-¿Cómo llegamos acá?-

-Te lo he dicho antes, vamos a casa de los abuelos-

-Nos has dicho que murieron cuando eras un niño-

-Si pero también nos dijo que tenían mucho dinero y oro, el abuelo era minero-

-¡Shhh, cállense! aquí es la calle, Antonio del Castillo-

-¿Viajamos a Pachuca para ver estas deterioradas calles? No hay gente, la subida es tremenda, a pesar de estar en centro de la ciudad los taxis no suben-

-¡Qué guardes silencio! Si no querías venir te hubieras quedado, pero te mueve el dinero verdad-

-Ni siquiera sabemos si es tanto como nos ha contado-

-Ahí es, justo en la esquina, una pendiente más y llegamos. Recuerden tenemos poco tiempo, debemos salir antes que obscurezca-

-¿Qué dices, no nos vamos a quedar?-

-¡No! La casa ha estado deshabitada por más de quince años, por lo que veo también las demás, la calle luce desolada, las casas maltratadas, como si nadie habitara desde hace años. Nosotros después que desaparecieron los abuelos no regresamos al lugar, mis padres nos llevaron los más lejos que pudieron-

-¿Desaparecieron, no que murieron?-

-Desaparecer, morir, nunca los volvimos a encontrar. ¿Saben? no siempre fue así, esta calle tenía vida, justo aquí se juntaba la palomilla, éramos bastantes chavos. Cuando salía el sol, la abuela ya nos tenía listo el atole de masa de maíz, de pensarlo se me ha hecho agua la boca, la del 103 ya estaba en la banqueta con su bote de tamales, una bolsa de bolillos calientitos para quien quisiera su torta…-

-¿Tamales en pan?

-¡Cállate! deja que cuente-

-Ya me dio hambre, ese atolito que cuentas con tamalitos no suenan mal-

-Al terminar el desayuno ya había varios chicos en la calle, la puerta de la casa de la abuela la tomábamos como portería hasta que alguno de los mayores se cansaba de tanto balonazo y nos quitaba el balón, pero eso era el principio, estábamos preparados para el bote pateado. Entre juegos hacia un descanso para ir con Doña Sarita, hermosa viejecita muy lista que sacaba una mesa con dulces para que nos deleitáramos, ya después ella se arreglaba con los papás de cada quien, tenía listas las bolsas de plástico para llenarlas de refresco, una delicia. Esos escalones no estaban la calle era toda lisa, perfecta para pasar horas en el deslizador-

-¿Y luego?, ¿En qué momento cambiaste toda esa diversión para convertirte en un cerebrito siempre detrás de tu computadora? ahora no sueltas el teléfono para nada-

-¡Mentira! Los he traído hasta acá sin gepeese-

-Sería el colmo-

-Los juegos seguían, burro tamalero, las correteadas, las estatuas de marfil. Éramos los amos de la calle, hasta que caía la noche todo cambiaba, salían mamás de la vecindad con su borlote gritando por sus hijos para que se metieran, las puertas de las casas que durante el día permanecían abiertas, al crepúsculo estaban custodiadas por fieros candados. Contaba mi padre que él y sus hermanos también se divertían en la calle, ¿Sabían que de aquí para arriba el camino lleva a las antiguas minas de la ciudad?, ya no me tocó la vez que salí con papá ya los socavones estaban tapados, los tiros con rejas para evitar accidentes-

-¡Shhhh, ven a ese…! ¿Enano?-

-¡Yo sí!, ¡horrible! Estaba encuerado, con los pies chuecos.

-¿Viste su fea sonrisa de dientes podridos mientras nos miraba?-

-¡Vámonos! No es seguro-

-Pero ya casi llegamos a la casa-

-Así comenzó todo, un día mientras papá y su palomilla jugaban a trepar el poste de la esquina, justo al ocultarse el sol, llegó algo o alguien, feo, deforme con los pies al revés, sonrisa tétrica de piel rugosa, cargaba una enorme bolsa llena de pastelillos, suficientes para todos los niños que de inmediato se acercaron a tomar uno, al terminarse siempre había uno con más hambre que los otros, por lo que pedía más pastelillos, el hombrecillo ofrecía cuántos más quisieran, pero tendrían que acompañarlo, se metían en el callejón antes de llegar a la vecindad, nunca regresaban. Rápidamente dejamos de ver a muchos de los chicos, por lo que antes de la merienda todos deberían ya estar en casa-

-Dices que lo que vimos es…-

-Lo que digo es que regresemos, esas son leyendas de la calle, pero siempre es mejor prevenir-

-Tienes miedo, ¿Lo has visto antes?-

-Solo una vez, aunque debió ser un sueño. Con el tiempo ya no sólo eran los niños, también los adultos, trasnochadores, mujerzuelas que salían de las pulcatas, quien pasaba por la calle a altas horas de la noche era seguro que se encontraría con el duende, quien con mentiras y promesas de riquezas los llevaba hasta donde su señor el Tukákame los devoraba hasta los huesos. Al percibir los ingenuos un olor a podrido querían regresar corriendo del callejón, pero, al oler a podrido es porque ya estaban en sus garras.-

-¿El Tukákame?-

-El abuelo contó que llegaron varios mineros de Zacatecas a las minas de Pachuca, trajeron pertenencias, familias y también sus maldiciones, el Tukákame un esqueleto andrajoso que le cuelga piel podrida, por lo que necesita alimentarse de carne humana, su cuello lo adornaba un enorme collar hecho de huesos de aquellos quienes le han servido de alimento. Atrae a quienes quiere devorar por medio de su fiel sirviente un duende de mina, que se conforma con las sobras que le arrojan al suelo.-

-Me estas espantando, mejor vayámonos, regresamos otro día al amanecer-

-¿Y dejar el dinero?-

Sé el lugar exacto en el que los viejos escondían los centenarios, pueden ser de ustedes, tantos que no cabrán en sus mochilas-

– –

-Vamos chicos, qué puede hacerle un viejo cansado como yo, sólo compartir lo mío con ustedes-

-¡Corran! No miren atrás-

-Demasiado tarde- (risas) – él ha llegado, además hacia arriba no hay salida- (risas)-después de años sin probar bocado. Ustedes chicos están a tiempo para la cena, serán un manjar. ¡Sean bienvenidos a esta su calle!

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