Es el instante un océano de ínfimos misterios. 

Susurran a oídos curiosos, se pierden en el viento.

Es un misterio la lluvia, es un misterio el placer.

Es un misterio una joven que llora en el andén.

Surcan el cielo unas aves perdidas en la ciudad.

Dejan su estela en el gris de la plomiza tempestad.

Viejos periódicos vuelan con el viento. 

Se aferran, tenaces, a unas rejas que los cortan, a ramas que los desgarran, 

a la humedad de un charco, que diluye sus palabras.

Fueron claros. Hoy son ecos.

Son nosotros, somos ellos.


Los instantes se disuelven uno a uno. 

Algunos se han de olvidar.

Otros nos marcan a fuego.

Resuenan en la eternidad.

Igual que las personas, que en la vida conocemos. 

Nos ignoran o nos aman.

Nos regalan sus miradas.

Son voces furiosas que se alzan al viento.

Son voces ya perdidas al soltar los labios.

Son voces ya perdidas, sus caras, sus gestos

Son voces ya perdidas.

Luego, siempre, el silencio.


Su amor, su odio, su cada momento

son trozos de lápida que están esculpiendo.

Inhalan la vida.

Salpican momentos.

Exhalan pedazos

del último aliento.


Despertarán al olvido, un día cualquiera.

Sus párpados húmedos aún musitando

palabras de un sueño

que fué su existencia.

Sus vidas ardientes

cual fuego, se apagan.

Alumbran senderos que nunca andarán.

Escriben, construyen, se dejan amar.

Fugaces intentos de perdurar.

Son fotos de muertos, que también morirán.

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