Mirando a la ciudad que hace unos años lo recibió recuerda. La incómoda introducción al nuevo colegio, la llegada a la nueva casa alquilada, el viaje que le rompió el corazón, la furiosa entrada a la combi.

Sus memorias lo llevan a su ciudad natal. A esa calle en la que vivió desde el final de su infancia hasta la plenitud de la adolescencia. Prácticamente una zona privilegiada para un niño de nueve años.

Casa chica en un principio. Living-comedor, un baño y dos piezas. Llevando meses adaptarse a una nueva construcción y situación de vida con la separación de sus padres.

Una de las tantas cosas que le ayudaron a superar ese proceso fue el extenso campo que había enfrente. Para todos los pibes que estaban en ese lado de la manzana era imposible no entrar a jugar en el terreno de la armada, solo cercado con un pobre alambre de púas deteriorado por la gente y los elementos.

La llanura de ese lugar nos dejaba correr tanto como quisiéramos. El único pedazo árido donde se juntaban todas las chicas y los chicos a jugar partidos o mareaditas.

Jugar con los vientos de Rio grande es único y frio. Habiendo descubierto como entraba el viento en la campera convenció sus amigos de bajarse los cierres de las camperas. Agarrar bien las puntas, subiendo los brazos por encima de los hombros creando una especie de vela de barco.

Evento que nunca fallaba, siempre maravillándolos era ver el despegar de los aviones. Puntual el aeropuerto a tres kilómetros les daba el espectáculo más ruidoso de su corta vida. El pájaro de metal se despegaba fácilmente y sus turbinas gritaban tan fuerte que hasta sus huesos lo sentían.

Saltaban y otra vez en un intento de volar con el viento.

Un par de años después los tiempos de su escuela secundaria y los de sus amigos no coincidían. Poco a poco se va a separando de ellos por peleas tontas o por dejar de verse. Aislándose en distintas novelas, series de televisión y juegos de computadora.

Mientras se adaptaba a un nuevo ritmo de vida su casa se ampliaba abriendo el living y creando tres piezas más grandes en la parte de atrás. Habiendo más que espacio suficiente para invitar a varios amigos. Su mamá, harta de las ventanas chicas, decidió abrirlas poniendo ventanales muy grandes.

La puntualidad de los aviones hacia retumbar los vidrios con mucha fuerza sin romperlos. Cada vez que los escucha levanta la cabeza para ver si lo contrario pasaría. Mostrándole el hermoso paisaje fuera de su casa.

Tiene pocos amigos en el secundario. Pocas veces los invita a su casa y si lo hace no salen. Pasando el tiempo haciendo tareas o jugando en la computadora.

Mucho tiempo solo que llena de más juegos, series y novelas para llenar la soledad. Tan abstraído no piensa en sus amigos del barrio.

Cree que es feliz así, no nota que solo esta distraído. Lo ve cuando levanta la cabeza al sentir el retumbido. Pero lo deja pasar igual de rápido.

Así llega a los dieciséis y a la combi, furioso por desprenderse de su normalidad sintiendo que no tiene muchas opciones. El viaje le rompe el corazón al despedirse de su cuidad natal. Poniendo su mejor mascara de alegría llega a la nueva casa alquilada. Poco tiempo después con nervios que hacen temblar sus piernas saluda incómodamente a sus nuevos compañeros de clases. Y en vez de aislarse, poco a poco conocería más personas, el amor, la duda, el corazón roto, la madurez y la verdadera amistad.

Nunca olvidando ese paisaje, el correr por correr y los juegos.

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