La calle desierta, desolada e inclemente. Bajo un farol de luz mortecina un perro vagabundo sacude su pelaje embarrado y empapado por la llovizna pertinaz que desde hace días se descuelga sobre la ciudad.

Unos jóvenes de parranda se dirigen a la taberna ajenos al frío y las gotas que calan los huesos.

Una vieja prostituta se ampara en un portal a la espera de algún cliente que le pague las monedas que le permitirán calentar su alma y su cuerpo esa noche. Los jóvenes le gritan “Oye tía ¿cuánto nos cobras?” ella se pavonea sobre los torcidos tacones, audaz y provocadora, causando carcajadas a los muchachotes que se alejan salpicando de barro a la patética figura, dejando tras de sí una estela de indiferencia y crueldad que golpea el rostro de la mujer quien, nuevamente se guarece de la lluvia esperando, esperando….

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