Las calles del Callao.

Las calles del Callao.

Jhovany Sánchez

09/02/2019

El sol ilumina muy temprano el primer puerto del país, acompañado por la salsa, el ceviche y las cervezas bien heladas; no importa que no sea domingo, siempre hay un motivo para festejar. Ayer han muerto tres del otro barrio y aunque se sabe que buscarán venganza; hoy toca celebrar.

En medio de esta lucha ha crecido Sandro, quien hoy tiene nueve años. Él aún no entiende de rivalidades ni venganzas, no sabe de muertes, atracos ni drogas, pero es el legado que muy pronto le tocará asumir mientras siga viviendo aquí.

Esta guerra tiene códigos, no se puede matar niños ni mujeres; por ahora está a salvo, pero cuando cumpla quince será un blanco fácil, debe aprender pronto a defenderse, a pelear y usar un arma si quiere sobrevivir.

No le han explicado por qué debe odiar a otros barrios, en realidad eso no importa, esto se trata de supervivencia, aquí el más fuerte manda, o vives o mueres, no hay mucho que explicar.

Sandro ya tiene dieciséis; aún no ha tocado un arma, no ha probado drogas y evita las peleas. Trabaja durante el día y estudia por las tardes tratando de esquivar el futuro que le espera. Llega muy tarde a casa y mamá siempre está esperándolo con un plato de comida en la mesa. Papá le dice que deje de estudiar, que eso no lo llevará a ningún lado, que necesita aprender a defenderse para no ser débil, ya está en edad de manejar armas y de hacer su primer atraco, no puede seguir perdiendo el tiempo con matemáticas y literatura, eso no le dará de comer, eso no le ayudará a vivir.

Sandro ha cumplido dieciocho y en su propio barrio lo miran mal, dicen que se ha vuelto soberbio y que es un marica. Ingresó a la universidad y solo llega a casa por las noches, ha evitado las amistades, las relaciones y se ha enfocado en su carrera; papá falleció hace un año en un tiroteo, dos balas le perforaron el pecho, ahora están solos, él no quiere venganza, solo quiere sacar a su madre de ahí.

Ha lustrado botas, ha vendido caramelos en los buses, ha trabajado en restaurantes y mercados desde niño, para poder llegar hasta donde hoy está; falta un año para que acabe la carrera y es probable que se gradúe con honores de la universidad. A sus veintidós años, solo está él y su madre, ya no queda nadie más en la familia; todos han muerto o están en algún penal, mamá ha pedido ayuda, le han llegado amenazas pidiendo dinero, un dinero que debía su esposo.

Llega el día de la graduación, Sandro ya está trabajando y le ha comprado un vestido elegante a su madre para que lo acompañe, salen juntos de la mano y los vecinos en la calle los miran; algunos con envidia y otros con felicidad. Es el primer muchacho en veinticinco años que se ha convertido en un profesional, algunas señoras se han acercado a decirle que se vaya pronto, lo abrazan y le dicen que se cuide, pero hoy es un gran día y no hay nada que lo pueda opacar; mamá está orgullosa y eso nada lo va a cambiar.

La graduación culmina, mamá ha tomado muchas fotos y ha llorado como nunca de emoción, se abrazan fuertemente y Sandro le dice que la próxima semana se van a mudar; ella siente nostalgia de dejar tantos recuerdos, pero acepta; sabe que es lo mejor.

Bajan del taxi y caminan a casa, por detrás se acerca una moto, hay dos personas vestidas totalmente de negro, la moto no tiene placa y sus cascos ocultan la identidad, el que está sentado atrás saca un arma y dispara cuatro veces, impactando dos balas; en la cabeza y pecho de Sandro, destruyendo en un instante sus sueños, metas e ilusiones.

Mamá está echada junto a él, llorando, gritando y pidiendo ayuda, pero es tarde; ya no hay latidos, ya no hay pulso, ya no hay sueños ni ilusiones, todo ha terminado en segundos, por una maldita guerra que él no decidió pelear, que trató de evitar, pero que terminó por alcanzarlo. Los vecinos salen, la policía llega, pero es en vano, nada le devolverá la vida a Sandro.

Al día siguiente, los principales medios de Lima informan que nuevamente una balacera entre delincuentes del Callao deja sin vida a otro muchacho y cambian rápidamente el giro de la información, para hablar de política o de algo que resulte más novedoso e interesante a los ojos del televidente. Su rostro está pintado en la calle de su casa, un rostro más que se pinta como homenaje, para recordar por siempre a los que se fueron, a los que ya no están.

Un nombre más en la estadística, una vida más que se perdió por una guerra que no se elije, se hereda.

En otro barrio del callao, hoy el sol nuevamente ha salido muy temprano a iluminarlos, acompañado por la salsa, el ceviche y las cerveza bien heladas.

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