Me seco las babas, me lavo la cara, sin expectativas roedoras de calma.

Salto angelical por la mañana, el día se encarga de enfocar las ganas.

Ideas nuevas, ancestrales miedos, todo se entreteje para disparar propósitos.

Hay gente que tiene una flor en el culo, hay otros que mordemos las horas hasta tragarlas.

El campo huele a tierra mojada y me rodea el sonido de una abeja despistada, a veces con esto basta.

Sin buscar, encuentro por dónde la vida pasa.

Sin dudar, me pierdo en las palabras.

No hay rincón sombrío para mi sombra larga, para mi sombra erguida sobre piernas de plata.

Dos puertas en frente, tras ellas otras dos mas por cada tabla y sucesivamente otras dos, hasta el confín de la galaxia.

Tantas opciones, tantos sueños, que la noche no me alcanza.

Desprevenida a veces, llega una agitada idea, viva como añoranza.

Canto ópera sin voz, bailo flamenco sentada.

Hasta que no entiendo quién no soy, no alzo las alas.

Ahora que un susurro grita y la espuma del mar me abraza, siento la insondable paz del guerrero que vuelve a casa.

Saludos desde la cueva del alma, que sin gestos nos toca y equilibra la balanza.

Sin mi luz, me espantas.

Sigilo mediano para atravesar los días, surcando las risas, envolviendo miradas.

Lo que ves no es lo que soy, soy un universo que ni Dios abarca.

Una comida rica,

una águila que sobrevuela,

un baño de espuma,

un hijo que te quiera.

Para habitar este mundo, es necesario que te duela.

Cada día mil ventanas, cada loco con su tema, yo sigo aquí plantada, esperando a que no vuelvas.

Cae el sol y cambio de gafas, cristales nuevos y abrigo de pana.

Una farola tintinea igual que las estrellas lejanas.

Un árbol se traga el agua como un agujero negro la masa.

Una flor muere como desaparece un sol.

Relativismo forzoso,

sanadora insignificancia,

somos menos que las hormigas,

en número y en esperanza.

¿De dónde sacamos la fuerza?

Del querer sin que nos quieran, de querer por amor al arte, de la belleza sutil, del olor a canela.

De las preguntas sin respuestas que animan la incertidumbre.

De la incertidumbre curiosa que te mantiene alerta.

Hay un niño obsesionado con los agujeros de gusano,

su cerebro no llega a asimilar este escenario.

-¿Si no hay nada, qué hay? ¿Si no hay nada, qué pasa?

No hay algoritmo suficientemente grande para la hermosura de su cara.

Hay un niño que me dice -¿Si suelto agua en el espacio, se evapora o se apelmaza?

No hay nada mejor que una pregunta sin solución para estar en casa.

Donde las respuestas no brotan, los ojos arrasan.

Todo el desconcierto se esfuma si le aguanto diez segundos la mirada.

Este perro que bosteza como si fuese de raza, 

tan seguro,

tan honesto,

tan recias sus patas.

No confío en quien no se estremece con un gato que maúlla.

No confío en quien no saluda al vecino,

en quien por no resolver, remata.

Me cae mal quien no atiende a quien más le hace falta.

Estas manos mías, huesudas y flacas, me han sido dadas.

Agradezco la suma de genes, ni cambio una coma, nada.

Mil veces naciendo al son de esta balada.

Mucho por mejorar, de nada.

Tengo un bonito escudo de gracias.

Decido transitar cada llanura y cada nudo,

cada plaza y cada camino,

soy la piedra pequeña de León Felipe,

soy los versos de quien leo,

las películas que no se hicieron.

Abro las fosas nasales,

dejo entrar el aire,

me recorre, me coloca,

me nutre, me prepara.

Y una y otra vez en una espiral infinita hacia adentro, hacía cada esquina.

Me voy a dormir.

Amiga.

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