíritu.

Un peñero

Fui un peñero infructuoso
Navegaba sin destino
Ni guía
En las indomables aguas de la ignorancia
Sin rumbo, sin tripulación
Los muelles me escupían
Y hasta las orillas huían de mi encallar.
Fui un peñero solitario
Hasta que la soledad se hizo amiga
Y nació el primer verso.

Mi patria

Nací en un país sin patria, ni dioses
En donde el trigo no es del campesino
Sino del perezoso bajo el bananal
Y la vida no es de uno, sino de quien posea el arma.

Nací en un país sin bandera,
De gente babélica, supersticiosa
Llaman dios a un hombre con ligera oratoria
Nací en un país sin próceres, porque mi gente no tiene memoria, y solo se encargan de vivir el día.
En sus momentos de corta lucidez, parecen un poco a humanos y recuerdan:
¡En la patria vieja, no había hambre, era el mejor país!

Nací en un país de gente sin cultura, sin tierra, que visten trapos rojos y ondean banderas inventadas.
Nací en un país sin amor, porque lo único digno de ser amado era un hombre vestido de rojo.
Nací para ser el dócil esclavo de una patria muerta
Pero mis cadenas reclaman que sirva a mi musa y a sus letras.

Orquídea y rosa

El triste jardinero sembró una rosa hoy
su huerto era marchito y la tierra como ceniza
Quizás tenía fe, o simplemente era un soñador
Pasaron seis inviernos, ligeros para los hombros del jardinero
La semilla se hundía en el huerto, pero semilla era
El jardinero se arrodilló y exclamó a su Dios
¡Qué te he pedido yo en esta vida! Solo una rosa. Polvo es esta huerta, pero polvo seré yo. ¡Dios mío, Dios mío, Dios mío, dame una rosa!
Pero la rosa no creció.

Los fuegos del cielo descendieron
Ardió la tierra
Y cuando el rocío llegó
Una pequeña flor creció
Dichoso el jardinero rezó tres días
Y al cuarto olvidó a su Dios
Su pequeña flor crecía, era morada y no lo entendía
Pero bebió tres cañas en un día.
Algunas veces iba a hurtadillas al huerto
A llorar por la rosa
Sus lágrimas de papel cayeron sobre la simiente
Y esta creció.

Dos flores en su huerta
No eran su milagro
Aquellas tenían una pugna secreta cuando el jardinero acariciaba sus pétalos
Se encendían en invierno por la mirada de su cuidador
La rosa y la orquídea cruzaron sus raíces
Morían un poco cada día
Las caricias del jardinero resquebrajan sus pétalos
Lloró y calló
No rezo a su Dios
Con su tijera de cristal miró a las dos
¿Cual he de cortar?
¿La rosa que siempre añore y a la flor que me amó?

La mujer de babilonia

La mujer de Babilonia traía unos claveles en su cesta
Decía que eran un regalo de las montañas de occidente
Perfumadas de muerto envejecido las repartió entre los niños, que enfermaron y a los catorce días fueron sepultados
La mujer de Babilonia se carcajeó
Cuando vio los machetes airados
Busco se yegua y se marchó de la ciudad clamando; la culpa es de las montañas de occidente.

¿Por qué escribo sobre ti?

Te vi
Quizás tú también me viste
El indomable flujo de la pólvora y el trote del caballo hacía imposible aquella secreta mirada
Pero como audaz ladrón me escabullí entre los hombres verdes que empuñaban sus lanzas y vi aquellos ojos de plata
El universo se detuvo, frente a ti la flor abría su codicia, el turpial huía y los tambores de guerra sacudían los lechos.
Trate, en vano, tocar tus mejillas, pero tu rostro se agrietada por los silencioso truenos de las lanzas amarillas.

Huía, pero mis piernas saltaban a tu agonía
Asustada rezabas
Los mortales a tu diestra decían;
«¿Aún cree en esas cosas?»
El zumbido de las máquinas acechaba los cadáveres
Estos, en su vanagloria, posaron sus atributos frente a las llameantes máquinas de acero verde
«¿Ves mi hermoso cuerpo? ¡Será el obstáculo de tu carroza!»
La vida se nos iba a en eso
Dichosos observadores.

Te vi
Quizás tú también
Intente rescatarte de las garras de los hombres verdes y sus gazanias
Pero a mi diestra los mortales clamaban;
«Esa mujer ya no tiene vida, no tiene salvación»
Cállense, cállense
Mientras el lirio crezca en su corazón y su mirada sea de temor
Daré mi vida por aquella mujer asustada de ojos de plata y cabello alborotado.

Silencio

Recuerdo un día frente a tu sepulcro
El calor era abrasante como las llamas de un endemoniado corazón de amante
El ave triste posaba su plumaje a las cuencas vacías y a los tristes ojos que pedían un minuto más.
Pero la hora había llegado y en sus corazones no florecieron a la ternura de una luna vacía.

Papá me enseñó el silencio
En las llanuras muertas, si esperabas un poco podías oír la fiera invisible que rugía lamentos de una guerra
Las nubes de níquel surcaron otro rumbo, a montañas sin lágrimas.
Corazón herido, se abría a la espera de tu regreso
Pero el polvo de tus huesos se fundía con la tierra virgen de aflicciones.
Veía la muerte, concretamente la tuya, como el vil desvarío de los desdichados
Pero vino en su corcel con dádivas cáusticas perfumadas con lirios.

La guerra ya no se combatía entre desconocidos guerreros de otra lengua
Sino entre hermanos por un pequeño trozo de pan.
También contra uno mismo, para no volver uno a su naturaleza
¿Vale la pena luchar hasta que a los dedos les falte la carne, por media canastilla de duro pan?
Creo que tu muerte fue un frívolo milagro, te cegó de ver la muerte de inocentes niños bajo una misma bandera roja.
Papa me enseño el silencio, frente a su sepulcro
Rugía violenta la fiera invisible de las praderas.

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