En su magnificencia, el servicio público del autobús parece mirar con cariño a sus ocupantes al subirse a él. Majestuosamente y vestido de rojo, les deja entrar en él con agrado. Abarrotado de gente, el desenfadado vehículo se cerciora de que todos estén bien, y observándoles con cara seria se asegura de ello.

Da el okey a sus pasajeros, cuando éstos han pagado su billete; el mesurado conductor uniformado de azul, ecuánime y cumplidor, dirige el autobús por el camino previsto.

Con sus inocentes ojos, abiertos desmesuradamente y mirando a su alrededor, se deja llevar a su destino diario una niña con una mochila a su espalda, de la mano de su joven madre, guardando graciosamente el equilibrio para no caerse con los vaivenes del transporte colectivo.

En una paternal escena, la mamá sujeta al bebé en la cuna de sus brazos e imagina protegerle con su mirada tierna, mientras que el papá, sentado al lado le da cariño con su sonrisa.

En un asiento individual, junto a la ventanilla se encuentra el actor frustrado; mientras el barco de las emociones le lleva de un lado a otro, sus pensamientos observan el teatro de la vida y sus deseos lloran por los aplausos no recibidos.

Cuando se miran, sus rostros se iluminan y sus ojos se engrandecen, su mirada está eclipsada en el otro, ella tiene los mofletes rojos y él la mira con actitud protectora; es la parejita de enamorados sentados en los asientos de atrás.

De pie tenemos al cocinero que, cuando llegue a su centro de trabajo, expresará su júbilo vestido de blanco y rodeado de cacharros, las sartenes son sus amigas y su vocación hacer comidas, su gusto por lo sencillo le hace disfrutar como un niño chico, se divierte con su tarea y además gana dinero con ella.

La anciana, que acaba de subirse al vehículo tiene una mirada titilante que refleja la belleza de su alma, sus manos sabias se apoyan en su bastón y sus comprensivos ojos penetran en mi saber, por lo que no puedo más que cederle el asiento a quien se encuentra, aunque con sabio y agradecido humor, en el anfiteatro de su vida.

La adolescente, con una gorra sobre el matojo de pelo negro y ondulado, se adentra en el autobús, se nota la dicha de su corazón en el espejo de sus ojos pues, su sonrisa recién estrenada delata que está contenta por haber conquistado a su chico.

De todas las edades, condición, raza y religión, tras las puertas se queda todo, compartirán un trayecto al empezar el día, imaginando sueños; compartirán un trayecto al acabar el día, corriendo para terminar en las paradas del destino.

FIN


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