La ciudad se prepara hoy para el gran estreno. Todas las calles huelen a palomitas de varios sabores: caramelo, mantequilla y queso. Hoy parece que la película será de las buenas, huele también a palomitas de pizza pepperoni.

Me asomo a la ventana e inspiro profundamente. Abro el armario de mi dormitorio mientras se escucha el Canon de Pachelbel, le puse ese sonitono a las puertas de todos mis armarios, así toda la ropa se viste de buen humor. Me pongo la camiseta corta de cielos de colores, la tenía guardada para una ocasión especial y huele a que será hoy. Cojo mi bolso; el de los grandes estrenos por supuesto y salgo de casa. Al entrar al ascensor me encuentro al vecino del piso de arriba, lleva el perfume de palomitas que dan siempre gratis en todos los estrenos; palomitas olor a felicidad.

– Parece que hoy la película será buena, ¿no? Hacía tanto tiempo que no ponían una de ciencia ficción.

Le sonrío y aspiro su perfume, ¡qué bien huele la felicidad!

La calle está llena de actores que corren de un lado para otro preparándose su papel. Bien vestidos, maquillados, de todos los colores, de todas las formas, el reparto es de los más grandes y parece que todos son los protagonistas. Obreros que arreglan los edificios para que el decorado quede perfecto. Padres que llevan corriendo de la mano a sus hijos para coger los mejores asientos. Hijos que visten con baberos para no mancharse la ropa comiendo palomitas de queso.

Actores, espectadores, intérpretes, decoradores, cámaras, luces, lunes.

El barrendero, que recoge minuciosamente los restos del estreno de anoche; los domingos suelen poner película familiar así que siempre hay restos de juguetes por las calles. Los vecinos, que meten en el interior de los portales los cubos con el vestuario del día anterior para no molestar a los actores que andan por la calle.

El sol, que ya empieza a asomar entre los edificios, tiñéndolos de naranja y amarillo. Parece que hoy el director es Wes Anderson. La cámara se empieza a mover y todo empieza a encajar perfectamente en simetría, incluso en el interior del metro.

La puerta se abre, un hombre en la mitad del plano, a su lado derecho dos hombres agarran la barra del metro, a su lado izquierdo dos mujeres agarran la barra del metro.

Entro, intentando no romper la simetría del plano y me voy hacia un lado. Todo el mundo a mi alrededor tiene su papel en la mano y lo miran absortos, ensayando y aprendiéndose los diálogos. No me queda más remedio que sacar el mío y mirarlo también.

Hoy me toca ser conductora de autobús y tampoco tengo mucho diálogo, pero estoy nerviosa por mi nuevo papel. «Buenos días», «¿no tiene suelto?», «espere que le abro la puerta trasera», «buenas tardes», «es un euro cincuenta», me lo sé todo de memoria. Así que me centro en ensayar bien cómo sujetar el volante del autobús y cuál es el botón para abrir la puerta.

La ciudad se prepara hoy para un gran lunes.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS