​Flores norte, donde la nostalgia hace esquina con el olvido

​Flores norte, donde la nostalgia hace esquina con el olvido

Che Julián, pará el auto. Conozco esa esquina, esas calles angostas y las espesas arboledas de paraíso que las cercaban como enhiestos escoltas. Si, yo conocía esa esquina aunque ahora le falte el buzón rojo donde depositaba las cartas para los reyes ¿Sabés? Esa esquina era el encuentro de dos incipientes avenidas, Juan B. Justo, la del arroyo entubado, y Nazca, la calle empedrada por donde pasaban los tranvías. Claro que me acuerdo. Si en sus vías dejábamos bulones con pólvora de cohetes para que hicieran estruendo cuando pasaran por ellas. Seguíamos su curso sinuoso que nos acercaba a otros barrios aledaños como Villa del Parque, Devoto, Villa Urquiza. Los tranvías 83 y 84, alteraban la apacible tarde fiestera con sus chasquidos metálicos y la campana del guarda anunciaba cada parada. Era allí, al llegar a Juan B. Justo que se tropezaban sus cables con las líneas electrificadas de otro extraño medio de transporte que recorría el barrio: el trolebús o trole, como lo llamábamos, Ja! ¿Qué calle esa Juan B. Justo! con sus campamentos gitanos y su orfebrería de cobre repujada a cincel en la propia calle. Te cuento Julián que del otro lado del a bocacalle, un día de aquellos apreció “Citadella”, la pizza por metro. Ja! Si hasta hacíamos competencias para ver quien devoraba la porción más grande.

Antes de esa época, siento aún más chico recuerdo que una calesita giraba en la esquina con una sortija que era muy esquiva. La misma que venció a mil chicos que trataron de asirla, no pudo con el modernismo y dejó su paso a un gran edificio con un banco en su base. Ése, que un día cubrió las tapas de los diarios cuando fue robado con un ardid hasta entonces novedoso. Te cuento que los cacos, haciéndose pasar por obreros municipales cubrieron una alcantarilla sita en la nombrada esquina y una vez dentro de ella, aprovechando el sosiego del fin de semana, cavaron un túnel hasta el tesoro del Banco.

Este barrio lindo, éste barrio alegre, tenía solo a dos cuadras, otra avenida, la Gaona. En el cruce de ambas calles estaba la garita del policía que dirigía el tránsito, escaso aún, para beneplácito de los transeúntes y paseantes, escolares y amas de casa que iban a hacer “los mandados”. Cada producto tenía su proveedor. Entre ellos, los pequeños negocios eran reconocidos como “la lechería” (acá, sobre Nazca al 1100), “El huevero” (a dos cuadras, sobre Páez), “la churrería”, a la vuelta sobre Luis Viale, frente al hospital Israelita. No faltaban tampoco “la fideería”, la panadería “La Merced” yla tintorería, donde nos asombraba ver a unas personas de rostro cetrino y ojos rasgados. En el Barrio de Flores Norte, se encontraba plasmado un mosaico de las corrientes inmigratorias que poblaron Buenos Aires después e la hambruna que ocasionaron las guerras europeas. No asombraba entonces ver salir de su casa a “las polacas”, dos inmensas rubias de tez lechosa y cejas casi transparentes. Zelazny, el sastre, era del mismo origen. El almacenero, español de Asturias, y es por eso que rezongaba cuando le decíamos cariñosamente “gallego”, y el zapatero italiano, siempre cantando canzonetas. También había húngaros, griegos y alemanes. Pero todos tenían algo en común: la solidaridad cuando se los requería. Aunque no lo creas, los adultos sacaban las sillas a la calle en los atardeceres de lostórridos veranos y los niños estrellábamos la pelota en los paredones de los pasajes donde se armaban partidos de treinta contra cuarenta ya que todos queríamos jugar con ella. Para los carnavales, los comerciantes vestían la calle de vereda a vereda con guirnaldas de luces de colores y los corzos, eran el lugar de congregación de los mejores disfraces que nos hacían para lucirlos. Chapuzones de agua servían de armas de improvisados ejércitos rivales que, esgrimiendo ollas, cacerolas o simples bombitas de agua, sorprendían a los desprevenidos vecinos que se atrevían a pasar por sus reductos de juego.

¡Ah! Cómo no acordarme de las plazas. ¡Las de antes, claro, sin las rejas!

Donde tejían las abuelas, arreglaban el mundo los jubilados, aprendían a subirse a los árboles los niños que no habían sido atrapados todavía pro al Internet, los video-juegos o los mensajes de texto. En ellas había un guardián de la plaza, un vendedor de globos y otro de nubes de azúcar y manzanas con pochocho. En Flores teníamos cerca la Plaza Irlanda y casi frente a ella el Policlínico bancario, otro hito en la historia policial de un audaz atraco al que fue sometido.

¿Me preguntás por qué me emociono ahora? Es que acá paramos justo frente a la que fue mi casa. Sí, al 1200, al lado de la tapicería y la fábrica de cochecitos. Parece que el tiempo no hubiese pasado y al recorrer con la mirada el pasillo de la casa de departamentos de bajo, comunes en éste barrio, hasta me pareció volver a sentir la voz de mi vieja, llamándome…

_ ¿Jorge Alberto?, ¿Jorge Alberto donde te habías metido? Hace horas que te busco y no se en que andarás…

_ ¡Pará Julián, aquí me bajo!. No sé que me tiene reservado el futuro pero..el pasado…aún me trae un sabor dulce que quiero volver a disfrutar…

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