Nuestras vidas han sido castigadas,

nuestros huesos carcomidos por la maldita careta del disfraz.

¿Qué hay de los sueños? Los sueños han sido extinguidos,

¿gracias a qué?

Gracias a la incongruente hipocresía; pero dígame algo señor juez,

¿ellos nunca han pecado? ¿jamás han de equivocarse?

“Perdónalos, ¡Perdónalos padre, porque no saben lo que hacen!”,

había recitado un buen conocido ancestro mío; ese que había practicado la inocuidad.

Pero ¿su propio padre no pecó al quemar el yerro en Sodoma?, o

¿al condenar a todo el pueblo de Gomorra?

¡Malditos! ¡Malditos sean los cobardes hipócritas!

Desde nuestro nacimiento hemos sido ajusticiados por el mal de nuestra madre Eva,

nos han atrapado en el seno de un castigo inmensurable.

¿Qué culpa tengo yo del engaño de mi padre para con mi madre?

¿Podré yo devolver al corderito arrebatado del seno de su casa?

También he sido edificada del barro y,

simplemente tengo como coraza un saco de huesos.

Ahora bien, el dulce robado en mi infancia no condena a mi eterno futuro;

algunas de mis fechorías ejecutadas en mi adolescencia no han de marcar mi esencia.

Me he equivocado, en efecto que sí, y de formas inimaginables,

pero me rehúso a ser víctima de la sentencia mortal que los “irreprochables” me han

impuesto.

¿Acaso el cura que me regala una lista de penitencias sabe por la dolencia que tuve

que atravesar?

Mi cuerpo fue injustamente ignominiado por farsantes, por falsos santos,

estos cobardes arremetieron contra mí; mi pudor fue donado al viento, y tú,

ahora tú, vil marciano, ¿te atreves a condenarme por arrebatos del pasado?

He saldado mis males, he costeado intereses, por si acaso fuera poco;

mi aliento ha sido reinventado junto con mi habitante interior,

y aún después de muchas lunas sigo pagando caro el precio de mis pecados de antaño…

Mishell Torres Molina

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