Agua de pozo y asperón,
ella delante de la pila de piedra,
haciendo salir el sol
en las viejas sartenes
a la hora de la siesta.
La recuerdo laboriosa y seria
ante la lumbre, removiendo
unas gachas, la leche del queso,
la mermelada de tomate,
Las natillas.
Tan pequeña,
tan fuerte.
Vida de pozo y asperón,
de lámpara de aceite,
al llegar la noche
a la aldea.
Ya las ovejas han entrado en el corral,
Los perros esconden su hocico
entre las patas.
Nunca dejamos de admirar
sobre nuestras cabezas
Las estrellas infinitas
y las viejas anécdotas.
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Ese mundo se perdió
para siempre:
maleta liviana, seiscientos,
llegada a la aldea
olor a pino, a romero,
a gallina, a rueda de tractor,
a grano de trigo, a jabón
en el agua del pozo
y en la ropa blanca.
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