La loca del 17

La loca del 17

Luci

01/02/2019

Muy señora mía:

Aquí usted es la intrusa, me he cansado de ser la señalada con el dedo inquisidor en un barrio de viejas tradiciones sin espacio para el forastero, así que no voy a permitir que su actitud arrogante, que le otorga la veteranía, me enclaustre en la soledad sumisa de quien se siente observado y puesto a prueba sin palabras, en un juego eterno de miradas condenatorias. ¿Acaso el amor no le parece motivo suficiente para pasear por su acera? Sé que no destaco por mi simpatía, pero eso no le da derecho a arrojarme en la cabeza el destartalado ventanal de la vieja fábrica de hielo abandonada…¡Tres puntos, calmantes y la antitetánica! ¿Le parece bonito?… Tengo que reconocer que no empezamos con buen pié, y que tal vez a usted le hayan molestado mis comentarios un poquito despectivos sobre el aroma peculiar (por no decir tufo) que desprenden cada una de sus oxidadas alcantarillas, o la incesante y asquerosa lluvia de cagadas de palomas, apoltronadas durante horas en el cableado eléctrico sin otro afán que el de defecar a diestro y siniestro, sin importarle que dejen su aspecto por los suelos... Y el de muchos transeúntes también, dicho sea de paso. Así que debo admitir que la llamé guarra, sucia, cerda, cochina, marrana… Pero sabrá entender usted que ante tremendo panorama, mi reacción (a veces desmedida y por eso le pido disculpas) esté justificada.

Se preguntará entonces porque le escribo esta carta a modo de Tratado de Paz después de recibir hostilidad por su parte, y otro tanto de la mía. Pues, por la sencilla razón que desde ahora usted será mi aliada en los acontecimientos que se avecinan. Y sí, aquí jugaré con la ventaja de que su voz guarda demasiados secretos como para ser escuchada, lo que la convierte en la compañera perfecta. Su silencio me beneficia. Disfrute del show Señora Espinach.

La declaro oficialmente una intrusa, de esas que llegan sin avisar y se inmiscuyen discretamente para devastarlo todo, traicionando la hospitalidad de los anfitriones sin otro motivo que el de sembrar cizaña para observar risueña el desmoronamiento de este particular castillo de naipes llamado vecindad, arrastrando hacia la oscuridad a los ilusos habitantes de la acera impar y víctimas de su asquerosa maldad. Llevo un par de años viviendo en su seno junto a él, mi gran amor, ese al que usted vio nacer y acunó desde la infancia, ese que compartió secretos de juventud y amores de barrio al son de atardeceres de ensueño que solo usted pudo brindarle, ese al que consoló y secó lágrimas de tristeza bajo la farola de la esquina, y ese que hoy, la prefiere a usted.

He descubierto su secreto mejor guardado en un cajón; me prometió la vida perfecta y a cambio recibo una traición… ¿Intuición femenina o casualidad?… La cuestión es que los encontré, una serie de documentos ordenados prolijamente que señalan a Juan como único propietario del piso que alquilamos. Lo ha comprado y piensa quedarse con usted, a sabiendas que detesto esta calle, que detesto cada rincón nauseabundo y ese horrible silencio espectral que me ahoga en los fríos días de invierno, pero sobre todo, detesto esa relación enfermiza que tenéis, donde todas las palabras bonitas se las lleva usted… ¡¡LA ODIO!!… ¿Cómo pudo hacerme esto Juan?

Tengo un plan, donde usted es la protagonista. Ya sé que parece un juego de niños, pero los rumores, de los que usted se alimenta muchas veces, pueden cambiar la historia. Pueden cambiar su historia. Así que vamos a empezar con uno jajaja. He escuchado alguna vez que su acera impar tiene fama de maldita, es un rumor casi olvidado, historias que cuenta la gente sobre ese pequeño niño que a principios de siglo murió de tuberculosis en su cama del bloque N° 13, no sin antes contagiar a su familia, que pereció en el mismo piso unos meses después, o el caso del viejo marinero que mató a golpes a su mujer antes de suicidarse en el piso del bloque N° 7…y como éstos, otros tantos acontecimientos que la envuelven de misterio. Habrá notado que últimamente estoy más amigable y que he entablado una cierta amistad con la panadera, cotilla indiscutible y adicta acérrima a los chismoseos del barrio. Con pena y tristeza he tenido que confesarle que en el piso del N° 17 suceden cosas extrañas. También me habrá visto hacer graffitis con mensajes extraños y símbolos satánicos que la señalan a usted como la calle del demonio… Jajajaja.

No dejo de repetir a Juan y a quien se me cruce:

» Juro que vi una sombra en la ventana del N° 7″.

» Estoy segura de haber oído a un niño llorar en el N° 13″.

» Tenemos que irnos Juan, hay algo que no me gusta».

Ni por estas quiere marcharse el desgraciado. Así que sepa usted que voy a jugar mi última carta, sé que voy a perder, pero usted también lo hará. Y con eso ya me quedo en paz. Al acabar de escribir esta misiva, redactaré otra, en la que describiré mis últimos días en este piso y en esta acera maldita, detallando con minuciosidad los sucesos paranormales y terroríficos de los que fui víctima ante la pasividad de Juan y del resto de vecinos, acusándola a usted como única responsable de mi trágico final, e impregnando el odio y el miedo que siento en esa carta de despedida. Conozco demasiado bien a mi marido, lo suficiente para saber que me quiere, a su manera, pero me quiere, y sé que su dolor lo llevarán a buscar refugio fuera de este horrible sitio, manchado de desgracias.

Ahora si me permite, debo prepararme para la ocasión: el camisón de satén negro que me pongo las noches de lujuria para jugar con Juan, la cama bien tendida, todo limpio y perfumado, maquillaje discreto, peinado prolijo, mi caja de Fluoxetina, un vaso de agua y a dormir.

La loca del 17.

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