Se cruzaría con ella en la esquina. Venía observándola, destacaba entre la gente que caminaba hacia él. Le había llamado la atención entre todas aquellas personas que se venían encima de puro transcurrir. No por nada, pero era distinta. Entonces, haciéndole un gesto como de policía de tráfico, le preguntó a bocajarro, intrigado, simpático:

– ¿Por qué caminas así?

Lo miró sorprendida, no entendía. Puso cara de «¿Quién es este tipo que me manda parar y me mira sonriendo?»

– ¿Cómo? Trató ella de organizar aquello.

– Que por qué caminas de esa forma, tan particular, balanceándote más con las piernas abiertas que con el torso, los pies girados hacia fuera, mandando. La cabeza alta, empujando con el pecho el aire, los brazos movidos con ímpetu. Como si estuvieras dispuesta a llegar hasta la China caminando. Tan graciosa…Pareces el Gato con Botas.

Ella no pudo evitar mirarlo a los ojos un largo momento, sorprendida primero, luego tratando de indagar su interés, y entender su propia reacción. Hasta que se arrancó en una carcajada casi involuntaria.

– ¡Es verdad! ¡Qué bueno! Me ha descrito perfectamente. ¡Sí, soy consciente!

La esquina se convirtió en un lugar del mundo. Los peatones iban y venían, ellos dos en medio de esa corriente interminable de viandantes. Algunos los miraban, pero sólo para preguntarse que harían ahí parados, en el medio de todo, molestando, y esbozar un gesto de disgusto. El hombre se dio cuenta.

– Perdona, si tienes un momento…. Pongámonos un poco más allá, aquí molestamos. Hizo un gesto indicativo. La muchacha asintió, como arrastrada por un cierto embrujo, intrigada por el hombre, amable, correcto.

– Digo que perdones, tengo que explicarte. Se recostó en la pared sobre la calleja estrecha, pocos metros más allá de la esquina. La muchacha se paró frente a él, sin dejar de mirarlo y sonreír, interrogante.

– Estoy metido en un curso donde se aprende a entender la estructura y posición corporal de las personas. No me tomes por un loco o un vivo. Me ha llamado la atención tu forma de caminar. Te vengo observando de lejos, destacas sobre el resto de personas, no pude resistirme.

La pequeña calleja era todo lo contrario a la vía principal. Apenas circulaban personas, y lo hacían tranquila y despreocupadamente, como si acabasen de huir del territorio agitado y estuvieran recuperándose, dándose cuenta y volviendo a ser. Hasta el sol se había ensombrado por la altura de los edificios, y el ruido había entrado en sordina.

– La verdad, es un poco raro lo que usted me plantea, pero noto que ando de esa forma que dice. No sé, siento la necesidad de hacerlo, quizás porque me gusta caminar por las calles, sortear a las personas, no detenerme. Es como si algo o alguien tirara de mí. Siento mi cuerpo libre. Sí, esa es la verdad. Y noto un gozo, justo aquí, en el medio del pecho.

– En el Timo. Te sientes segura y libre. Concretó el hombre con aire de sapiencia reciente. – No sabes cuanto me ha encantado el descubrirte y poder hablar contigo. No me olvidaré.

– ¿Lo contará en su clase? ¿Soy un espécimen digno de estudio? Preguntó la muchacha con gracia e ironía, casi burlona.

– Pues para mí sí. Y perdona, no quiero entretenerte más. Ha sido un inmenso placer este momento en medio del agitado aire de la calle. Dijo el hombre separándose de la pared e iniciando un gesto de despedida.

– Para mí también. Me ha causado gracia esta historia. Hasta ahora me imaginaba marchando como un soldado de plomo, o como un personaje de circo en pleno desfile de presentación. ¡Qué bueno!

Se despidieron definitivamente en medio del tumulto esquinado, y se perdieron en él, como todos. Pero la muchacha abría una estela al caminar.

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