Siempre hay dinero para ron

Siempre hay dinero para ron

Virginia Revilla

17/02/2019

Es interesante lo que uno escucha en las calles de dónde provengo. «Este maldito gobierno nos está matando de hambre», «las medicinas están sobre el salario mínimo», «me voy de este país antes de que cierren las fronteras». Chismes y rumores. Nada es completamente cierto. Pero tampoco hay mentiras.

Sin embargo, hay una verdad constante en la vida en nuestro país: el alcohol. No hay pena ni sufrimiento que no pase con un shot de ron. Y no importa qué tan en la quiebra estés, siempre habrá dinero para el alcohol.

Recuerdo un sábado después de sacar a mi perro, mi viejo vecino, el señor Rafael, gritó:

– ¡Hoy me echo una pea!

Yo solo sonreí, porque el hombre se emborrachaba todos los fin de semana con su familia. Y mientras tomaba vaso tras vaso de ron seco, se lamentaba del gobierno que teníamos y luego lloraba por sus hijos y su esposa. No necesariamente en ese orden, pero es lo que hacía.

Pero no se lamenten. No hay una historia trágica. Ciudad pequeña es igual a oídos grandes. O boca suelta.

Ese día, junto con su esposa y su hijos, quiénes también tomaban sin inmutarse, reían y gritaban en el porche de su jardín. No es de extrañarse que la gente se entere de cosas.

Don Rafael se bebía su ron seco sin hielo, mientras que su esposa, la señora Gabby, lo miraba con desaprobación mientras mecía su propio vaso de whiskey. Ella se acercaba a él, con su cara seria, y le decía:

– ¡Negro! No tomes mucho. Después te vas a poner malo.

– ¡Coño, Gabby! – replicaba don Rafael, con sus facciones rústicas contrayéndose – ¡Tengo casi 90 años! ¡Déjame disfrutar!

La señora Gabby, al oír esas palabras, dejaba el vaso en la mesa y se metía en la cocina para buscar comida, con el fin de calmar su humor.

Una de las hijas del señor Rafael se reía de forma escandalosa. Sara. Su rostro gordo y redondo estaba rojo y sus palabras salieron atropelladas cuando miró a su padre para decirle:

– ¡AJÁ! ¡Ya hiciste arrechar a la vieja!

El viejo Rafael solo se reía y tomaba más. A su lado estaba su otra hija, Verónica, delgada y con el cabello rubio teñido, que bebía su whiskey con rapidez mientras se reía y arrastraba las palabras:

– ¡Eres un borracho! ¡Lo único que haces es beber!

Eduardo, el esposo de Sara, se levantó a servirle más ron seco al señor Rafael.

– Bueno, mija, estoy viejo, ¿qué más quieres que haga?

– Tú siempre has sido un borracho – interrumpió Eduardo, igual de ebrio -. Es por eso que alejaste a tu familia de ti.

El señor Rafael miró a Eduardo y las lágrimas brillaron un poco.

– ¡Ya sé, ya sé! La cagué, pero eso no significa que no los quiera. Yo siempre voy a quererlos aunque ustedes no me quieran – la voz del viejo se quebró mientras se frotaba los ojos.

El lugar quedó en silencio por un momento hasta que el señor Rafael se levantó. Debió ir al baño, debido a la enorme cantidad de alcohol que estaba consumiendo. Y mientras hacía su trayecto, la señora Gabby vino con una bandeja llena de comida.

Ya más calmados, comieron sin decir mucho. Entonces, salió el mejor tema de conversación. El que nunca muere: la política.

Déjenme decirles que sus conversaciones políticas dejan mucho qué desear. Son deseos, divagaciones y maldiciones. No hay mucho más. Nada profundo ni nada de valor. Pero aún así, es una charla épica de desahogo que los hace sentir mejor.

– ¡Ojalá todos los que estén a favor de este gobierno se vayan a la mierda! – gritaba Verónica, sabiendo que en el vecindario habían personas a favor de ese gobierno.

– La solución – comenzaba el señor Rafael -, es que nos invadan. Que tomen todo el poder, es la única forma de sacar a esos corruptos.

– La situación está jodía – decía Eduardo -. Para finales de año, lo juro, me voy de esta mierda. Nos vamos de esta mierda- resaltaba mientras miraba a Sara, que no decía nada.

Y ese era el ritmo que iban tomando esas conversaciones políticas, donde criticaban la vida personal de cada funcionario y admiraban a los de la oposición como si fueran artistas de cine. Finalmente, la conversación terminaba en los problemas económicos.

– Ya la pensión no me alcanza para comprar. ¡Y pensar que antes con unos billetes podías hacer un mercado completo! Este gobierno nos está matando de hambre.

Todos murmuraron una afirmación. La botella de ron, ya vacía, se deslizó por la mesa y cayó con un golpe seco en la grama, rodando hasta los arbusto. Eduardo, ya preparado, buscó en su auto otras dos botellas, una de ron y otra de whiskey. El viejo Rafael, sin desanimarse, estiró su vaso para que le añadiera un trago.

La vieja Gabby, con una sonrisa cansada, se levantó. Miró su reloj y se metió a la casa. No volvería a salir otra vez.

Los cuatro restantes siguieron hablando de banalidades. La botella de ron se acababa con rapidez mientras que la botella de whiskey era abierta.

No hay nada que no puedas resolver con alcohol. Te puedes estar muriendo de hambre, como dicen ellos. Puedes sufrir una recesión. Pero siempre hay dinero para el alcohol.

Sonreí desde el jardín de mi casa. Esa familia era mi entretenimiento rutinario. Sentada en la grama, algo húmeda por una pequeña llovizna, acaricio el lomo de mi perro mientras la última gota de mi botella de cerveza se deslizaba por mi garganta.

Con una última mirada a mis vecinos, entré a la soledad de mi hogar, pensando que no importaba qué tanto había que sufrir, el alcohol iba a apagar esas molestias.

Temporalmente.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS