Ausencia, me grita, esta nueva mañana y ausencia claman, un centenar de adoquines gastados, que no lograron escuchar el susurrante sonido de tus pasos. Ausente tu risa y tu cantar delicado en la esquina que te aguarda al amanecer.

Solo me ha recibido el silencio cuando, como ha diario, estoy abriendo mi puesto de periódicos.

Gorrión…, así te bauticé cuando, hace ya ocho años, apareciste. Fué de repente, cual ángel andrajoso y gigante, con el cabello largo compitiendo con tu barba y vestido de traje y corbata. Traje y corbata hechos jirones que apenas dejaban vislumbrar una historia antigua de buenos tiempos.

Nunca supe que te paso ni como terminaste allí, por que solo sonreíste y comenzaste a cantar, un cantar suave y dulce con un tono impensado para alguien de tu tamaño. Aplaudí el repertorio en tanto me ocupaba de acomodar los periódicos y revistas recién llegados y con una reverencia agradeciste y sin mediar palabra te marchaste.

Cada día, la misma rutina, pero poco a poco me permitiste acercarme. Había temor en tu mirada, cuando te ofrecí una primera taza de café, así supe que te habían herido y el dolor fue mucho. Con cautela aceptaste mi amistad, un desayuno o un abrigo cuando arreciaba el frío, pero nunca aceptaste abandonar la calle.

La calle era tu reino y la vieja plaza tu castillo.

Desde ese día, todos los días estuviste allí, alegrando cada amanecer y compartiendo, silencioso, el desayuno que me acostumbré a llevar. Desde ese día, todos los días, hasta hoy.

Te esperé preguntándome donde estabas y como respuesta, alcancé a divisar la luz de una patrulla al otro lado de la plaza y un par de caminantes amanecidos murmuraron: murió durmiendo, una repentina ráfaga helada me abraza y sé que no te veré ya más.

La mañana está gris y yo que me niego a la pena, pienso en tí, querido Gorrión. Creo que tus alas sanaron y te has ido volando a alegrar más corazones con tu canto y que no te despediste por que nunca hablaste. Tu boca solo sabía cantar y tus labios sonreír.

Pensar otra cosa me desataría el llanto y ello empañaría lo bello de tan honesta y grata amistad.

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