Voy a contar una historia de una noche fría, en un sábado de Enero; miraba hacia todos los costados buscando tal vez un alma tan vacía como la mía de pronto vi por casualidad, creyendo en el instante que solo era un espejismo, una broma de mi razón induciéndome una vaga alucinación; una dama con un cuerpo exacto y unos ojos de asesina, cabello largo negro brillante perfecto como el mineral, una sonrisa tibia, blanca, apacible, delicada muy juvenil; manos delgadas, suaves y tersas muy femeninas, hermosas al someterlas al sentido de la vista, cubiertas por una capa de piel agraciada descubierta al implacable frío de una noche de invierno; labios color carmesí, gruesos, deseables, completamente tentadores con tan solo mirarlos; pómulos rosados adornados por un albornoz de acuarela dócil; un adonis con el cual me podía embriagar alterando todos mis sentidos y, terminando con una línea imaginaria de refinamiento y primor en toda su humanidad; completamente dotada de hermosura, perfecta, preciosa… Manifesté en mi letargo de una forma gozosa, una frase que sin pudor exclame; Por fin o señor Dios. ¡Existe!; mi corazón que palpitaba a mil por hora de inmediato se da cuenta que ella si ella seria la dueña de mi alma, el amor de mi vida.

Exactamente 18 meses después, ella si ella la que ahora es la dueña de mi alma la veo entrar por una puerta enorme de madera, convertida en un ángel, y en el rostro de mi ángel dibujaba una sonrisa que ensombrecía su vestido blanco brillante; deslizándose por una alfombra roja llena de pétalos que adornaban su caminar y, Juro por Dios que jamás en mi vida había visto y, creo que no volveré a ver a un ser tan hermoso. En el momento que le juraba mi compromiso de amor eterno, mirándote esos ojos de color carmesí que me miraban con amor, dulzura y paciencia por mi torpeza temblaba de los nervios, era una mezcla de sensaciones ganas de llorar, ansiedad, ruegos, plegarias y, agradecimientos no podía creer que Dios me quisiera tanto como para darme una bendición así… Al momento de sellar nuestro pacto con un beso, confieso quería comerte conjugando mi inmadurez con tu sensualidad.

Si hubiera sabido en ese momento que algún día te iba a perder, no te hubiera dejado de besar. Y aunque se que ya es tarde, que fui el culpable de que ese amor, que algún día camino por esa alfombra roja hacia el altar, se extinguiera; quiero que sepas que fuiste, eres y serás tu la dueña de mi mente, y mi cuerpo; la dueña mi razón y mi ser que allá donde estés tienes empacado en alguna parte mi corazón y que mi alma siempre te acompañara y te protegerá pase lo que pase.

Para ti que, te amo mi esposa, mi amor. Una y mil veces preciosa mía…

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS